El vicepresidente ha sido históricamente en Argentina una figura de bajo perfil e influencia, pero el segundo en la triunfante fórmula presidencial de la Alianza, Carlos Alvarez, comienza a cambiar la tradición.
El domingo, los argentinos eligieron la fórmula de la centroizquierdista Alianza, que llevaba como candidato a presidente a Fernando de la Rúa y como vicepresidente a Carlos Alvarez.
Cada uno parece haber aportado su cuota al triunfo, pero Alvarez, que ya era un político popular, adquiere cada día mayor perfil.
"Hay que escapar al rol tradicional del vicepresidente en Argentina, que carga con dos síndromes: yo no quiero ser un vicepresidente inexistente, improductivo, ni tampoco uno que cobre existencia a través de su confrontación con el presidente", advirtió Alvarez.
El vicepresidente electo, que aparece en los medios como uno de los protagonistas claves del triunfo electoral, recordó que el vicepresidente es presidente del Senado, y desde ese lugar, dijo, va a trabajar por el buen gobierno y por la recuperación del prestigio de las instituciones públicas.
La Alianza es una coalición nacida en 1997 por el acuerdo entre la centrista Unión Cívica Radical (UCR), el partido de De la Rúa, y el Frente País Solidario (Frepaso), una agrupación de pequeños partidos de centroizquierda liderada por Alvarez, que arrastró consigo el voto progresista.
De acuerdo con la no gubernamental Fundación Poder Ciudadano, Alvarez es el líder político más pobre del país, pues apenas posee un apartamento, un automóvil viejo y su sueldo de diputado.
"Ojalá ser pobre en Argentina fuera tener los bienes que yo tengo", ironizó el vicepresidente electo. "Si el hecho de no haber incrementado mi patrimonio en estos años se ve como una virtud, entonces estamos muy mal en este país", añadió.
Un programa periodístico que consiste en una entrevista en la casa de personalidades populares estuvo a punto de fracasar hace pocos meses con Alvarez, y no por falta de interés y buena voluntad de las partes.
El problema fue que el apartamento de Alvarez era tan pequeño que no podrían ingresar las cámaras de televisión. La producción ofreció hacer la entrevista en otro lugar, pero él se negó. Entonces el programa salió, realizado en un rincón del living.
La conductora no dejaba de manifestar su sorpresa por la casa que tenía el dirigente. "¿Le parece muy fea ?", ironizó Alvarez, "Nooo… Sólo que nunca creí que un político podía vivir en una casa tan sencilla", respondió azorada la conductora.
De la Rúa tiene un perfil moderado, es de pocas palabras y reacio a la confrontación. En cambio, Alvarez es verborrágico, menos medido, lúcido en sus señalamientos. Se le considera el principal crítico de la gestión de Menem, a la que identifica directamente con la corrupción.
Apenas confirmada la tendencia que los daba ganadores este domingo, los dos salieron a saludar junto a sus esposas. Una vez que De la Rúa hizo la alocución de rigor como presidente recién electo, el público vivó a Alvarez y le pidió que también diga unas palabras.
Una hora después, cuando los dos se dirigieron a una multitud que se había reunido en la plaza del Obelisco en el centro de la ciudad de Buenos Aires, De la Rúa calificó a Alvarez como "el gran arquitecto político" de la Alianza, y le cedió primero la palabra.
El binomio se presenta todo el tiempo como una sociedad, aunque hay un acuerdo tácito de respeto a la voluntad del presidente para tomar medidas en última instancia. "Estamos más amigos que nunca", remarcó el lunes De la Rúa.
Profesor de Historia de 48 años, Alvarez festejaba el triunfo del domingo con gesto emocionado. Muchos observadores interpretaron al día siguiente que su semblante acusaba el impacto que siente un político que en pocos años consiguió un lugar destacado.
Pero la construcción de una fuerza política nueva, con dirigentes de prestigio, que se caracterizara por diferenciarse de la política clientelística tradicional de este país, había sido un trabajo que Alvarez se había propuesto hace ya mucho tiempo.
En sus inicios, era militante del Partido Justicialista (peronismo) y llegó a ser diputado. Pero en 1990, cuando el presidente Carlos Menem otorgó el indulto a los ex comandantes de la dictadura, él y otros siete legisladores abandonaron el partido.
Formaron entonces el Grupo de los Ocho, que luego derivó en el Frente Grande, y más tarde en el Frepaso. Allí se sumó otra dirigente que se tornó popular en poco tiempo, que no procedía de la política sino de los derechos humanos, Graciela Fernández Meijide.
Para 1995, el frente, aliado a otro dirigente justicialista que se había distanciado de Menem, José Octavio Bordón, peleó por la presidencia. Si bien Menem fue reelegido entonces y Bordón abandonó la coalición por diferencias irreconciliables, el Frepaso siguió adelante.
Dos años después, la UCR, que había perdido votos en las últimas elecciones, se alió con el Frepaso para frenar lo que se preveía como una estrategia del presidente Menem de forzar una reforma constitucional que le habría permitido presentarse a un tercer período.
El radicalismo estaba en baja pero tenía un dirigente con prestigio en la capital, De la Rúa, elegido primer alcalde de Buenos Aires en 1995. En este contexto se formó la Alianza, que ganó los comicios legislativos de 1997, un escenario que preanunció el triunfo del domingo.
Para los encuestadores y analistas políticos, es difícil detectar quién arrastró más votos el domingo. A simple vista, se sabe que el radicalismo tiene mayor número de afiliados en más distritos. Sin embargo, todos coinciden en que, sola, la UCR no hubiera llegado nunca.
"El Frente tiene un valor simbólico, y junto al radicalismo, en la Alianza, tienen mucha fuerza", interpretó el encuestador Manuel Mora y Araujo.
Ese símbolo es para muchos la semilla de un nuevo estilo de hacer política a partir de la construcción de consensos, y de la devolución a la función pública el prestigio que viene perdiendo hace muchos años.
Por el momento, un dato llamativo permite advertir que lo están logrando. Alvarez y Fernández Meijide, que se muestran como intérpretes de la gente común, son los únicos políticos a los que casi todos —dirigentes y ciudadanos— llaman por su nombre y no por su apellido. (FIN/IPS/mv/mj/ip/99