El movimiento "reformasi" iniciado en Malasia hace un año, tras la destitución del viceprimer ministro Anwar Ibrahim, mantiene su fuerza a pesar de la menguante concurrencia a sus actos públicos, según analistas.
El número de participantes en las manifestaciones no sirve para medir la fuerza del movimiento, y en realidad los partidarios de la reforma son más que antes, señalaron analistas políticos.
"Claramente, el movimiento de reforma iniciado a fines de 1998 demostró un extraordinario poder de permanencia", opinó Rustam Sani, presidente electo de la Asociación Malasia de Ciencias Sociales.
Otros observadores señalan que lo que comenzó como una protesta a favor de Anwar y en contra del primer ministro Mahathir Mohamad se ha transformado en un amplio movimiento por el cambio.
Aunque el enojo inmediato por lo que muchos consideraron una expulsión injusta cedió, la tensión todavía se siente en la vida cotidiana, agregan.
Algunos analistas señalan incluso que quienes hoy dan por muerto al movimiento "reformasi" podrían llevarse una sorpresa en las próximas elecciones generales, previstas para mediados del 2000.
Sin embargo, las manifestaciones organizadas por los seguidores de Anwar ya no congregan enormes multitudes como en septiembre del año pasado, tras la destitución del viceprimer ministro.
El 20 de septiembre de 1998, el movimiento en favor de Anwar alcanzó su clímax cuando más de 50.000 malasios inundaron la plaza Merdeka (Independencia), en Kuala Lumpur, para escuchar de su boca la proclama de reforma y demandar la salida del primer ministro.
La manifestación fue una de las mayores muestras de descontento en los 18 años de gobierno de Mahathir.
Luego, miles marcharon hacia la residencia del primer ministro, donde fueron dispersados por policías antidisturbios. Horas después, un escuadrón especial entró en la casa de Anwar y lo arrestó.
Multitudes enojadas aunque pacíficas llenaron las calles por meses en protesta por la expulsión de Anwar y su maltrato bajo custodia policial. Muchas veces los manifestantes fueron dispersados a golpes de bastón y chorros de agua.
Actualmente, esas protestas espontáneas ya no ocurren.
"Creo que las manifestaciones (del año pasado) fueron sólo una expresión de rabia por el mal funcionamiento del sistema", opinó el activista social Rajen Devaraj, uno de los cientos de personas detenidas por asociación ilegal. Posteriormente fue absuelto junto con otros, tras una larga batalla judicial.
Además, "existía la expectativa de que, si se presionaba lo suficiente, Mahathir se vería obligado a renunciar y la Organización Nacional de Malayos Unidos (ONMU) se dividiría", agregó.
Nada de eso sucedió. ONMU, el partido dominante en la coalición de gobierno, se mantuvo unido, pero también lo hizo el movimiento "reformasi", señaló Devaraj.
Los sitios del movimiento en la red de computadoras Internet son muy visitados, y el periódico opositor Harakah sigue siendo muy leído.
"El descontento todavía está allí, pero ahora tiene muchos más medios para expresarse", destacó Devaraj.
Por ejemplo, observó, el año pasado no existía el Partido de la Justicia Nacional (keADILan), fundado por la esposa de Anwar, Wan Azizah Wan Ismail.
Tampoco había un frente opositor unido con miras a las elecciones generales, añadió.
Gran parte de la energía que antes se descargaba en manifestaciones callejeras es absorbida ahora por la campaña electoral de una emergente alianza opositora.
La alianza estaría formada por keADILan, el Partido de la Acción Democrática, el Partido Islámico y el Partido del Pueblo Malasio.
Pese a sus diferencias ideológicas, estos partidos parecen a punto de anunciar un manifiesto común que prepararía el camino para la formación de un frente alternativo a la coalición gobernante Barisan Nasional (Frente Nacional).
En las últimas elecciones generales, la coalición de Mahathir obtuvo dos tercios de los votos y cinco sextos de los escaños parlamentarios.
Esta vez, sin embargo, los analistas prevén una votación más pareja. Otros incluso sugieren que Barisan podría ser derrotado si los malayos, que constituyen la mitad de la población de 22 millones, abandonan la ONMU.
Parte del problema de la ONMU es que el propio Mahathir no parece haberse adaptado la transformación que la cultura política de Malasia tuvo en los últimos años, según analistas.
La gente ya no acepta una callada política de deferencia bajo el disfraz del "respeto" y la "lealtad" feudal, señaló Rustam.
En favor de Mahathir, por otro lado, está el miedo al cambio. Los malasios que tienen mucho que perder atribuyen al actual gobierno la relativa estabilidad política y la armonía interracial. (FIN/IPS/tra-en/an/ccb/js/mlm/ip/99