La matanza perpetrada en Timor Oriental por milicianos y soldados indonesios estimuló en Estados Unidos el debate sobre los antiguos vínculos del Pentágono con Yakarta.
No sólo está en juego la futura relación entre la única superpotencia del mundo y las Fuerzas Armadas de Indonesia, el cuarto país del mundo en población, sino también la intención del Pentágono (Departamento de Defensa) de continuar siendo el más importante instructor y proveedor de armas de ejércitos del Sur en desarrollo.
Las autoridades militares estadounidenses, que ya estaban a la defensiva en materia de entrenamiento de algunos de los peores violadores de los derechos humanos de América Latina, temen que los ataques del ejército indonesio en Timor Oriental provoquen una nueva reducción de su cooperación con ejércitos extranjeros.
Altos funcionarios del Pentágono destacaron que las relaciones construidas a través de los años con altos militares indonesios, entre ellos el jefe de las Fuerzas Armadas, general Wiranto, fueron decisivas para persuadir a Yakarta de invitar una fuerza multinacional a Timor Oriental para restaurar la paz y seguridad.
Por otra parte, críticos del Pentágono sostienen que el papel de los militares indonesios en la violencia que siguió al plebiscito de autodeterminación del 30 de agosto en Timor Oriental prueba que Washington debe mantener distancia de ejércitos extranjeros abusivos.
"No puede haber prueba más concluyente de la relación entre la ayuda militar estadounidense y las violaciones a los derechos humanos en otros ejércitos que el caso de Indonesia", destacó el representante demócrata Barney Frank, del estado de Massachusetts.
El debate surgió en medio de informes sobre una fuerte resistencia del Pentágono a la decisión del presidente Bill Clinton, la semana pasada, de suspender los vínculos militares y la venta comercial de armas a Yakarta.
"El hecho de que la última sanción anunciada por el gobierno haya sido la suspensión de las ventas de equipos militares indica la influencia del Pentágono", señaló un funcionario del Congreso. "Esa medida debió haber sido la primera", agregó.
La demora no sorprendió a antiguos observadores de las relaciones entre Estados Unidos e Indonesia.
Desde los primeros años de la guerra fría, las fuerzas armadas estadounidenses cultivaron una especial relación con las indonesias, a las que otorgaron cientos de millones de dólares en equipos, entrenamiento y dinero.
Estados Unidos considera a Indonesia como un contrapeso regional de China, además de una gran fuente de petróleo, gas natural y materias primas, con una ubicación estratégica sobre el estrecho de Mallaca, por el que pasa el petróleo de Medio Oriente a Japón y más allá.
Washington también consideraba al ejército indonesio, pese a la política oficial de no alineación de Yakarta, como la única institución capaz de contrarrestar la supuesta subversión comunista en el gran archipiélago asiático y de proteger sus propios intereses allí.
"Para 1957, Estados Unidos ya había decidido que la forma de erradicar el comunismo en Indonesia era a través del ejército", afirmó Daniel Lev, profesor de ciencia política de la Universidad de Washington, en Seattle, y experto en asuntos indonesios.
Aquella aspiración se transformó en realidad durante el sangriento ataque del ejército al Partido Comunista de Indonesia, en 1965, que resultó en la muerte de unas 500.000 personas.
Aunque el papel específico de Washington en las matanzas no está claro, ex embajadores en Indonesia y funcionarios de la CIA (Agencia Central del Inteligencia) reconocieron ante periodistas que ayudaron a elaborar listas de supuestos comunistas y luego las entregaron a las autoridades militares.
La relación bilateral continuó floreciendo en la década siguiente, con el crecimiento de las inversiones estadounidenses en Indonesia y de la importancia de ésta como aliado regional clave de Estados Unidos tras su derrota en la guerra de Vietnam.
Cuando Indonesia invadió y ocupó la parte oriental de la isla de Timor en diciembre de 1975, después del retiro de las tropas coloniales portuguesas, Estados Unidos se negó a condenar a Yakarta, aunque se estima que asesinó a unos 200.000 timorenses orientales en el proceso de ocupación.
El entonces secretario de Estado Henry Kissinger, quien se había reunido con el presidente Suharto en Yakarta horas antes de la invasión, se enfureció cuando altos funcionarios sugirieron que Indonesia había violado la ley de Estados Unidos al usar aviones y buques de este país para invadir Timor Oriental.
Incluso Jimmy Carter, considerado "el presidente defensor de los derechos humanos", se abstuvo de formular críticas.
En los 20 años siguientes, Washington otorgó a las fuerzas armadas de Yakarta más de 1.000 millones de dólares en ayuda financiera, entrenamiento y venta de equipos.
Sólo después del fin de la guerra fría, cuando Washington emergió como la única superpotencia del mundo, surgieron nuevos cuestionamientos sobre el apoyo de Estados Unidos al ejército de Indonesia.
Tras la masacre por soldados indonesios de unos 200 habitantes de Dili, la capital de Timor Oriental, en noviembre de 1991, el Congreso estadounidense comenzó a restringir la ayuda militar.
Pese a la enérgica oposición del Pentágono, el Congreso prohibió la participación de Indonesia en el programa de Educación y Entrenamiento Militar Internacional (IMET, por sus siglas en inglés).
Cuando se descubrió que el Pentágono burló la prohibición al admitir oficiales indonesios en un "curso avanzado" de IMET si ellos mismos se lo financiaban, los legisladores reaccionaron con indignación.
Todavía determinado a mantener sus vínculos con la jerarquía militar de Indonesia, el Departamento de Defensa patrocinó calladamente más de 40 ejercicios militares conjuntos con las fuerzas especiales de ese país (Kopassus) en los años siguientes.
Sin embargo, luego que el periódico The Washington Post reveló el año pasado la existencia de esos ejercicios, el gobierno, bajo intensa presión del Congreso, suspendió el programa.
Kopassus es la unidad militar considerada la principal responsable de las violaciones a los derechos humanos y la organización de la violencia en Timor Oriental.
No obstante, tan sólo el mes pasado, el comandante de las fuerzas estadounidenses del Pacífico, almirante Dennis Blair, habría recomendado que Washington reanudara las maniobras conjuntas con fuerzas indonesias y el entrenamiento de éstas.
Paradojalmente, fue Blair quien informó a Wiranto la semana pasada sobre la suspensión de los vínculos militares.
Funcionarios del Pentágono también destacaron el papel de las conversaciones telefónicas de la semana pasada entre Wiranto y el jefe de las fuerzas armadas estadounidenses, general Harry Shelton, en la decisión de aquél de permitir una intervención extranjera en Timor Oriental.
Pero analistas independientes opinaron que el Pentágono exagera su propia influencia.
"Los ejércitos extranjeros responden a sus propios intereses nacionales e institucionales, no a los de Estados Unidos", escribió Benjamin Schwarz, ex analista militar de Rand Corporation, en el diario Los Angeles Times.
Lev, quien acaba de regresar de Indonesia, estuvo de acuerdo y calificó al Pentágono de "egocéntrico". (FIN/IPS/tra-en/jl/mk/mlm/ip/99