Tanto India como Pakistán pagaron altos costos por su último enfrentamiento en la región de Kargil, en Cachemira, y ahora enfrentan sus consecuencias políticas, militares y diplomáticas.
Ambos gobiernos vieron afectada su imagen en términos de credibilidad y competencia, y perdieron margen de maniobra en las relaciones diplomáticas bilaterales.
El conflicto comenzó hace más de tres meses, cuando fuerzas paquistaníes ocuparon alturas estratégicas del lado indio de la Línea de Control, que separa a ambos países en el territorio de Cachemira.
El primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, recibió duras críticas de los partidos de derecha de su país, tras comprometerse con el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, a adoptar "medidas concretas" para restaurar la Línea de Control que divide la región entre India y Pakistán.
Los derechistas acusaron a Sharif de haber traicionado a los "mujaidines", guerrilleros islámicos que luchan para arrancar Cachemira de la dominación india, luego de su reunión con Clinton, realizada el 4 de julio.
Sharif no tuvo en cuenta la importancia de los mujaidines para los partidos de derecha de su país, obsesionados con la cuestión de Cachemira, el único estado indio de mayoría musulmana.
Protestas callejeras realizadas este domingo mostraron que la oposición paquistaní, y sobre todo la derecha religiosa, salió fortalecida de este conflicto.
Según la prensa en inglés de Pakistán, sin embargo, una creciente parte de la opinión pública considera que la incursión militar en Kargil, formalmente una acción "autónoma" de los guerrilleros, fue una peligrosa aventura, iniciada sin prever sus consecuencias de largo plazo y destinada al fracaso.
Pakistán tenía mucho para perder si la incursión fracasaba, y lo único que podía ganar en caso de que tuviera éxito era la posibilidad de recuperar el glaciar Siachen, situado a más de 6.000 metros de altura, por cuyo control mantiene un conflicto con India desde 1984.
Sharif tiene posibilidades de superar la crisis porque, a pesar de todo, la oposición es débil y fragmentada.
Pero el conflicto de Kargil significará una importante carga para la economía de Pakistán, ya dañada por la crisis asiática, agravará los problemas políticos y retrasará el proceso de democratización, debido al crecimiento de la importancia social de los militares.
Todo esto es un duro golpe para las fuerzas moderadas y conciliadoras.
El gobierno del derechista Partido Bharatiya Janata (BJP) de India, en cambio, proclamó su "victoria" en Kargil, y lanzó una campaña de patriotismo que, si bien tuvo éxito en varias ciudades, no disminuyó los costos de las operaciones militares de Cachemira.
Según las cifras oficiales, murieron más de 400 soldados indios (aunque fuentes extraoficiales estimaron que hubo unos 2.000 muertos), otros 600 fueron heridos, y el costo total del conflicto fue calculado en 2.500 millones de dólares.
El gobierno indio recibe presiones para que aumente el gasto militar, y se prevé que la vigilancia de la Línea de Control de Kargil costará cerca de 1.000 millones de dólares por año.
Si las autoridades acceden a las demandas de que se aumente la recolección de datos por parte de los servicios de Inteligencia militar y se compren armas más avanzadas, el actual presupuesto militar de India podría legar a duplicarse.
Algunos medios de prensa criticaron duramente al gobierno por su incompetente manejo de la crisis, y los partidos de oposición pidieron una sesión especial de la Cámara alta del Parlamento para tratar el tema de Kargil (La Cámara baja fue disuelta hace tres meses).
En vez de acceder a esa demanda, el Poder Ejecutivo formó el fin de semana una comisión de cuatro miembros para investigar la crisis de Kargil, encabezada por K. Subrahmanyam, un conocido partidario del desarrollo nuclear de India.
Tres de los miembros de la comisión son también integrantes del Consejo de Seguridad Nacional, que demostró que no estaba preparado para enfrentar una crisis en Kargil.
La comisión no tiene potestades para pedir que se le entreguen documentos oficiales o convocar testigos, y probablemente no podrá responder las preguntas que se plantean sobre el manejo del conflicto y sus verdaderos costos.
El gobierno ha sido criticado por la forma en que aseguró el retiro de Pakistán, a través de una mediación estadounidense.
La mayoría de la opinión pública india ve a Estados Unidos como una potencia hegemónica, y el BJP está en aprietos para explicar su acuerdo con Washington.
Washington y Nueva Delhi niegan que haya habido "mediación", pero Estados Unidos también afirma que sólo "facilitó" un diálogo en el conflicto entre israelíes y palestinos, quienes confirman esa versión.
Hay un precio a pagar por la intervención estadounidense en favor de India, ya que es difícil para Nueva Delhi haber aceptado una mediación en el conflicto de Kargil, y a la vez seguir postergando indefinidamente que haya otra sobre el conjunto de la cuestión de Cachemira.
También será difícil para el gobierno de India rechazar las exigencias de Washington de que ponga freno al "fundamentalismo islámico".
El ministro de relaciones exteriores de India, Jaswant Singh, expresó su satisfacción por el hecho de que Washington considere a su país "un ancla de estabilidad" dentro de Asia, luego de reunirse el 25 de julio en Singapur con la secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright.
Quizá la consecuencia más negativa de la crisis de Kargil sea el retroceso de las gestiones para mejorar las relaciones entre India y Pakistán, y el aumento del peligro de un enfrentamiento nuclear entre ambos países.
Funcionarios y dirigentes políticos de India y Pakistán intercambiaron amenazas directas e indirectas de emplear armas nucleares en 13 ocasiones entre el 26 de mayo y el 30 de junio.
Esas amenazas incluyeron advertencias sobre el uso de "cualquier arma", alusiones a la "preparación total" para cualquier "desafío nuclear" y la afirmación de que las armas nucleares no son sólo para ser "exhibidas".
Siete de esos mensajes amenazantes procedieron de India y seis de Pakistán.
Esto puso en duda la convicción optimista de que las relaciones entre India y Pakistán se harían más maduras y moderadas por el hecho de que ambos países disponen de armas nucleares. Esas relaciones, en cambio, se caracterizan más que nunca por la inseguridad, el nervisosismo y la desconfianza.
La crisis de Kargil hizo que el sur de Asia emergiera como la región del mundo con mayores probabilidades de ser escenario de un desastre nuclear. El uso de armas nucleares en una guerra entre India y Pakistán parece mucho más probable que lo que fue su empleo en cualquier momento de la Guerra Fría. (FIN/IPS/pb/an/ceb- at/mp/ip/99