El ciclón que devastó parte de la costa oriental de India hizo regresar a la era medieval a la población de Orissa, un estado explotado y desatendido durante décadas por las administraciones central y estadual.
La falta de preparación para el ciclón, un fenómeno habitual en la región de la bahía de Bengala, y la ineptitud en la entrega de ayuda y las labores de rescate tras la tragedia del viernes de la semana pasada pusieron de relieve la indiferencia del gobierno ante la situación de la población.
Orissa nunca fue conocida por su buena administración, afirmó Alok Mukhopadhyay, director de la Asociación de Voluntarios de la Salud de India, una organización no gubernamental (ONG) con sede en Bhubaneshwar, la capital estadual. "Basta observar los indicadores sociales", agregó.
La expectativa de vida al nacer es de 56,5 años, la más baja de toda India, mientras la tasa de alfabetos es de 48 por ciento en la población general y 32 por ciento entre las mujeres. El ingreso anual por habitante no llega a 200 dólares.
Sin embargo, Orissa es rico en recursos naturales y por lo tanto codiciado por empresas multinacionales, que forman fila para establecer allí centrales de energía o explotar los enormes depósitos de bauxita (los mayores del mundo), carbón y hierro.
Orissa tiene una larga historia de grandes programas de "desarrollo" que desplazaron a cientos de miles de personas, además de desastres naturales como sequías, inundaciones y ciclones.
Por ejemplo, cuando se construyó la gigantesca represa de Hirakud en el distrito de Sambalpur, en 1948, desplazó a miles de residentes tribales, que luego fueron desplazados nuevamente por la explotación minera de carbón en los alrededores del dique. La mayoría aún no fueron reubicados ni rehabilitados adecuadamente.
Investigadores como Binoy Rout, del Instituto de Desarrollo Socioeconómico, documentaron la trágica situación de los desplazados y denunciaron una grave corrupción en los programas de rehabilitación, pero ningún gobierno del estado fue forzado por el central a adoptar alguna medida significativa.
De los 35 millones de habitantes de Orissa, sólo siete millones integran tribus, pero éstas conforman 70 por ciento de la población en los distritos de Raigada, Koraput y Kalahandi, ricos en minerales.
Estos distritos son escenario de lucha entre comunidades indígenas que intentan conservar sus tierras ancestrales y multinacionales que pretenden explotar la riqueza subterránea, entre ellas Marubeni de Japón, Larsen & Toubro de Suecia y Norsk- Hydro de Noruega.
Funcionarios estaduales declararon este año que nada se interpondrá en el camino de las compañías de bauxita, ni siquiera las disposiciones constitucionales que prohíben la enajenación de tierras indígenas.
Unas 60 millones de hectáreas de tierra cultivable están dedicadas ahora a la explotación minera, y como consecuencia hay unos 50.000 refugiados ambientales en el estado, la mayoría de ellos indígenas o pobres.
El ciclón de la semana pasada afectó principalmente a los habitantes pobres de la franja costera de Orissa, que dependen de la pesca para su subsistencia, destacó Ajay Kanchan de la organización humanitaria Oxfam/India, que tiene varios proyectos para refugiados ambientales en el estado.
La mayoría de los residentes de la costa ignoraron los pronósticos meteorológicos sobre el ciclón, publicados cuatro días antes de la tragedia, porque no tenían adónde ir ni los medios necesarios, señaló Kanchan.
"El gobierno simplemente se despreocupó de esta gente, y ni siquiera intentó convencerlos de evacuar el lugar o hacerlo por la fuerza", acusó.
Peor aún, ninguna autoridad trató de detener a cientos de pescadores que se hicieron a la mar el día del ciclón. Los pescadores decidieron correr el riesgo porque necesitaban su captura diaria para sobrevivir, pero ahora murieron y dejaron a sus familias en la miseria absoluta.
La vida no es mejor para los sobrevivientes. "Luego de pasar hambre durante varios días, no es sorprendente que hayan comenzado a atacar a funcionarios que distribuyen alimentos y otros suministros", dijo Kanchan.
Mukhopadhyay y otros trabajadores voluntarios pidieron que altos funcionarios estaduales se trasladaran a las áreas más afectadas y supervisaran las tareas de ayuda, pero los funcionarios se niegan a hacerlo sin escolta militar o policial.
La falta de previsión de desastres en Orissa fue evidente durante la grave sequía de 1995 a 1998, cuando murieron de hambre cientos de personas en un estado con permanente excedente agrícola.
En los distritos arroceros de Kalahandi, Nuapada y Bolangir, muchos agricultores no pueden adquirir el propio grano que cultivan porque tienen su cosecha y aun su tierra comprometida con comerciantes y prestamistas, denunciaron miembros de Oxfam.
De los 12 millones de dólares asignados para hacer frente a la sequía y el hambre, sólo se gastaron tres millones, según el Controlador y Auditor General, dependiente del gobierno central.
En contraste con los edificios de dos pisos que dominan la costa del vecino estado de Andhra Pradesh, la costa de Orissa no tenía más que chozas de paja, las cuales volaron el viernes pasado con vientos de 260 kilómetros por hora o fueron arrastradas por las aguas, que entraron hasta 20 kilómetros costa adentro.
El dinero asignado a la construcción de refugios para tormentas fue dilapidado en salarios, amoblamiento, transporte y gastos generales que poco tienen que ver con el alivio de desastres, según el informe del Controlador.
Inspecciones aéreas realizadas tras el retiro de las aguas sólo muestran en pie los escasos edificios de concreto pertenecientes a personas de relativo bienestar económico, como si la naturaleza también discriminara a los marginados.
Lejos de ser un destino de inversión en el futuro, Orissa parece haber regresado a la era medieval, sin teléfonos ni energía eléctrica, mientras sus habitantes padecen más privaciones y explotación que nunca. (FIN/IPS/tra-en/rdr/an/mlm/en-dv/99