Faduma Abdi Ibrahim se describe a sí misma como una zombi ambulante. En 1994 fue secuestrada en su casa de Somalia por una banda de 28 bandidos que la violaron por turnos durante meses.
"Cada día y cada noche rezaba para morir", recordó.
Los bandidos, que pertenecían a una de las milicias responsables de la actual guerra civil en Somalia, le dispararon en el brazo derecho y luego la abandonaron, creyéndola muerta.
Ibrahim, que ahora vive en el campo de refugiados de Kakuma, en Kenia, dijo que si bien algunas buenas samaritanas la salvaron de la muerte, personalmente no tiene ningún motivo para vivir. "Se apoderaron de mi vida y mi dignidad", expresó.
Ibrahim es una de las 250 sobrevivientes de violencia de género de todas partes de Africa que viajaron a Nairobi para prestar testimonio ante un Tribunal Africano de Mujeres, instalado a fines del mes pasado.
El simulacro de juicio, organizado por el grupo humanitario Al- Taller con el apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem), fue la primera audiencia pública donde se escucharon testimonios sobre violencia contra las mujeres en Africa.
"Se trata de un tribunal simbólico que permite a mujeres víctimas de violencia hacer públicos sus problemas", explicó Mary Okumu, quien dirige Al-Taller en Nairobi. Durante los dos días de audiencias, las testigos hicieron estremecedores relatos de todo tipo de actos violentos en su contra.
Otra mujer somalí que también vive en el campo de Kakuma conmovió hasta las lágrimas al tribunal cuando contó cómo los bandidos obligaron a su hijo a violarla.
"Mi hijo se negó diciéndoles que era su madre, pero no lo escucharon. Dispararon al aire y grité. Le dije a mi hijo que lo hiciera para que salvara la vida", relató.
La guerra civil en Somalia estalló en 1991 tras el derrocamiento del presidente Siad Barré. El país del Cuerno de Africa está ahora dividido en zonas controladas por distintos clanes que luchan entre sí.
Mujeres de Ruanda hicieron relatos similares sobre asesinatos y violaciones contra sus seres queridos durante el genocidio de 1994, en el que perecieron hasta un millón de personas.
Así mismo, mujeres de Etiopía expresaron preocupación sobre la creciente violencia cultural a través de prematuros matrimonios forzados. En algunas comunidades etíopes, muchas niñas son casadas a la edad de seis años.
Una adolescente keniana contó como un ministro del gobierno la violó cuando tenía 13 años. La joven, ahora de 16, tuvo que dejar la escuela cuando se dio cuenta de que estaba embarazada.
"l (el ministro) me amenazó y me dijo que no hablara. Dijo que no había manera de que una chica pobre como yo lo pudiera perjudicar, porque él estaba siempre con el presidente", relató al tribunal.
Sobrevivientes de la violencia doméstica también narraron sus padecimientos. Silvia Svanda, una directora de escuela de Zimbabwe, muchas veces se vio obligada a pasar la noche en casa de vecinos debido a los frecuentes ataques de su marido.
"Mi marido era realmente un individuo violento. Supuestamente, en mi casa, yo debía ser vista pero no escuchada. Para una mujer profesional como yo eso era imposible, y lo dejé", contó.
Svanda aseguró que no se arrepiente de haber puesto fin a esa relación abusiva tras enterarse de que su ex marido ahora está muriendo de sida. "Mientras creamos que no podemos vivir por nuestra cuenta, nunca saldremos de semejantes matrimonios", dijo.
Muchas sobrevivientes mostraron marcas en sus cuerpos, como dientes faltantes, cortes con objetos afilados o heridas de bala. Otras estallaban en un llanto histérico, un síntoma de trauma psicológico.
"Los testimonios ayudaron a destraumatizar a mujeres víctimas de violencia y a promover la reconciliación en diferentes sociedades", apuntó Inonge Leweanika, de Zambia, uno de los jurados del tribunal.
La sudafricana Martha Mudlala acusó al pasado régimen del apartheid, que gobernó hasta 1994, de obligarla a crecer en la pobreza.
La pobreza fue agregada a la lista de las diferentes formas de violencia padecida por las mujeres. "El apartheid se llevó nuestros derechos económicos y nos despojó de todas nuestras propiedades", afirmó.
Cuando era niña, Mudlala fue separada de su padre, que debió trabajar en Johanneburgo, y sólo se le permitió enviar a su casa 34 dólares cada dos meses para mantener a una familia de ocho. "Las leyes eran tan duras que no podíamos ir a visitar a nuestro padre en Johannesburgo", contó.
Su colega, Mama Lydia, dijo que debió cambiar su identidad para encontrar un trabajo decente durante el apartheid.
"Como negra, sólo podía obtener trabajo como sirvienta theid.
"Como negra, sólo podía obtener trabajo como