Más de 100 ex guerrilleros del Partido Comunista de Malaya (PCM) construyeron en Tailandia una pequeña sociedad regida por la economía de mercado, pero sin perder los rasgos comunitarios, después de vivir décadas ocultos en la selva fronteriza entre ambos países.
La vida pasó a ser muy distinta cuando los dirigentes comunistas firmaron un acuerdo de paz en 1989 que puso fin a la rebelión armada.
"Al principio fue muy extraño", recuerda Foong Tuck Woh, de 43 años, director de Pueblo Amistad 4, en Betong, provincia de Yala.
"No teníamos dinero, y cuando nos dieron un poco, no sabíamos cómo usarlo. No teníamos idea adonde ir, así que pasamos los dos primeros años en el pueblo", relató en una entrevista.
La experiencia fue compartida por todos lo guerrilleros del PCM que vivían ocultos en la selva y que en los años 30 lucharon contra la ocupación de Japón de lo que hoy es Malasia y Singapur. Esos mismos insurgentes volcaron su ira más adelante contra los colonizadores británicos.
A mediados de la década del 50, los guerrilleros tuvieron que internarse más profundamente en la selva y se situaron en la frontera entre Malasia y Tailandia.
El líder del PCM, Chin Peng, firmó en diciembre de 1989 dos acuerdos de cese del fuego con las autoridades de Malasia y de Tailandia, en la localidad tailandesa de Hat Yai. Las tres partes se comprometieron a suspender las acciones armadas.
Este hecho marcó la rendición del PCM. Más de 1.000 integrantes del partido aceptaron ese año integrarse a un programa financiado por el gobierno de Tailandia, que se comprometía a entregarles tierras para vivir y cultivar en la zona de la frontera.
El derecho de vivir y ganarse la vida en Tailandia fue acordado como parte del proyecto ideado para resolver el problema de inseguridad que había en la frontera hasta ese momento.
"Nos unimos al partido (comunista) porque creíamos que era necesario construir una nueva sociedad donde prevaleciera la justicia", explicó Foong Tuck Woh, que dejó su casa en Kuala Lumpur a los 17 años para integrarse a las milicias.
"Pero la situación cambió, la sociedad cambió, y ya no hay que pensar en cosas viejas. Todo lo que queremos es volver a empezar y asegurarle a nuestros hijos un buen futuro", aseguró.
Los ex guerrilleros comienzan a vislumbrar un buen futuro para sus hijos, ahora que llevan 10 años en los asentamientos otorgados por el gobierno.
La comunidad entera pidió la ciudadanía tailandesa en septiembre, lo cual no sólo es importante para los adultos sino para la generación más joven, nacida en ese territorio.
"Se acordó hace 10 años que al poco tiempo de habernos integrado al programa, se nos otorgaría la ciudadanía tailandesa. Eso es muy importante para nosotros. Primero, porque elegimos vivir aquí, y segundo, por nuestros hijos", explicó Foong.
Pero los primeros años de creación de la comunidad no fueron fáciles. El ejército tailandés permitió que cada grupo eligiera la ubicación de la futura comunidad, pero los ex guerrilleros tuvieron que arreglárselas para vivir con los escasos recursos que les brindaban las autoridades.
Los nuevos habitantes de la sociedad contaban con un presupuesto de 16.000 bahts (42 dólares según el valor actual) para construir cada casa en un terreno, más 2,4 hectáreas para cultivar, y cada pueblo recibió 18 bahts diarios, durante dos años, para gastos comunitarios.
"En la selva estábamos preparados para morir. No podíamos tener nada nuestro, ni siquiera hijos. Esta es la primera vez que podemos ganarnos la vida normalmente y tener algo", comentó Jin I Ching, que pasó 50 de sus 74 años de vida en la selva.
Todos los pobladores están de acuerdo en que el dinero que tenían era muy escaso, pero su forma colectiva de hacer las cosas les ayudó a salir adelante.
Los pobladores construyeron las casas todos juntos, sin identificar cuál sería para quién, y una cocina comunitaria. Así mismo, sumaban su presupuesto diario para comprar alimentos y medicamentos.
"Por eso sobrevivimos", aseguró Li Fu Chai, un ex estudiante de física de 47 años que se convirtió en doctor en medicina tradicional china después de vivir 18 años en la selva.
"Al terminar de construir las casas, les dimos las mejor ubicadas a los ancianos y a los minusválidos, y el resto las sorteamos entre los demás", comentó sonriente.
Fue difícil, pero ningún sacrificio se compara con la vida en la selva, sostuvo Li, recordando las largas noches de caminata cargados con al menos cinco kilos de pertenencias del grupo, y días enteros cavando túneles para esconderse de las tropas del gobierno.
Algunos de esos túneles se convirtieron en atracciones turísticas. Los habitantes del Pueblo Amistad 1, ex miembros del PCM, decoraron uno de los túneles que cavaron en la montaña y lo convirtieron en paseo para los visitantes.
Lo mismo sucedió con la vieja escuela de educación marxista leninista construida en la selva, y con las áreas de entrenamiento, que se convirtieron en un pequeño museo guiado por los propios ex guerrilleros. Las ganancias son para la cooperativa del pueblo.
La mayoría de los pobladores aún cultivan caucho y árboles frutales en sus hectáreas de tierra, pero algunos ganaron suficiente dinero como para contratar empleados tailandeses.
Para Li Fu Chai, al igual que para muchos otros padres de familia, la preocupación ahora es que sus hijos sean buenos estudiantes. El único hijo de Li está por cumplir 10 años.
"A los chicos de por aquí les va muy bien en los estudios. Muchos están entre los cinco mejores de la clase", comentó con orgullo.
Por ahora, los habitantes esperan que se les otorgue la ciudadanía, aunque piensan seguir viviendo todos juntos aunque ya no sea necesario.
"No queremos mudarnos y vivir fuera del pueblo. Es bueno mantenernos en grupo y trabajar juntos. Somos como hermanos y hermanas. Cuando nos den la ciudadanía, usaremos todos el mismo apellido tailandés", afirmó Foong, jefe del poblado. (FIN/IPS/tra- en/pd/js/ceb/aq/pr/99