Rusia reforzó hoy su ofensiva militar contra la rebelión islámica en la república de Daguestán que, junto con la crónica inestabilidad del gobierno, podrían amenazar a la joven democracia y agravar la situación social y política del país.
"La debacle militar rusa en Chechenia puso el fin definitivo a la esperanza de reavivar el orgullo imperial del país", dijo a IPS Georgi Derlugian, profesor de sociología en la Northwestern University, de Estados Unidos.
"Ahora, en vísperas de cruciales elecciones legislativas y presidenciales, la crisis en la zona norteña del Cáucaso podría provocar repercusiones apenas previsibles para la política rusa", sostuvo Derlugian, quien es autor de un libro sobre la desastrosa guerra de Chechenia (1994-96).
Daguestán está ubicada sobre el mar Caspio, en la confluencia de Europa y Asia, con 50.000 kilómetros cuadrados y una población de 2,1 millones de habitantes, divididos en más de 30 grupos étnicos. La violencia fronteriza con Chechenia ha ido en aumento en la zona en los últimos meses.
El presidente Boris Yeltsin declaró, como lo hizo años atrás poco antes de la guerra de Chechenia, que confía en que las fuerzas rusas puedan derrotar a los rebeldes islámicos de Daguestán (que cuentan con apoyo checheno), de acuerdo con supuestos planes presidenciales preexistentes.
Pero actualmente pocos rusos confían en la capacidad de planificación de Yeltsin.
El gobierno reforzó este viernes la cantidad de cazas, helicópteros y artillería rusa que combaten en Daguestán, mientras los separatistas, dirigidos por el jefe de la guerra chechena Shamil Basayev, se jactan de sus victorias en la región de Botlikh, cercana a la frontera con Chechenia.
Pero el fin de la rebelión no se vislumbra a pesar de la ofensiva y de las duras declaraciones del primer ministro Vladimir Putin.
Unos 1.200 rebeldes ingresaron a Daguestán desde Chechenia, que en la práctica goza de la independencia desde el fin de la guerra con Moscú en 1996.
Representantes de un organismo denominado Shura o consejo islámico, de Daguestán, aparecieron en Grozny, la capital chechena, y declararon la independencia de su país como estado islámico.
Los rebeldes exhortaron a los chechenos a apoyar a los musulmanes de Daguestán en su "lucha contra los infieles por la liberación del estado islámico de Daguestán de la ocupación" rusa.
Los insurgentes pertenecen al movimiento fundamentalista Wahhabi, pero aún no tienen el apoyo de la mayor parte de la población, cuya elite política y religiosa coopera con Moscú y recluta voluntarios para combatir a los insurgentes.
Funcionarios de Moscú culpan a innominadas potencias extranjeras de apoyar a los rebeldes. "Varios cientos" de combatientes paquistaníes y sauditas toman parte en el conflicto, según informes de prensa moscovitas.
Los wahhabis chechenos estarían vinculados con Arabia Saudita y probablemente con el régimen fundamentalista afgano Talibán.
Basayev confirmó su participación en la rebelión. Muchos chechenos lo consideran un héroe de guerra, pero también es requerido por terrorismo en Rusia, como líder de un ataque contra un hospital en la localidad rusa de Budyonnovsk donde se tomaron rehenes y 100 civiles resultaron muertos.
Rusia envió una carta al presidente checheno Aslan Masjadov instándole a reprimir a los rebeldes que operan desde Chechenia, pero el mandatario negó que grupos chechenos estén involucrados en el conflicto.
Masjadov también aseguró que la supuesta invasión desde Chechenia es simulada para engañar a Rusia y a la comunidad internacional.
No sorprende que el ex primer ministro ruso Sergei Stepashin reconociera el domingo que Rusia se arriesga a perder a Daguestán, considerada una de las razones por las cuales Yeltsin lo destituyó el lunes 9, sustituyéndolo por Putin.
El dirigente del partido Comunista Gennady Zyuganov dijo que la decisión de Yeltsin de sustituir al primer ministro en medio de la crisis de Daguestán sólo agravó la situación.
Pero mientras algunos vinculan la destitución de Stepashin a la situación en el Cáucaso, que se suponía debía resolver, otros sostienen que no logró imponerse a sus rivales políticos en anticipación de las elecciones parlamentarias previstas para el 19 de diciembre.
Un bloque opositor dirigido por el alcalde de Moscú Yuri Luzhkov convenció al ex primer ministro y diplomático Yevgueny Primakov, el político más popular del país, de ser el candidato presidencial de una fórmula que Yeltsin y Putin no podrán derrotar, según las encuestas de opinión.
Los observadores consideran que Stepashin, de 47 años, podría postularse como candidato presidencial de los partidos de derecha, contra Primakov y Putin, el heredero oficial de Yeltsin.
A diferencia de Stepashin, el primer ministro Putin decidió actuar y prometió que la rebelión de Daguestán será aplastada en dos semanas.
Putin, que dirigió el Servicio de Seguridad Federal, la sucesora de la KGB, tiene un perfil político bajo y se lo considera próximo a Anatoly Chubais, ideólogo del controvertido plan de privatizaciones de Rusia.
Chubais, a su vez, pertenece al círculo íntimo de Yeltsin, conocido popularmente como "La Familia".
A nadie le sorprendió que Yeltsin haya elegido al ex director de la SSF como primer ministro. Muchos zares y gobernantes rusos recurrieron a la policía secreta para gobernar. Stepashin también dirigió la SSF.
La sorpresa vino cuando Yeltsin declaró que Putin sería su candidato para sucederlo en la presidencia en el 2000.
Pero convertir a Putin en un candidato presidencial viable parece algo difícil. Actualmente, contar con el apoyo de Yeltsin es la peor publicidad que puede tener un candidato. Los analistas concuerdan que una victoria rápida en Daguestán, si Moscú derrota a los rebeldes, tampoco mejoraría su popularidad.
Sin embargo, se sabe que una guerra larga y sin conclusión, en Daguestán o Chechenia, se puede emplear como pretexto para declarar el estado de emergencia y cancelar las elecciones parlamentarias y presidenciales, previstas para diciembre y mediados del 2000 respectivamente.
Por ley, Yeltsin debe ceder el poder en el 2000. Pero en esta situación, Yeltsin y "La Familia" tienen la posibilidad de prolongar su vida política, aplazando decisiones estratégicas que se necesitan con urgencia en este país, enfrentado a la desintegracción.
Los combates en Daguestán son el mayor obstáculo interno que sufre Moscú desde la guerra con Chechenia, opinó Derlugian. "Si se pierde Daguestán, podría significar la involución o disminución del estado ruso", agregó. (FIN/IPS/tra-en/sb/ak/aq/ip/99