Pedro Maquieira, Juan Carlos Curbelo y Perla Galloso ejercen sus oficios casi desde niños. El fin de siglo los encuentra al borde del desempleo y con sus trabajos amenazados de extinción.
Pedro Maquieira tiene 61 años. Trenza mimbre para hacer canastos hace medio siglo. Hoy no puede vender sus productos, ni siquiera en los últimos meses del año, en los que aumentaba su actividad.
"Casi nadie me compra los canastos que le vendía a las almacenes para que prepararan regalos de navidad. Ahora compran los que importan de Asia, creo que de China, a la mitad de precio de los que yo fabrico", dijo a IPS.
Su situación, como la de muchos otros que ejercen oficios tradicionales en este país, es dramática. Como trabajadores independientes, pocos realizaron aportes a los organismos de previsión social y ahora se encuentran casi sin trabajo y con escasas posibilidades de obtener jubilación.
El panorama para la modista Galloso, de 62 años, es algo mejor. Hace 30 años cosía vestidos para la gente de su barrio y para grandes almacenes hoy desaparecidos.
"La gente ya no tiene tiempo para venir a probarse", dijo. Pero señaló a la obesidad como una ayuda para mantener en parte su fuente de trabajo. "Recibo a muchas gorditas que no encuentran talle y también trabajo para una boutique" (pequeño comercio), explicó.
"Los barcos factoría que vienen de Asia nos están matando a todos", agregó Juan Carlos Curbelo, un camisero al borde de los 70 años.
Curbelo explicó que "durante el viaje fabrican ropa, pagan salarios de hambre y nadie les cobra impuestos, por todo eso pueden vender a precios con los que no se puede competir'.
El camisero comentó a IPS que el aún tiene "algo de trabajo" porque "hay gente cuyas medidas físicas no les permiten usar ropa de confección". "Pero en todos los oficios sólo quedamos los viejos y cuando nos muramos no habrá sustitutos", dijo.
Pero, además, los camiseros de hoy "no hacen todo el proceso como nosotros: se reparten las tareas", pues "unos cortan la tela, otros arman la prenda y otros la cosen", explicó.
Estos ejemplos no son diferentes a otros oficios a los que el fin de siglo, la tecnología y la globalización les echarán unidos la última palada de tierra.
Los colchoneros, los afiladores, los escoberos, las lavanderas, los linotipistas, los hojalateros, los zapateros remendones y las hilanderas son algunos de los oficios que tienden a desaparecer.
Muchos de esos oficios se instalaron en este país de 3,1 millones de habitantes en sus albores, básicamente a través de las corrientes de inmigantes españoles e italianos.
Carlos Contrera, un fotógrafo que en 1996 editó el libro "Oficios del Tiempo" junto al periodista Andrés Alsina, destacó la humildad de esos trabajadores cuando preparaba esa obra.
"Se resistían a ser fotografiados. Consideraban que su tarea era tan pequeña que no merecía la menor atención. Cuando insistías y demostrabas interés, se abrían y era cuando afloraba toda su pasión por lo que hacían", relató Contreras.
La inmimente desaparición de la mayoría de los oficios impulsó al Ministerio de Educación y Cultura a organizar en el Museo de Antropología la exposición "Hacen así… así los oficios que terminan con el siglo".
La muestra se inauguró en octubre de 1998 y desde entonces fue visitada por un número inusual de personas, en comparación con los que suelen asistir a los museos, dijeron los organizadores.
"Merecería ampliarse con oficios que desconocemos del resto de América Latina y recorrer la región como homenaje a estos trabajadores del siglo que se va", dijo uno de los asistentes a la exposición.
En cada uno de los muñecos erigidos para representar al trabajador de un oficio se colocó la leyenda "oficio tradicional, patrimonio cultural".
La primera parte de la leyenda responde a que "el saber tradicional es el que se transmite de generación en generación y que no se enseña en ningún ámbito académico", argumentó la antropóloga Leticia Cannella, encargada del museo.
Con respecto a la segunda parte, dijo que se consideran "patrimonio cultural" porque es necesario proteger de alguna forma a esos oficios que fueron un estilo de vida y parte de la cultura, la historia y la identidad de los uruguayos.
El museo tiene también un área interactiva en la cual se puede trenzar y cortar cuero crudo, bordar y tejer, entre otras actividades.
El propósito de preservar la "vida" de estos oficios se materializó el día 18, al celebrarse el Día del Patrimonio, jornada en la que se abren al público los museos y todas las construcciones consideradas parte del acervo nacional.
Para ese día, el museo organizó una representación con actores, previa y exhaustivamente preparados, que asumieron la identidad de quienes ejercían diversos oficios.
Así, el público, en especial los niños, pudieron dialogar e interrogar a los trabajadores que ya no están y a otros que en breve tampoco estarán. (FIN/IPS/rr/mj/dv/99