ENRIQUE GALLI: Los nuevos horizontes de la psiquiatría

Las enfermedades mentales, consideradas en el pasado incurables e inexorables por su oscuro origen genético, y cuyo tratamiento consistía en el encierro de por vida o la administración permanente de sedantes, pueden ahora ser revertidas en algunos casos y aliviadas en los demás.

La psiquiatría biológica, que trabaja con los neurotransmisores y compensa con fármacos los desequilibrios químicos que caracterizan las alteraciones emocionales y mentales, es una de las ramas de la medicina de mayor crecimiento en las últimas décadas.

¿Hacia a donde avanza esta ciencia? ¿Es posible el tratamiento genético con fines preventivos para atenuar los riesgos de esquizofrenia, depresión y adicción?. ¿Cuáles son, o deben ser, los límites éticos del tratamiento psiquiátrico farmacológico?

A esos interrogantes se refiere Enrique Galli, presidente del Colegio Peruano de Neuropsicofarmacología.

IPS: ¿Qué conocimientos prepararon el surgimiento de la psiquiatría biológica?

GALLI: La psiquiatría moderna o biológica se inicia en 1954. Es resultado de dos factores simultáneos y concurrentes: del mejor conocimiento del funcionamiento cerebral, y de la experimentación de fármacos que ya se usaban, pero cuyo efecto no se podía controlar porque se ignoraban los procesos neuronales que desataban.

Desde décadas atrás se buscaba a tientas, casi ferozmente. Por ejemplo, se utilizaba trementina para provocar dolorosos abcesos, el agua helada y el choque eléctrico, cuyas aplicaciones se comprobaron en los años 30, cuando se vió que cerdos a los que se quería electrocutar cambiaban de conducta.

Algunos fármacos no eran de uso psiquiátrico y surgieron en investigaciones en otras áreas de la medicina. Por ejemplo, se advirtió en laboratorios que una droga contra la tuberculosis, la isoniacida, provocaba cambios en la conducta de animales, y esa sustancia se utiliza ahora en (la composición de) antidepresivos.

IPS: ¿Cuál es la importancia terapéutica de este avance?

GALLI: El sector de la población mundial que sufre algún tipo de afección de salud mental bordea 15 por ciento. La más grave, la esquizofrenia, comprende, más o menos, a uno por ciento de la población mundial. Antes, el tratamiento de 70 por ciento de los esquizofrénicos era infructuoso, pero la proporción se redujo ahora a 30 por ciento.

Diez por ciento de la población sufre de depresión, una enfermedad que antes no era tomada en cuenta, porque se desconocía o se presentaba enmascarada en otros males, pero provoca trastornos muy graves, paralizantes. Setenta por ciento de las depresiones son curables.

Otro conocimiento importante es que se ha roto el mito de la herencia implacable como factor casi único (de las afecciones mentales). En el pasado se consideraba que 80 por ciento de los casos eran de origen genético, ahora se calcula que sólo 22 por ciento corresponde a ese factor. Se ha comprobado que existen otras causas, como las circunstancias inmunológicas.

Hay una interacción de factores que vamos aprendiendo a conocer. Pocos saben que a los enfermos de virus de inmunodeficiencia humana, de sida, se les administra antidepresivos, porque mejoran sus respuestas inmunológicas y ayudan a su organismo a enfrentar el mal.

IPS: El conocimiento del proceso químico que controla las respuestas del organismo y la comprobación de que los desequilibrios de ese proceso en el sistema neuronal repercuten como problemas de salud mental, ¿no abre paso a la posibilidad de actuar preventivamente?

GALLI: Hacia ese punto avanza la psiquiatría. Pero no sólo en la administración de drogas que compensan químicamente, sino tambien en el manejo de los factores no genéticos que pueden provocar afecciones de salud mental.

Ahora se sabe, por ejemplo, que los procesos infecciosos en los primeros meses de gestación de un individuo, o circunstancias anómalas en el nacimiento, pueden alterar el mecanismo neuronal.

De modo que, al prevenir infecciones en el embarazo y al mejorar las condiciones del alumbramiento, se disminuye el riesgo de esquizofrenia.

IPS: ¿Hasta dónde ha avanzado la psiquiatría en América Latina?

GALLI: Aunque parezca increíble, América Latina está más adelantada en el empleo de psicofármacos que Estados Unidos, pues aunque dicho país encabeza la investigación, su rigurosa reglamentación sanitaria, y tal vez algunas razones de mercado, traban el ingreso de la farmacopea de otros países que también investigan y avanzan.

Por ejemplo, el anafranil fue autorizado en Estados Unidos hace sólo 10 años.

La psiquiatría biológica prevalece en América Latina. En nuestras universidades, los psiquiatras se forman dentro de la escuela biológica. El psicoanálisis solo predomina en Argentina y en México… tal vez porque en México casi todos los psiquiatras son argentinos.

IPS: ¿Hacia dónde va la psiquiatría? ¿Cuál es su horizonte para el próximo siglo?

GALLI: Se encamina hacia una vinculación más directa e informada con la neurología. Avanzaremos en el perfeccionamiento del instrumental hasta hacer una especie de histología en vivo. A través de la resonancia magnética podremos ver cada vez con mayor claridad el interior del cerebro sin abrirlo.

Los fármacos actuales actúan sobre los neurotransmisores, el siguiente paso será avanzar en el conocimiento y manejo de las proteínas y de los elementos químicos que trabajan en los receptores post sinápticos. Ello hará la acción farmacológica mas precisa y sin efectos colaterales.

También se avanzará hacia la terapia genética. Se supone que para el 2005 ya habrá concluído el estudio de todos los genes del ser humano, y se podrá investigar la estructura genética de un individuo y detectar, por ejemplo, la propensión a la esquizofrenia, y anticiparse con medicina preventiva.

Ya se ha comenzado a caminar en esa dirección: se investiga la propensión genética del Alzheimer, y se puede administrar antioxidantes como terapia preventiva.

En resumen, la psiquiatría del siglo XXI se amalgamará primero con la neurología y posteriormente con la inmunoendocrinología.

Se esperan grandes progresos en la investigación genética, biomolecular y farmacológica, que optimizarán el diagnóstico y permitirán inclusive el tratamiento precoz.

Un primer paso debe darse en el campo político: reconocer la depresión como el primer problema de salud pública, tanto por la incidencia, prevalencia y costo social, familiar e individual de la enfermedad. Su costo como riesgo de vida y la facilidad de su terapéutica con una intervención temprana y en una sociedad desestigmatizada. (FIN/IPS/al/ff/he sc/99

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