Una simple técnica de control biológico que utiliza cocos, una fruta abundante y barata de las zonas tropicales, podría convertirse en una alternativa contra la malaria.
Esta enfermedad, también llamada paludismo, es endémica en muchas partes del mundo, en ambientes tropicales húmedos donde abundan las aguas estancadas, y sus víctimas son los habitantes más pobres de los países pobres, que generalmente carecen de servicios sanitarios básicos.
La enfermedad mata anualmente tres millones de personas, casi el doble de víctimas del SIDA, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sólo en Africa mata a un millón de niños y en América Latina, Perú tiene una de las tasas más altas: el uno por ciento de su población está infectada.
La enfermedad es trasmitida por el mosquito Anopheles, que vive hasta los 3.000 metros de altura e inocula el parásito plasmodium en el organismo humano. Puede causar la muerte en un plazo de 72 horas si no se recibe tratamiento a tiempo.
"La mayor parte de las personas de las zonas de malaria tienen el parásito en su organismo, es decir viven de manera casi continua con la enfermedad, acuden al puesto de salud cuando les da fiebre, reciben medicamentos, pero cuando se sienten mejor los suspenden", señaló el infectólogo Luis Valdez.
Ello trae como consecuencia que la enfermedad se haga más resistente y permite el paso del parásito de la madre gestante al niño. Además, una persona puede completar el tratamiento a base de quinina, pero después de un tiempo el mosquito vuelve a picarlo y contaminarlo, añadió el experto.
Por eso, la mejor forma de atacar el mal es la prevención. Una de las formas tradicionales es la desinfección con insecticida de las ciénagas donde abunda el mosquito, pero los químicos son caros y generalmente dañinos para el hombre y el ambiente.
La microbióloga peruana Palmira Ventosilla, del Instituto de Medicina Tropical de la privada Universidad Cayetano Heredia de Lima, desarrolló un método de control biológico que usa el coco para hacer crecer un microorganismo que mata a las larvas del anopheles, pero es inocuo para otros seres vivos y el ambiente.
Este microorganismo es producido comercialmente en países industrializados, pero su importación es demasiado costosa para los países pobres que padecen la enfermedad.
Durante mucho tiempo, Ventosilla trató de encontrar el medio adecuado para el desarrollo natural del bacilo, conocido científicamente como Bti y finalmente lo encontró en el coco, una fruta que crece en abundancia en las zonas tropicales. El método es relativamente sencillo.
"Se introduce una pequeña cantidad de Bti al coco a través de un hoyo que luego es tapado con algodón y sellado con cera de vela. La cáscara dura del coco protege la incubación del bacilo y la leche de su interior contiene los aminoácidos y carbohidratos necesarios para su reproducción", dijo Ventosilla.
Después de dos o tres días de fermentación, los cocos son llevados a los pantanos donde se desarrolla el mosquito, se rompe el tapón y se les lanza a las aguas estancadas. Dos o tres cocos son suficientes para un estanque típico.
Las pruebas han demostrado que esa cantidad mata todas las larvas de la ciénaga y mantiene su eficacia hasta por 45 días.
"En realidad, la reproducción del Bti no es el problema. El trabajo mayor es lograr que los habitantes acepten que ésta es una técnica viable y efectiva", comentó Ventosilla.
La experta inició sus experimentos en Salitral, una zona semitropical de la costa norte peruana donde abunda el agua estancada y, por lo tanto, el mosquito trasmisor de la enfermedad.
Su población es básicamente campesina, con escaso nivel de instrucción, a la que fue muy difícil convencer de que dejara de usar insecticidas y adoptaran el "tratamiento del coco".
Para ellos era más fácil esperar las desinfecciones que periódicamente efectuaba el Ministerio de Salud y acudir al puesto de atención médica cada vez que tenían fiebre alta, escalofríos excesivos y sudoración intensa.
Pero ahora, tres años después y luego de comprobar su eficacia durante el fenómeno de El Niño -que hizo temer a las autoridades una expansión de la enfermedad por toda la costa norte peruana- participan con entusiasmo en las sesiones de entrenamiento.
"Traen sus propios cuchillos y cera de velas y se muestran muy interesados en aprender la forma correcta de empapar los tapones de algodón con el Bti, para inocular el coco", dice uno de los instructores del equipo multidisciplinario de Ventocilla, integrado por biólogos, entomólogos, sociólogos y antropólogos.
Un factor fundamental para la aceptación de esta alternativa fueron los niños.
Jorge Vélez, uno de los integrantes del equipo, ideó un método para enseñarles el ciclo de vida del mosquito y la forma de producir Bti usando cocos. Los niños se convirtieron en los principales impulsores del control biológico ante sus padres.
Con ayuda del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (CIID) de Canadá, el equipo de Ventosilla se encuentra listo para emprender el siguiente paso en caseríos del departamento de Madre de Dios, en el sur de la Amazonia peruana.
El objetivo es comprobar la hipótesis de que la vegetación colgante y las algas protegen al bacilo Bti de los daños que causan los rayos ultravioletas del sol, un factor que podría ser muy importante para el futuro refinamiento y extensión del programa de control de la malaria. (FIN/IPS/zp/ag/he/99