MANUEL ELKIN PATARROYO: El científico del nuevo mundo

A los ocho años, cuando en un libro de historias ilustradas descubrió al científico francés Louis Pasteur, el colombiano Manuel Elkin Patarroyo decidió que el también quería salvar vidas.

Y lo logró. La SPf66 es la primera y única vacuna química contra la malaria, una enfermedad de los países pobres que afecta a 300 millones de personas y que cada año se cobra la vida de 3,5 millones de seres humanos.

Ahora, a los 52 años y con un equipo de 180 químicos, físicos, matemáticos, microbiólogos, biólogos y médicos del Instituto de Inmunología del Hospital San Juan de Dios, de Bogotá, Patarroyo avanza en la búsqueda de un método racional, lógico y universal para desarrollar vacunas y lograr que el producto contra la malaria, cuya eficacia es de 30 a 50 por ciento, sea cien por ciento seguro.

Patarroyo es un hombre madrugador, en todos los sentidos. En 1986 se adelantó con su descubrimiento a equipos de países industriales que buscaban la vacuna contra la malaria desde décadas atrás.

Se levanta muy temprano, hábito que adquirió de niño en Ataco, un poblado de tierra caliente a orillas del río Saldaña, en el central departamento del Tolima, donde nació en una familia de 11 hijos, no adinerada, que le enseñó a mirar lejos.

Cuando está en Bogotá, porque la suya es una vida sin fronteras, llega a las 7 y media de la mañana al edificio de fachada afrancesada donde funciona el Instituto, en un predio del Hospital en la calle 1 con carrera 10.

En Bogotá dicta conferencias ante auditorios científicos, pero también habla a escolares. A los niños les cuenta que su vida es resultado de los sueños, la constancia, el estudio y la disciplina, y no del genio. Les inculca el gusto por la ciencia y avanza en su cruzada por la promoción de héroes humanistas.

IPS: Usted ha dicho que el ambiente familiar fue decisivo en su desarrollo como científico.

PATARROYO: El núcleo familiar es fundamental en el proceso educacional y en el tejido de las sociedades, por encima de la nacionalidad, la lengua y los credos.

Tuve la ventaja de una familia no adinerada pero estructurada. Me enseñaron principios, valores, actitudes y me mostraron que había un horizonte más lejano. Empezaron por darnos "comics", libritos de cuentos para niños, muy orientados, vidas de hombres ilustres.

Mientras mis amiguitos andaban leyendo cuentos sobre 'El enmascarado de plata' o 'El llanero solitario', que forjaron muchos de sus sueños y paradigmas, mis héroes eran Louis Pasteur, Robert Koch, Ronald Ross.

IPS: ¿Y la importancia de la escuela?

PATARROYO: La gente tiene una confusión madre: manda los niños al colegio dizque a que los eduquen. La educación la proporciona el núcleo familiar. En el colegio se da instrucción y se corrigen algunas actitudes o se orientan algunas tendencias.

IPS: ¿Hay alguna relación entre el nivel de desarrollo de la sociedad y el talento?

PATARROYO: El talento está distribuido en todas partes del mundo. Las diferencias sociecionómicas de los países se basan fundamentalmente en las diferentes oportunidades para ejercer los talentos.

No es que los latinos seamos menos creativos que los anglosajones, o que un zambiano sea menos brillante que un alemán. Pero una familia de Zambia no tiene los marcos conceptuales para pensar, como podría hacerlo un familia alemana, que quiere que su hijo sea un Mozart o un Einstein. Ahí comienza la limitacion.

IPS: ¿Hay alguna diferencia entre un científico de un país del Sur en desarrollo y un científico de un país industrializado?

PATARROYO: No creo. El mejor ejemplo y, disculpe, es mi caso.

IPS: ¿Algún momento de su niñez fue decisivo?

PATARROYO: Para mí fue fundamental, a los ocho años, encontrarme con la figura de Pasteur. Lo que más me llamaba la atención era que él podía salvar vidas, que era benefactor de la humanidad. Nunca jamás quise hacer nada distinto a eso.

IPS: Eso se relaciona con su posterior trabajo de investigación y el descubrimiento de la vacuna química contra la malaria.

PATARROYO: Totalmente. Con un poquito más de análisis, pasando de los libros de historietas, me dí cuenta de que Pasteur había tenido muchos inconvenientes por ser químico. El tenía que asociarse con los médicos para poder hacer ciertos estudios. Esa fue la razón por la cual yo decidí ser médico, pero utilizar la química. Hice lo de Pasteur, pero al revés.

IPS: ¿Cuándo surgió la malaria como una meta de su tarea?

PATARROYO: La malaria nació tarde. Uno va estructurando los conceptos y las ideas a lo largo del tiempo y luego encuentra los modelos experimentales.

Para el desarrollo de las vacunas sintéticas empecé a trabajar hace 20 años con la idea de una vacuna contra la tuberculosis, porque se prestaba mucho, ya que el bacilo de la tuberculosis puede crecer muy bien en los tubos de ensayo, en los medios de cultivo y, en cambio, el parásito de la malaria no.

Luego me empantané, porque el modelo en el cual uno puede comprobar las ideas para la tuberculosis no existía, sólo se encontró hace dos años, en 1997. Entonces, desde el 7 de enero de 1983 me volqué a investigar sobre malaria.

IPS: ¿Qué pasó ese 7 de enero de 1983?

PATARROYO: En 1982 habían venido de Estocolmo a Bogotá a trabajar conmigo el profesor Peter Perlman y su esposa, investigadores de malaria, quienes me insistieron en que incursionara en ese campo también.

Me habian dicho: "Oyeme, queremos invitarte a la premiación del Nobel de Medicina, pero tienes que hacer algo en malaria". Yo estaba reacio, porque el campo de la malaria es muy competido. Sin embargo, en octubre (de 1982), cuando hicieron el anuncio del Premio Nobel de Literartura a Gabo (Gabriel García Márquez) me acordé de la bendita invitación.

Yo tenía un par de estudiantes muy inteligentes, Pedro Romero y Fanny Guzmán, y les dije: "Hagan esto así, y así y así", y en menos de una semana habíamos descubierto un nuevo método de aislar el parásito. En menos de una semana reconocimos las moléculas y aislamos una de las más importantes. Eso fue de un solo tortazo.

Entonces, llamé a Perlman y le dije que ya había hecho algo, pero estaba asustado, porque no sabía ni qué había hecho. Perlman me mandó la invitación, presenté los datos en su laboratorio y todos se quedaron sorprendidos, pues nadie lo había podido hacer nunca, en ninguna parte del mundo, y nosotros lo hicimos en una semana, en el Instituto en Bogotá.

Me ilusioné, me volví feliz y dichoso, y el 7 de enero de 1983 reuní a mi gente y les dije: "Nos pasamos a investigar la vacuna de la malaria, ya". (SIGUE/2-M

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