RODRIGO CARAZO: Contra los molinos de viento del mercado global

Todavía hoy, como en los años en que fue presidente de Costa Rica, Rodrigo Carazo parece en sus acciones y pensamiento un Quijote luchando contra molinos de viento. Hace 20 años se enfrentó al Fondo Monetario Internacional (FMI) y ahora es un duro crítico de la globalización.

Carazo, que gobernó de 1978 a 1982, expulsó de Costa Rica a representantes del Fondo Monetario (FMI) que le exigían el recorte del gasto social, poco antes del estallido de la crisis de la deuda externa latinoamericana.

Rector luego de dejar el gobierno de la Universidad para la Paz, una institución de la Organización de las Naciones Unidas creada durante su gestión, Carazo es a los 70 años invitado frecuente de universidades y no es raro que, al finalizar sus charlas, lo rodeen jóvenes que piden su opinión sobre diversos temas.

Desligado de partidos políticos, se dedica a sus asuntos privados, pero también preside una organización que estudia los problemas nacionales y participa constantemente en foros dentro y fuera del país.

IPS: ¿Cuál es a su juicio la consecuencia más visible de la globalización en América Latina?

CARAZO: Se confundió globalismo con globalización. Se pasó del concepto de un mundo integrado para un futuro mejor a un mundo que es trasiego de mercancías y, en consecuencia, la globalización se mira solamente como acción comercial y no como integración.

Esta ha sido una interpretación mercantilista de la aproximación planetaria que ha permitido la tecnología, que ha sido puesta al servicio más que del avance de las relaciones humanas, de los intereses crematísticos (pecuniarios).

IPS: ¿Y cuál es la consecuencia más visible de esa desviación?

CARAZO: La consecuencia más visible es el resultado de las negociaciones (multilaterales de comercio) de la Ronda Uruguay , donde los países con alta capacidad económica impusieron condiciones de mercado a los países económicamente débiles.

Ya no se trata de que exista apertura, sino de que se acepte, por encima de todo, la imposición de las políticas económicas que sólo interesan a las naciones con alta capacidad exportadora.

Y esto se ha evidenciado de tal manera que, incluso en las conferencias de este momento, muchos países comienzan a rebelarse, empezando por Japón y los europeos, (que son) seguidos por naciones pequeñas contrarias a las conclusiones determinantes que señala la línea de acuerdos de la Organización Mundial de Comercio.

IPS: ¿Por qué no se ha generado entonces un pensamiento económico opuesto a esta visión mercantilista de la integración y del mercado?

CARAZO: ¡Claro que sí se ha generado! Lo que sucede es que no ha sido posible divulgarlo. Los que no estamos de acuerdo con una posición tan pasada de moda, como la ley del más fuerte, no tenemos acceso a los medios de comunicación.

Voy a ponerle un ejemplo muy singular: nosotros, en Costa Rica, tenemos un modelo económico que nos hizo diferenciarnos enormemente de los países vecinos de América Central.

A partir de la década del 40 nos empezamos a distinguir, con base en un modelo de inversión social y sustitución de importaciones.

Ahora, en vez de analizar objetivamente los resultados logrados, sencillamente se dice que el modelo costarricense se agotó. Y los que pensamos que no se ha agotado, sino que lo están agotando a la fuerza, con el ánimo de entregarse a la fuerza internacional del mercado, no tenemos medios de difusión.

IPS: Pero Costa Rica tiene ahora grandes problemas económicos, como su deuda interna.

CARAZO: ¿Y qué país no los tiene? Compare a Costa Rica con cualquier país desarrollado y se dará cuenta de que la situación es la misma. No justifico la deuda interna, pero está ahí.

(Parte de la deuda interna, que consume más de 30 por ciento del presupuesto del Estado, se generó cuando, en busca de una solución al endeudamiento externo, el gobierno transformó sus compromisos para asumirlos en moneda nacional, con intereses más altos).

El modelo costarricense es una realidad que nos permitió, a pesar de la inmigración tan elevada que tenemos, reducir la mortalidad infantil en el primer año de edad a 12 por cada 1.000 nacidos vivos. Y logramos aumentar la esperanza de vida de 43 años a 77 entre 1940 y 1999. Si queremos evaluar los resultados, ahí están. (SIGUE/2-E

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