La poesía del chileno Pablo Neruda nunca admitió cohabitaciones con ninguna otra, y dividió a su país. El poeta murió en 1973 y la pugna se acabó, pero su figura sigue siendo un limón inagotable, que se aprieta y estruja, y siempre da jugo.
Esta semana "el vate" fue objeto de un coloquio organizado en el balneario de Cascais, 25 kilómetros al oeste de Lisboa, por la embajada de Chile y el municipio local, con dos escritores chilenos, Jorge Edwards y Waldo Rojas, y el embajador Belisario Velasco.
Edwards y Rojas (sobre todo el primero, quien se presentó aclarando que fue "muy amigo de Neruda durante muchos años") entretuvieron al público con conocidas anécdotas sobre el poeta: su afición por los libros viejos, los objetos del mar, la botánica, los pájaros y la tierra.
Cascais es, seguramente, un lugar propicio para recordar a Neruda.
Aunque envilecida por el turismo, conserva su identidad de aldea de pescadores, sobre todo en las noches de invierno, cuando la lluvia despeja las calles de idiomas nórdicos y revela los mosaicos del piso y una arquitectura antigua y sencilla.
La impecable lectura en portugués de una selección de escritos de Neruda trajo emoción al ambiente. La selección, amplia, terminó con los versos de "Residencia en la tierra", la obra en la cual el poeta chileno selló su compromiso poético y político con las cosas del mundo.
El asesor cultural del municipio de Cascais, José Jorge Letria, abrió el coloquio con una apasionada descripción del impacto que tuvo la elección del presidente socialista chileno Salvador Allende, en 1970, sobre los demócratas portugueses, quienes entonces enfrentaban una dictadura fascista de más de 40 años.
Letria tambien destacó que el golpe de Estado con el cual el general Agusto Pinochet derribó en 1973 a Allende (quien se suicidó tras resistir varias horas) aceleró la conspiración de los militares portugueses que pusieron fin a la dictadura de su país el 25 de abril de 1974.
El funcionario destacó el valor universal del gobierno de Allende, la poesía, la canción popular y el golpe militar chilenos, en el marco específico de esa epopeya portuguesa. Los iconos de Chile, dijo, son hasta ahora parte inseparable del legado de ese período.
Tras agradecer el entusiasmo de Letria, Edwards y Rojas no dijeron una palabra de la revolución portuguesa, ni de Allende, ni de Pinochet. Más comprensible fue que tampoco lo hiciera el embajador Velasco, quien describió a Edwards como integrante de "una nueva pléyade de escritores y poetas".
Edwards fue un diplomático de carrera, trabajó como segundo de Neruda cuando el poeta fue embajador chileno en Francia, en 1971, y luego se hizo famoso por su libro "Persona non grata", en el cual denunció el sistema de gobierno en Cuba, de donde fue expulsado por supuestos contactos con la oposición local.
Ese hecho le valió en su tiempo el desprecio de la izquierda, y en especial del Partido Comunista (donde militaba Neruda). Expulsado por los militares del servicio exterior, Edwards se reconcilió mas tarde con la izquierda chilena por sus actividades en defensa de los derechos humanos.
Edwards publicó hace poco en Chile una biografía de Neruda, que Rojas (poeta residente en París) exaltó en el coloquio como la única, entre las muchas existentes, que no trata de presentarlo como un santo.
Ambos escritores se refirieron con picardía a las aventuras extraconyugales de Neruda, y Edwards relató las maniobras del poeta para evitar los celos de su esposa, Matilde Urrutia. El ex diplomático reveló que él mismo ayudó muchas veces a Neruda en esos engaños.
"Si hay alguna feminista aquí, estamos condenados al infierno", reflexionó de pronto. Pero no la había. Tampoco hubo debate. Y el ameno relato siguió hasta que Edwards recordó que era necesario "decir algo de la vida política de Neruda".
Rojas opinó entonces que Neruda probablemente no fue sincero en sus opiniones políticas, en particular cuando manifestó su adhesión al comunismo durante la época en que Stalin comandaba la Unión Soviética. El poeta viajaba a Moscú con frecuencia, dijo Rojas, y "tenía que haber visto que algo no andaba bien allí".
Edwards recordó que Neruda fue anarquista en su juventud, y que se acercó al comunismo en los días de la guerra civil española, cuando se hizo claro el peligro fascista. Pero los horrores del estalinismo le fueron relatados de primera mano por escritores soviéticos amigos suyos, como Ilya Ehrenburg, dijo.
Según el escritor, Neruda confesó haberse equivocado con Stalin, a quien alguna vez le escribió una oda (por encargo, según Edwards) y reconoció afirmaciones de Ehrenburg en el discurso pronunciado por Nikita Jruschov en el XX congreso del Partido Comunista soviético, en 1956.
En el pasado, partidarios y detractores chilenos de Neruda, aun en una escuela secundaria, eran capaces de terminar un coloquio sobre su poesía con una grotesca riña generalizada, llena de rencores.
Se peleaba entonces por cuestiones poéticas y políticas. Por ritmos y metáforas, pero también por ética.
Muchos nunca le perdonaron jamás a Neruda su afición a los placeres, y otros no olvidaron los pecados juveniles que cometió cuando era pobre, se llamaba Neftalí Reyes, ansiaba ser Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura, y no sabía cómo lograrlo.
Hoy todo eso se olvidó y se recuerda al pasar, como se recuerdan las peleas pasionales o los alborotos de bar. El ritmo dulce, cansino y envolvente de la poesía de Pablo Neruda no provoca ya conflictos ni debates. Su figura sirve para civilizados coloquios sociales al final de una cena.
Aunque el coloquio tenga lugar, tal vez no por acaso, a las puertas de la Boca do Inferno, un desfiladero de rocas donde el Atlántico se hace sentir, y en la misma biblioteca que el poeta portugués Fernando Pessoa quizo dirigir en 1932 pero no pudo, "por falta de antecedentes literarios". (FIN/IPS/ak/mp/eu la cr/99