Cuando la humanidad cristiana llegó al umbral de su segundo milenio, hace casi mil años, ya se había establecido sólidamente la base del bolero, y el pánico era cosa común.
Gracias al comercio, la peste bubónica había arrasado con Europa y Asia durante casi 400 años, y un recalentamiento atmosférico daba esperanzas de un renacimiento global. El cambio de siglo, anticipado con horror, resultó una bendición.
La población europea -la que hoy se conoce como América no era un dato de la época- se duplicó en los primeros 300 años del milenio, y se restablecieron en parte las infraestructuras construìdas por Roma en todo el continente y la cuenca mediterránea.
La literatura, el teatro, la música y la pintura reproducían, como siempre, sentimientos de amor, odio, traición, codicia, solidaridad, rebeldía.
"Sabor a mí", el bolero que garantiza una sensación milenaria en la boca del despecho, era ya una realidad, aunque se sospecha que el amor fue inventado ya bien entrado el presente milenio, por los trovadores. Hasta entonces, el sexo era solo un mamífero goce reproductivo.
Y cuando pasen más de mil años, muchos más, probablemente serán aquellos humanos adjetivos los que adornarán la expresiones artísticas, si es que algo de humano quedará entonces de la "sociedad de la información".
La gran fiesta del milenio, recuerda el escritor español Antonio Muñoz Molina en el diario madrileño El País, es más bien un localismo, porque no significa nada para musulmanes, chinos, hinduístas, budistas o judíos, que no van a celebrar las mismas cosas.
Pero es también, agrega, "la versión tecnológica de los terrores que según decían asolaron Europa en vísperas del año 1000, cuando muchedumbres despavoridas se entregaban lo mismo al pillaje que a la penitencia extrema creyendo que se acercaba el fin del mundo".
Muñoz Molina anuncia que "dentro de nada se acaba, por fortuna, la plasta sobre los últimos acontecimientos, películas, libros y prodigios del milenio, pero inmediatamente después, el mismo día 1 de enero, empezará la murga correspondiente con el nuevo milenio".
En efecto, casi todos los jefes de redacción del mundo ya han alertado a sus reporteros para que cubran sin falta el primer nacimiento del milenio, el primer accidente, el primer matrimonio, el primer asesinato, o la mejor fiesta.
Con humana falta de humildad, o tal vez religiosa fe en la inmortalidad, ya casi nadie -sean personas o instituciones- se prepara para los próximos 12 meses. Ni siquiera para un miserable plan quinquenal. No, se están lanzando ideas para todo el milenio.
A las 12 de la noche del 31 de diciembre los fuegos artificiales sellarán alrededor del mundo los propósitos más nobles para los próximos mil años en derechos humanos, integración económica, superación de la pobreza, defensa del ambiente, obras públicas, educación, amores o comercio.
Francis Fukuyama, el famoso politólogo norteamericano que decretó el fin de la historia a principios de esta década -en la perfección de la economía de mercado- ahora sentenció en el Wall Street Journal que "la globalización no va a dar marcha atrás".
Y la razón es que la "globalización" no depende de los seres humanos sino de "unos avances en tecnología de información que no tienen vuelta de hoja".
No sin fundamento, Muñoz Molina sostiene que el llamado "efecto 2000 permite unir la tecnología y la brujería", o lo que es lo mismo, ubicar las cosas de este mundo en una esfera inalcanzable para los humanos. Sólo queda adaptarse o morir.
Exactamente lo contrario de lo que piensa Lionel Jospin, el primer ministro socialista francés, quien decidió hace poco sacar del baúl de los olvidos conceptos tales como "clase trabajadora" y "capitalismo", para convencer a sus correligionarios de que la política tiene un papel que jugar.
Jospin dice que la globalización es un proceso dirigido por un conglomerado de intereses que debe ser controlado en beneficio de la mayoría.
En el siglo XVII, William Shakespeare inició su famosa 'Tragedia del Rey Ricardo III' con una frase enigmática: "Ahora es el invierno de nuestro desconsuelo/hecho verano glorioso por este sol de York".
La globalización es el sol de York. Un alto funcionario de las Naciones Unidas dijo hace unos meses en un seminario de IPS en Bonn que los industriales del Norte tenían poca imaginación, que para Africa había que inventar computadores para analfabetos, que funcionaran sin electricidad.
El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, vaticinó este mes en Florencia, Italia, que si se amplía el acceso de Internet a Africa, a la gente se le ocurrirá allí cómo ganar dinero con eso, y se generará así algo parecido a la acumulación originaria del capital.
Cuando los medios de comunicación batallan por establecer una competencia de siglos entre pintores, poetas y científicos, en una frenética carrera por separar a los ganadores de los perdedores, mil años son un tiempo breve.
En la carrera mediática, parece que los bombardeos contra Yugoslavia ocurrieron poco después del imperio otomano. ¿O tal vez antes? Más aun cuando el primer ministro portugués, Antonio Guterres, cita las conquistas turcas en Europa como antecedente válido para su ingreso a la Unión Europea.
Y el último bombardeo a Iraq, ¿cuándo fue? ¿Antes o después de la segunda guerra mundial? Ni hablar de la revolución rusa.
Mil años parecen pocos y las últimas décadas una eternidad. Y la globalización es un combate entre gladiadores en que se gana o se muere. Como dice Fukuyama, "a los países que intentan desmarcarse de ellas se les castiga dejándoles atrás". (FIN/IPS/ak/dg/wd-dv-cr/99