(Arte y Cultura) ARGENTINA: Orozco, la poeta que apremiaba a Dios

Su callada tarea consistía en "apremiar a Dios para que hable". Era Olga Orozco, una de las más grandes poetas en lengua española, que cerca de los 80 años emprendió un viaje más al otro lado del mundo, esta vez sin pasaje de regreso.

"Con las palabras, viajo más allá. Las ordeno en versos como convoyes que me llevan a un trasmundo sin pasar por la puerta, es decir, sin morirme", explicaba hace poco la escritora argentina que falleció el día 15, tras meses de agonía.

"En esos poemas está muy presente una ausencia: la de un Dios oculto que de pronto muestra un matiz mínimo como un relámpago. Siempre inaprensible, tengo que desaparecer para captarlo. Yo misma tapo con mi cuerpo la fisura posible para intentarlo", decía.

Ganadora del Premio Juan Rulfo en 1998, Orozco transitó un largo camino desde sus primeros libros de poesía: "Desde lejos" (1946), "Las muertes" (1952), "Los juegos peligrosos" (1962), "Mundo salvaje" (1974).

Al menos otros cinco libros de poemas publicados entre 1975 y 1995 ya la habían consagrado, pero ella se lanzó al desafío de publicar cuentos, también notables. "La oscuridad es otro sol" y "También luz es un abismo", completaron la obra.

También recibió el Premio Gabriela Mistral, que otorga la Organización de Estados Americanos, y obtuvo al menos una decena de premios nacionales, algunos de ellos consistentes en becas que le dieron los recursos para seguir indagando en su objetivo.

Sus virtudes para el tránsito al otro mundo la llevaron a incursionar en el periodismo, pero no en cultura como cabría esperar. Con seudónimos, Orozco fue un lujo oculto en las páginas de horóscopos y correo sentimental de diarios y revistas.

Su mazo de cartas de tarot y sus videncias -una capacidad que descubrió siendo jóven cuando una vecina la hizo levitar- la transformaron en una sacerdotisa. Pero ella prefiere aprovechar esos "viajes" para una tarea mayor: la construcción poética.

"El tarot, las cosas ocultas, el ejercicio de la videncia, convocan a fuerzas oscuras y las traen del más alla. Yo vivo entre esos dos mundos", decía Orozco, como si se tratara de un segundo empleo.

A pesar de haber vivido una vida feliz, según su testimonio y el de sus amigos, reconoció hace poco que la tarea del poeta es un verdadero sufrimiento y sus reflexiones acerca de la forma de acercarse al arte la emparentaban un poco con Jorge Luis Borges.

"En el momento de escribir hay que tener una actitud observadora, hay que situarse como quien indaga. Los sueños corresponden a situaciones reales enmascaradas y a veces no es fácil descubrir qué hay debajo de ese disfraz. Escribir es intentar desenmascarar", decía.

"Para mí, no es un placer sino un deber, es mi manera forzosa de expresarme, pero me produce un profundo sufrimiento. Me sumerge hacia un fondo demasiado desconocido y me hace sentir unida a la superficie por una nada, y perdida sobre el camino de vuelta", añadía.

Como Borges, que a veces se consideraba un estorbo que intervenía en lo dado, Orozco también decía conocer el principio y el final de un poema. "Lo demás es territorio oscuro, es como un túnel, que lo atravieso dificultosamente viendo la luz al final", contaba.

En esa búsqueda, la poetisa se satisfacía de haber obtenido algunas respuestas acerca del más allá, "pero están en otro idioma". "Las tengo que descifrar porque son una incógnita todavía y es en esos mundos en los que indago cuando escribo", decía.

Al definir la poesía, el concepto que más la llenaba era el del estadounidense Howard Nemerov: "la poesía es una tentativa de apremiar a Dios para que hable". Aparentemente ella lograba ese milagro, según reconocían sorprendidos hasta sus colegas ateos.

De sus contemporáneos, entre los que se contaban Oliverio Girondo, Norah Lange, Enrique Molina y Alberto Girri, era la única sobreviviente.

En épocas de crisis lamentaba no poder escribir, pero su afán por construir con palabras la volvían una apasionada de crucigramas y juegos tipo "Boggle".

Cultivaba un perfil muy bajo, que la tornaban casi desconocida fuera del ámbito estrictamente literario. Pero entre sus seguidores era venerada y al momento de morir la rodeaban poetas jóvenes que la acompañaban en su viaje final como a la espera de una última revelación.

Orozco había nacido en la localidad de Toay, en la provincia de La Pampa, el 17 de marzo de 1920. La vastedad de los horizontes llanos, las lagunas profundas y las montañas de arena que cambian de lugar con el viento volvieron infinito su entorno.

Sus críticos, que la definían como una poeta surrealista, a veces, o neorromántica, otras, decían que se alejaba de la versificación tradicional y construía algo absolutamente propio.

Para Juan Gelman, el poeta argentino que la presentó al recibir el Rulfo, la poesía de Orozco era "única, poderosa y libre" como su autora.

"Tiene oleajes de fulgor que, al retirarse, dejan colmillos de furia y territorios sembrados de joyas", anunció a los lectores que todavía no intentaron develar sus misterios. (FIN/IPS/mv/ag/cr/99

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