El agua parece un buen motivo para que estalle otra guerra en Medio Oriente, pero expertos sostienen que se podría evitar si la agricultura deja de ser la actividad principal de la región.
La región de la media luna fértil, que ahora abarca a Iraq, Israel, Jordania, Líbano, Palestina, Siria y parte de Turquía, antes estaba cubierta de bosques y habitada por gran variedad de especies animales domesticables. Allí nació la agricultura hace 10.000 años.
Sus pueblos "dominaron gran variedad de cultivos, desarrollaron centros poblados y una producción intensiva de alimentos, y la consecuencia fue que entraron en la modernidad con una tecnología avanzada, una organización política compleja y enfermedades epidémicas", señala el ensayo "Armas, gérmenes y acero", de Jared Diamond.
Pero al crear la agricultura y las estructuras sociales organizadas, también terminaron por destruir el ambiente, y convirtieron a la media luna fértil en una de las regiones más áridas del planeta.
La disponibilidad anual de agua por persona en la región pasó de 3.000 centímetros cúbicos en 1960 a 1.250 en la década del 90, y se espera que se reduzca a la mitad en los próximos 30 años, según un informe de 1996 del Banco Mundial.
"No creo que haya una guerra por el agua en Medio Oriente porque… lo que hay no alcanza para pelear, y su calidad tampoco es muy buena", señaló John Waterbury, rector de la Universidad Estadounidense de Beirut y coautor del libro "Centro y Periferia- Un enfoque integral sobre el agua de Medio Oriente".
También pesan el poder económico y militar. Lugares pobres y áridos como Jordania y Palestina no pueden lanzar una guerra contra sus poderosos enemigos que, a su vez, utilizan el control que ejercen sobre el agua para negociar armas.
Israel consume cerca de 90 por ciento del agua de Cisjordania, pero exige a los palestinos que disminuyan su consumo y restringe el suministro acordado con Jordania.
Omar Touqan, experto en recursos hídricos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no cree que se produzcan conflictos armados para resolver las disputas por el agua.
"Ni siquiera en la Jahiliyya (el medioevo árabe) luchamos por el agua (y) no hay razones para hacerlo ahora. A menos que un país tenga otros objetivos políticos, el agua no será el único motivo para librar una guerra", sostuvo Touqan.
"Este año, el volumen de lluvia de la región disminuyó 30 por ciento, pero el agua también es escasa por su mala calidad", agregó. Se calcula que 60 por ciento del agua disponible se pierde por la contaminación y los desagües.
No habrá grandes guerras, pero sí tensiones ocasionales como el enfrentamiento entre Siria y Turquía en septiembre, que casi se convirtió en un conflicto armado, señalaron analistas.
Una de las consecuencias fue la expulsión de Siria de Abdullah Ocalan, líder del separatista Partido de los Trabajadores de Kurdistán, de Turquía.
Turquía trabaja desde 1989 en el Proyecto del Sudeste de Anatolia, que consiste en construir 22 represas y 19 plantas generadoras de energía a un costo de 32.000 millones de dólares, lo cual inquieta a Siria y a Iraq porque disminuirán el volumen de agua de sus ríos Tigris y Eufrates.
Pero Turquía parece reconsiderar sus planes debido a las actitudes políticas de Siria, como la expulsión de Ocalan, y a la posibilidad de que se levanten las sanciones internacionales contra Iraq.
Israel anunció a Jordania que reducirá a 28 millones de metros cúbicos su cuota de agua de 55 millones por año acordados en 1994, debido a la sequía de este año. Siria ofreció su agua a Jordania, lo cual mejoró las relaciones bilaterales e inquietó a Israel.
"La sección del acuerdo de paz entre Israel y Jordania que trata la cuestión del agua no está bien pensada, ya que no considera las épocas de sequía. Jerusalén se puso difícil y Jordania hizo bien en recurrir a Siria", sostuvo Waterbury.
Las buenas relaciones entre Israel y Turquía, que se cree se basan en el agua, también preocupan a la región.
Turquía, que cuenta con mucha agua, ofreció enviar 3.500 metros cúbicos por día a Israel, Jordania, Líbano, Siria, los territorios de Palestina y los del Golfo, a través de la "Tubería de la Paz", en 1987.
Pero los árabes, que temen la hegemonía de Turquía en la región gracias a sus recursos hídricos, ni siquiera consideraron el ofrecimiento.
Egipto propuso suministrar agua a la Franja de Gaza, pero los palestinos rechazaron la oferta por temor a que su aceptación fuera interpretada como un reconocimiento de hecho a la jurisdicción sobre los recursos hídricos que se autoadjudicó Israel en 1967.
La tensión política y militar es mucha, pero algunos se concentran en buscar soluciones que funcionen en un clima de cooperación mutua.
Invertir en las redes de tuberías, construir plantas desalinizadoras y preservar la calidad del agua sería de gran ayuda, recomiendan los analistas.
Otros proponen una política de precios. Pero disminuir el volumen de agua destinado a la agricultura, que consume cerca de 70 por ciento, es una propuesta muy controvertida.
"Aumentar el precio del agua no es la solución, los ricos seguirán desperdiciándola igual que siempre", observó Touqan.
"No deberíamos sacarle el agua a los pobres aumentando su precio. Sería mejor quitarle un poco a la agricultura. De todos modos, eso sucederá, la pregunta es cuándo", dijo Waterbury.
Es posible que ciertos métodos de alta tecnología desarrollados en Silicon Valley, Estados Unidos, sean adoptados tanto por Israel como por Líbano, pero los críticos sostienen que ese modelo causa dependencia alimentaria.
Es probable que la desalinización sea la solución más utilizada en los países que pueden financiarla. El metro cúbico de agua de mar desalinizada cuesta entre 1,6 y 2,8 dólares, mientras el mismo volumen de agua reciclada se consigue por entre 30 y 60 centavos de dólar.
"Nadie podrá obligar a los países de la región a cooperar entre sí, ni siquiera Estados Unidos. Pero es posible que el Banco Mundial ofrezca financiar proyectos en los países que logren llegar a un acuerdo", sostuvo Waterbury.
Las posibilidades de que eso suceda serán mayores si se manejan los recursos hídricos como un derechos humano básico, como lo recomienda la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, las Ciencias y la Cultura. (FIN/IPS/tra-en/kg/ak/ceb/aq/en-ip/99