La primera semana de visita de un contingente de argentinos a las islas Malvinas desde la guerra de 1982 concluyó sin los graves incidentes temidos por el gobierno de este país sudamericano y con muestras de voluntad de mutuo entendimiento.
Un simbólico partido de fútbol entre el equipo de "Falklands" (Malvinas) y el del "Resto de Argentina", culminó el viernes con el triunfo de los isleños y una celebración en la noche en una taberna, en un clima de cordialidad y camaradería.
Lo que resta saber es en qué medida esta convivencia que se intenta retrotraer al menos a la situación existente antes de la guerra, puede llevar a los argentinos a recuperar la soberanía del archipiélago ocupado por los británicos hace más de un siglo y medio.
Ese sigue siendo el objetivo final del gobierno de Carlos Menem, que por el momento logró firmar con el de Gran Bretaña este acuerdo que permite la visita de ciudadanos argentinos a las islas. A partir de octubre, el vuelo que sale de Chile hará escala en un aeropuerto de Argentina.
En el primer contingente viajaron turistas, empresarios, un ex combatiente y periodistas y fotógrafos, que recorrieron las calles heladas de Puerto Stanley (Puerto Argentino), intentando dialogar, conocer y retratar a los isleños.
El empresario Alejandro Maglione, interesado en el turismo de establecimientos rurales, observó un "giro extraordinario" en la actitud de los isleños con el correr de los días. De la indiferencia inicial pasaron a celebrar juntos el cumpleaños de Maglione en una casa alquilada para la fiesta.
Este fue un arribo muy diferente al que recuerdan vívidamente los isleños, la invasión armada de 1982 dispuesta por la dictadora militar encabezada por el general Leopoldo Galtieri, que dejó como saldo el fracaso militar de Argentina frente a Gran Bretaña y la ruptura de relaciones entre los dos países.
Después de aquella sangrienta e inesperada invasión, que anuló todos los avances logrados en el plano diplomático para la recuperación pacífica del archipiélago, sólo los familiares de los muertos en combate pudieron visitar sus tumbas, con restricciones.
Hubo que esperar a 1990 para restablecer vínculos diplomáticos y comerciales con Gran Bretaña. Pero con los isleños, los resquemores y la desconfianza todavía reinan y es lógico, según ellos.
El 40 por ciento de la población de las islas -unos 2.500 habitantes- presenció la guerra, en la que murieron unas 700 personas, sufrió los bombardeos y las pérdidas. Sólo ver flamear allí una bandera argentina, celeste y blanca, los altera.
Eso fue lo que ocurrió cuando un argentino que viajó en el primer contingente colocó una bandera en el cementerio donde están enterrados los militares argentinos.
El incidente causó malestar y forzó al protagonista a disculparse públicamente en una carta que debió redactar bajo la presión de la cancillería argentina.
Con esa excepción, la convivencia fue considerada positiva por el gobernador de las islas, Donald Lamont, quien subrayó que es importante que los argentinos sean bien recibidos en las islas y que sepan que allí vive gente muy interesante de conocer.
Los viajeros encontraron que había numerosos isleños interesados en dialogar afablemente. Muchos recordaban los tiempos anteriores a la guerra, cuando cada tanto viajaban por algún asunto al continente, y hasta hay quienes recuerdan y hablan algo del español.
Una mujer nacida en las islas se emocionó al retomar contacto, por intermedio de una periodista radial que viajó, con una familia argentina que la había albergado en Buenos Aires durante dos años en la década del 70, cuando era una adolescente.
Otros recuerdan lo bien que fueron atendidos en el Hospital Británico de Buenos Aires y en otros centros de salud, y también reconocieron que aprecian la fruta, la carne, el vino y otros productos argentinos que no llegaban hasta ahora a las islas.
Esta primera visita coincidió con la llegada de un isleño a Argentina. El futbolista Martyn Clarke, de 19 años, viajó a Buenos Aires para ponerse a prueba en Boca Juniors, uno de los equipos más competitivos de la liga local.
La estrategia del gobierno argentino, muy criticada por dirigentes de la oposición, se plantea llegar a los isleños y convencerlos de la necesidad de que acepten discutir la soberanía del archipiélago.
Para ello, el canciller Guido Di Tella apeló a métodos que muchos analistas consideraron insólitos, como enviarle a cada uno de los isleños un regalo de fin de año: hubo en estos años películas, dibujos animados, tarjetas y cuentos infantiles.
Paralelamente, el Ministerio de Relaciones Exteriores fue reconstruyendo el diálogo con Gran Bretaña hasta permitir la primera visita de un presidente argentino a Londres. Menem viajó en 1998 y se reunió con el primer ministro británico Tony Blair y con la reina Isabel.
En marzo de este año fue el príncipe Carlos el que llegó por primera vez a Buenos Aires y manifestó su esperanza de que Argentina pueda "vivir amigablemente con otro pueblo democrático y moderno, un poco más pequeño, que vive a pocos cientos de millas de la costa".
"Espero que esto se produzca con espíritu de mutuo entendimiento y respeto, y que ninguno vuelva a sentir el miedo a la hostilidad", dijo entonces Carlos. Algunos, interpretaron sus palabras como un aval a la autodeterminación de los isleños, que es otra alternativa.
Argentina no tiene esperanzas de conseguir que Gran Bretaña devuelva las islas, tal como hizo con Hong Kong a China en 1997. Pero a diferencia de Hong Kong, donde 90 por ciento de la población es china, en las islas no vive un solo argentino.
Tampoco existe, hasta ahora, el menor contacto entre Argentina y Malvinas, como lo había entre China y Hong Kong, donde cada día miles de personas se trasladaban hacia uno y otro lado, y los negocios conjuntos prosperaban en una y otra parte.
En el caso de Gibraltar, no fue usurpado por Gran Bretaña sino cedido por España por el Tratado de Utrecht. Y, sin embargo, los dos países pueden hablar de soberanía, en cambio Argentina tiene la palabra prohibida.
De "eso" no se puede ni comenzar a hablar. Justamente, los demás temas como los recursos naturales -pesca y petróleo- o los vuelos a las islas, se pueden dialogar en la medida en que la soberanía sigue protegida debajo de un simbólico paraguas.
Ni Argentina renuncia a ella, ni Gran Bretaña se niega a discutir, simplemente, el tema está aparte de las conversaciones.
Esto no era así antes de la guerra. En los años 70 había turistas que llegaban a las islas y Argentina les suministraba petróleo y gas. Una línea aérea argentina tenía oficina en Puerto Stanley, y nadie temía por ello. Pero la guerra fue un brutal retroceso. (FIN/IPS/mv/ag/ip/99