Las ruinas arqueológicas de la ciudad más antigua de América del Sur, descubiertas hace sólo tres años, serán nuevamente enterradas con arena si no se consigue financiamiento para los trabajos.
Las ruinas, ubicadas a tres horas de Lima, se denominan Caral y abarcan un período de ocupación de mil años. Las más antiguas datan de 2.800 años antes de Cristo y las más recientes, de 1800 años antes de Cristo, de acuerdo a las pruebas de carbono 14.
Aunque las primeras excavaciones en Caral fueron realizadas en la década del 50 por una expedición francesa, sólo en 1996 un equipo de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima confirmó su antigüedad y descubrió su real magnificencia.
Ubicada en una extensión de 50 hectáreas de la provincia de Supe, en la costa peruana, las ruinas están compuestas de 32 conjuntos arquitectónicos, además de una cantidad aún no precisada de viviendas.
La decisión de volver a tapar las ruinas con arena se haría con el fin de evitar su deterioro por acción del viento, confirmó el Rector de la Universidad de San Marcos, Manuel Paredes, durante un recorrido por el lugar.
Si se toma esta decisión, quedarían sin resolver varios enigmas sobre esta ciudad preincaica, como quiénes fueron sus habitantes, qué influencia ejercieron sobre otras culturas precolombinas y por qué abandonaron su lugar de residencia.
Aunque están moderadamente bien conservadas, en algunas zonas será necesario un gran esfuerzo arqueológico para reconstruirlas.
Desde que se iniciaron las excavaciones ha sido la Universidad de San Marcos con sus propios recursos y el aporte del hijo de Julio César Tello, considerado el "padre de la arqueología peruana", los que han solventado los gastos, que ascenderían a unos 10.000 dólares mensuales.
Con esa suma se compra material, se paga un guardián y se solventan los gastos de transporte y movilidad de 15 estudiantes de arqueología que tienen a su cargo los trabajos, bajo la dirección de Ruth Shady.
Esta ciudad sería el punto de partida para esclarecer el surgimiento de la civilización en Perú, el papel de la agricultura, el manejo de los recursos naturales y el origen de otras ciudades precolombinas.
"Hay que tener en cuenta que Caral surge y se desarrolla paralelamente al crecimiento de ciudades en China, Mesopotamia y Egipto y, por lo menos, unos 3.000 años antes de la llegada de los Incas al valle", precisó Shady.
A Caral se llega por automóvil a través de una estrecha trocha que parte de la ciudad de Supe. Durante el recorrido se aprecian restos de canteras que habrían sido usadas para construir la ciudadela y también se aprecian vestigios de otras ruinas arqueológicas de menor importancia.
En el lugar hay dos anfiteatros de forma circular, similares a los que se construyeron en Grecia, uno de los cuales ha sido bautizado como el altar del Fuego Eterno, por presentar un fogón central de 30 metros de diámetro por dos de ancho, donde se quemaban alimentos y otros productos con fines rituales.
Aunque se trata de construcciones religiosas, los arqueólogos aún no se ponen de acuerdo sobre el uso de estos fogones e incluso de los anfiteatros, cuyo ingreso estaba restringido por una sucesioón de muros y murallas.
El arqueólogo estadounidense Marco Mosley considera que los anfiteatros representan la cosmovisión del hombre primitivo que irá evolucionando hasta alcanzar su real expresión en el mundo andino, con la adoración al sol y los "apus" o cerros sagrados.
Los arqueólogos peruanos tienen una explicación más práctica: los anfiteatros servían para controlar el tiempo, pues al estar orientados en la posición 25 grados al noroeste, proyectaba diversos tipos de sombra según las épocas del año.
Es decir, sus fines serían agrícolas en una época en que la agricultura comenzaba su desarrollo.
Los anfiteatros están fabricados con piedra y arcilla, pero las casas son de quincha, un material muy usado aún en las zonas pobres de la costa peruana, en base a madera de huarango y amarres de fibras de junco. Asimismo, usaron limonita, un mineral de origen volcánico, para colorear algunas construcciones.
Aunque el nombre de Caral parece derivado de algún vocablo quechua, el idioma de los incas, éste no se habló nunca en la zona. El lingüista peruano Alfredo Torero investiga su semejanza con "Huaral", nombre de uno de los valles más fértiles de Lima, cercano a las ruinas.
Sin embargo, Huaral es un vocablo quechua y era el nombre del cacique del lugar, que corresponde a un período de miles de años después.
Otros enigmas que concitan la atención de los científicos se refieren a las semejanzas arquitectónicas y de diseño con otras culturas que florecieron siglos después y en lugares muy distantes de Caral, cuyos orígenes tampoco son muy claros.
Incluso, se ha encontrado un petroglifo que representa la misma efigie de un templo muy famoso de la costa peruana, el de Sechín, ubicado a más de 500 kilómetros al sudeste de las ruinas.
Para los arqueólogos, el hallazgo más importante ha sido el de 32 flautas traversas, agrupadas en un mismo lugar, en el anfiteatro principal. Esos instrumentos eran muy usados en otras partes del mundo antiguo, como Mesopotamia, pero no se tenía evidencia de su uso en América.
También se han hallado vestigios de uso industrial del algodón, tanto en tejidos como en redes para pesca, y de conocimiento de métodos de agricultura productiva.
"Todavía son más las preguntas que las respuestas, indudablemente Caral puede contribuir a aclarar muchos enigmas de los albores de la humanidad en esta parte del mundo", comentó Javier Díaz, uno de los estudiantes de arqueología que sirve de guía a los ocasionales visitantes.
Si no se consigue rápidamente el financiamiento, Caral podrá guardar eternamente esos misterios bajo la arena con que será cubierta. Según trascendió, la Universidad de San Marcos se ha fijado como plazo enero del 2000 para obtener los fondos que le permitan continuar las excavaciones. (FIN/IPS/zp/ag/cr/99