El hambre y las enfermedades ya eran endémicas antes del último ciclón en el estado indio de Orissa, donde ahora millones de personas perdieron su hogar, sus reservas de granos y su medio de vida.
Los sobrevivientes podrían tardar meses, incluso años, en rehacer su vida, en un estado rico en minerales que por muchos años ha sido sinónimo de muertes por inanición, especialmente en el cinturón costero de Bolangir, Koraput y Kalahandi.
La falta de preparación para el ciclón, un fenómeno habitual en la región de la bahía de Bengala, y la ineptitud en la entrega de ayuda y las labores de rescate tras la tragedia del viernes 29 de octubre pusieron de relieve la indiferencia del gobierno ante la situación de la población de este estado de la costa oriental.
Orissa nunca fue conocida por su buena administración, afirmó Alok Mukhopadhyay, director de la Asociación de Voluntarios de la Salud de India, una organización no gubernamental (ONG) con sede en Bhubaneshwar, la capital estadual. "Basta observar los indicadores sociales", agregó.
La mortalidad infantil de Orissa es la más alta de toda India (96 cada 1.000 nacimientos), y la expectativa de vida al nacer es la más baja (56,5 años). Sólo 48 por ciento de la población es alfabeta, y el ingreso anual por habitante no llega a 200 dólares.
Para escapar de la espiral de la pobreza, decenas de miles de personas emigran desde Orissa hacia otros estados en octubre y noviembre cada año. Sólo desde Bolangir y Nuapada parten anualmente unos 200.000 trabajadores.
La pobreza rural es perpetuada por la distribución injusta de la tierra, un mercado igualmente injusto y leyes que promueven monopolios en la producción de granos y productos forestales.
Carentes de todo mecanismo de respaldo, los pobres emigran para trabajar en la construcción, la fabricación de ladrillos o simplemente tirando de coches a tracción humana o haciendo tareas casuales.
"La emigración significa la posibilidad de pagar una deuda, recuperar una parcela de tierra hipotecada o ahorrar suficiente dinero para una ceremonia familiar", explicó C.K. Pattnaik, director de Vikalp (Desarrollo), una ONG de Kantabanji.
Shatrughan Majhi, un miembro de la tribu Gond de la aldea de Lokpada, no tiene tierras y emigra regularmente para trabajar.
"Nos pagan 60 rupias por día si hacemos 1.000 ladrillos", dijo Majhi, empacando sus pertenencias junto con otros dos hombres.
Sesenta rupias parece buen dinero para Majhi, que en su aldea no cobra ni la mitad por toda una jornada de trabajo, cuando consigue trabajar.
Los trabajadores zafrales migrantes ponen en riesgo su salud y su seguridad, porque no hay registro oficial alguno de su actividad.
"En caso de muerte o discapacidad, no tienen derecho a compensación alguna" para ellos o sus familias, señaló B.P. Sharma, un activista de los derechos humanos de Kantabanji, una localidad comercial.
El regreso de estos trabajadores durante la época lluviosa de junio es muy preocupante desde el punto de vista sanitario. "El mayor problema son enfermedades como la gastroenteritis", señaló S.S. Panda, médico director del centro de salud de Turaikala.
Además, la desnutrición y las infecciones relacionadas con la migración suelen agravar la epidemia de malaria, agregó.
El magro subsidio semanal para alimentos de los trabajadores zafrales apenas les permite adquirir "tukda" (arroz partido) y algunas verduras baratas.
Se registraron varias muertes durante el viaje o la estancia fuera de Orissa de los trabajadores, destacó un funcionario local de salud.
En cuanto a las mujeres, "es una vida muy dura", declaró Pushpa Tandi, una mujer de mediana edad de Andalpuri, que emigró varias veces hacia distintos destinos.
"Formar fila en un hospital público significa perder la mitad de la jornada de trabajo, y una clínica privada es inaccesible", dijo.
El esposo de Tandi contrajo tuberculosis hace algunos años. Aunque ahora está curado, no puede hacer trabajos duros. "Dejamos de migrar. Ahora mi marido hace y toca tambores, y hacemos algunas tareas casuales para sobrevivir", relató.
"Muchas mujeres embarazadas también emigran", afirmó Mohammad Babloo, un contratista de Kantabanji.
La falta total de cuidados prenatales en sus lugares de destino, sumado a la desnutrición, a menudo complica muchos embarazos y partos.
De regreso en la aldea de Andalpuri, 80 por ciento de las mujeres dan a luz en sus hogares, porque el centro de salud más cercano queda a 20 kilómetros.
Los niños que emigran junto con sus padres abandonan su educación primaria, y los que quedan con hermanos mayores muchas veces no reciben alimentos suficientes. Lo mismo ocurre con los ancianos.
Cuando no hay dinero suficiente para otra cosa, la dieta consiste en arroz y sal. En 1996, los habitantes de Andalpuri padecieron una hambruna, pero nadie habla de ello, porque lo consideran humillante.
El ciclón de Orissa no hizo más que agravar la miseria que ya existía. (FIN/IPS/tra-en/mm/an/mlm/dv/99