Uno de los peores impactos ambientales de la larga guerra civil de Angola es la deforestación, además de la pérdida de tierras cultivables por culpa de las minas terrestres.
Si uno se interna con un vehículo en territorio angoleño en un radio de 50 kilómetros en torno a las capitales provinciales, sólo alcanza a divisar bosquecillos dispersos y ralos.
Es posible que sean árboles frutales, más valiosos por sus mangos y papayas que por la leña. O los árboles pueden pertenecer a una misión todavía en funciones y, por lo tanto, respetada.
También puede ser que se trate de un bosque donde los militares y el gobierno obtienen leña y por eso nadie lo toca.
De lo contrario, los árboles son cortados velozmente por las oleadas de desplazados que necesitan leña para cocinar y calentarse.
Un millón de personas deambulan sin rumbo fijo desde que estalló de nuevo la guerra en diciembre último, sumándose a los 1,5 millones que quedaron desplazados entre 1992 y 1994.
Esa población obligada a instalarse en áreas reducidas usualmente carece de cualquier medio de subsistencia e ingresos económicos, lo cual se traduce en un acelerado daño para la tierra y la vegetación.
"Todos los árboles a lo largo de la carretera han desaparecido", dijo Roque Gonçalves, de la ONG angoleña ADRA, señalando el camino que conduce desde Malange a Luanda, 350 kilómetros hacia el este. Hasta hace un año estaba flanqueado por eucaliptus de 30 años, pero ahora no.
Cuando el cañoneo comenzó en enero, Malange se vio inundada por 70.000 refugiados que cortaron los árboles y arrancaron los tallos de mandioca los campos. Ahora están construyendo un campo con miles de chozas de paja, asolando las costas de los ríos en la búsqueda de materiales de construcción.
Los bosques plantados por el régimen colonial portugués se redujeron desde la independencia en 1975, pero hoy, con las masivas oleadas de desplazados, la espesura desaparece a una velocidad alarmante. Cerca de Huambo, 3.000 hectáreas de eucaliptus fueron cortadas en los últimos tres años.
Las capitales provinciales, otrora rodeadas de bosques de eucaliptus y pinos, y también de especies indígenas, ahora están rodeadas de círculos cada vez más amplios de malezas estériles.
En las altiplanicies centrales, las precipitaciones torrenciales de la temporada de lluvias lavaron toneladas de tierra fértil ahora sin árboles, acelerando la erosión.
Durante el sitio de Kuito en 1993, que duró nueve meses, hasta los árboles ornamentales que se alzaban a lo largo de las calles fueron cortados para obtener leña y no se replantaron.
"Angola padece un agudo problema de deforestación", afirmó Heinz Fiechtmueller, un agrónomo que trabaja con la Cruz Roja en Huambo. "Ha llegado el momento de hacer algo", dijo.
Algunos podrían decir que alimentar a los hambrientos y curar a los heridos de la guerra son prioridades más urgentes. Sin embargo, operadores de ayuda humanitaria señalaron que las cocinas en los centros de alimentación necesitan carbón de leña, que ya escasea.
No es raro para los desplazados caminar distancias de 15 kilómetros para buscar leña. Temprano por la mañana y después del mediodía, largas filas de mujeres y niños se abren camino hacia los escuálidos campos transportando leña sobre la cabeza.
Si en uno de los puestos de control encuentran a un policía o un soldado, deben dejar una porción como "impuesto" a las fuerzas de seguridad.
Recientemente, el gobierno confinó cientos de miles de desplazados en las periferias de las sitiadas capitales provinciales. Alrededor de Malange, Kuito y Huambo están surgiendo por doquier centenares de chozas de paja.
Dada la escasez y la competencia por esos recursos naturales para poder construir sus cabañas, la gente debe alejarse considerablemente evitando los caminos conocidos y arriesgándose a ser víctimas de las minas terrestres.
En septiembre, en el hospital provincial de Kuito, de los 20 heridos por minas, 10 fueron niños menores de 16 años que pisaron un artefacto explosivo cuando buscaban leña, fruta o víveres.
Mientras una enfermera le venda el muñón sin suministrarle un analgésico, Augusto Kapako, de 10 años, se retuerce de dolor. Su madre explicó que estaba buscando leña cerca de Kuito en agosto y se internó en senderos que no estaban libres de minas.
La deforestación afecta a toda Angola, pero es peor en las altiplanicies centrales. Si bien la guerra no afectó tanto la árida provincia meridional de Namibe, la guerra redujo las áreas donde el ganado pastoreaba, empujándolo hasta un rincón contra el mar.
El sobrepastoreo y la pérdida de las costumbres nómadas provocaron una presión excesiva sobre el terreno. El viento acelera la erosión y el desierto costero lo invade cada vez más.
Los grandes bosques con árboles de teca de las provincias meridionales han desaparecido.
Jonas Savimbi, el jefe de la rebelde Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), admitió que su movimiento pagó con teca y marfil el apoyo militar sudafricano en los años 80.
En la lógica de una economía de guerra, que ya dura 25 años, los beneficios a corto plazo pesan más que la sustentabilidad futura, ya sea un campesino desplazado que corta árboles para obtener leña o un empresario que derriba árboles de teca centenarios en la zona septentrional de Cabinda.
Siendo el segundo productor africano de petróleo después de Nigeria, Angola no necesita ser tan dependiente de la leña como combustible. Actualmente bombea 800.000 barriles diarios de crudo y planea aumentar a dos millones por día en el 2000.
A ocho centavos de dólar el litro, su gasolina para automóviles es la más barata del continente. Sin embargo, el carburante sólo abunda en Luanda porque en las capitales provinciales es muy escaso.
Sería posible para Angola proveer combustibles baratos para su gente como parafina y querosene, pero la mayoría de la población es campesina y no es tenida en cuenta en las políticas de energía y bienestar socialdel país.
La campaña angoleña sigue estancada en la tecnología del siglo pasado, donde los agricultores zapan a mano la tierra, por ejemplo.
La Cruz Roja está tratando de resolver el problema. Ya plantó árboles e instaló enfermerías en las afueras de Huambo. En este momento, la prioridad es recolectar leña para las cocinas, los centros de alimentación para los niños desnutridos y los campos de despazados.
Fiechtmueller miró con orgullo a una docena de mujeres que plantaban en macetas de plástico retoños de árboles de crecimiento rápido para leña, y otras de crecimiento más lento para repoblar las especies indígenas.
Su tarea puede pasar desapercibida en medio de las urgentes necesidades de Angola, pero es un paso en la dirección correcta. (FIN/IPS/tra-en/ms/pm/ego-mlm/en-dv/99