El proyecto de construcción de un teleférico en Machu Picchu, en Perú, provoca el enfrentamiento entre los empresarios turísticos y los defensores de principios científicos y ecológicos de preservación de los monumentos históricos.
Machu Picchu es una ciudad de piedra construida por los incas en una montaña, que fue descubierta intacta y deshabitada en 1911 por el arqueólogo norteamericano Hiram Binghan, de la Universidad de Yale. Visitada por unas 600 personas al día, es actualmente uno de los focos de atracción turística más importante de Perú.
El teleférico proyectado sería totalmente eléctrico, con capacidad para transportar 400 personas desde la base de la montaña, a 2.056 metros sobre el nivel del mar, hasta la estación situada a la altura de la ciudadela, a 2.442 metros.
Las empresas vinculadas al turismo aplauden el proyecto aprobado por el gobierno, porque esperan que incremente el número de visitantes extranjeros a Cusco y, por ende al resto del país.
Pero el Instituto de Cultura de Cusco se opone al proyecto, porque afectaría la preservación de Machu Picchu, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
El gubernamental Comité de Promoción de la Inversión Privada (Copri) decidió paralizar el proyecto ante las objeciones planteadas, aunque la empresa ganadora del concurso había iniciado los trabajos previos y desembolsado 600.000 dólares, en espera del pronunciamiento de la Unesco sobre las objeciones.
El presidente del Copri, Gustavo Caillaux, dijo que los estudios de impacto ambiental efectuados por la empresa constructora y el Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena) garantizan que el teleférico no afectará al monumento histórico ni el marco natural.
"El impacto será mínimo, el teleférico no tocará la ciudadela, estará construido de acuerdo con las normas técnicas suizas, en las obras no se utilizarán explosivos y la estación final estará a 300 metros del ingreso a la ciudadela incaica", afirmó.
Hasta ahora, las objeciones más difundidos contra teleférico se refieren a cuestiones técnicas y ecológicas. Pero se estima que en cualquier momento surja el aspecto más difícil de resolver -si se debe limitar la afluencia masiva de visitantes-, que actualmente se mantiene relegado por otros temas.
La discusión sobre el número de visitantes se planteó también en torno de otros importantes monumentos históricos en el mundo, como la Acrópolis de Atenas, la tumba de Tutankamon y las pirámides, en Egipto, y las grutas de Altamira, en España.
En Atenas, las autoridades consideraron innecesario limitar el número de visitantes, pero establecieron normas de conducta y áreas de tránsito autorizado.
En Egipto, el ingreso era irrestricto hasta hace 11 años, cuando unos 3.000 turistas visitaban cada día la tumba de Tutankamon o deambulaban alrededor de las pirámides.
En 1988 se iniciaron trabajos de preservación en la zona de las pirámides, importantes áreas estuvieron cerradas al público durante 10 años y la reapertura ocurrió sólo a mediados del año pasado, pero con ingreso controlado.
España adoptó una conducta diferente y prohibió las visitas a las grutas de Altamira, donde un artista pintó estilizadas escenas de caza en la era paleolítica.
"Aunque los visitantes se desplazaran por el centro de las cuevas, sin acercarse a las paredes, dañarían las pinturas, porque la respiración de los visitantes aumentaría la humedad del ambiente", expresó la parlamentaria María Ofelia Cerro, decidida opositora a la construcción del teleférico en Machu Picchu.
Pero los hoteleros y las agencias de viaje de Lima y Cusco, así como las autoridades, que incluyen el incremento de turistas como un objetivo de sus programas de desarrollo, no comparten los criterios adoptados en Egipto y España.
"Los arqueólogos quisieran que no se deje ingresar a nadie a ningún monumento histórico y admiten a regañadientes que se autorice un número limitado. Los ecologistas preferirían que ningún turista circule por las montañas ni ingrese a los bosques", dijo Aída Rebazza, funcionaria de una agencia de Lima.
"Si se habla de contaminación ambiental, tendrían que prohibir los autobuses que utilizan actualmente los turistas para subir hasta las ruinas de Machu Picchu, en tanto que el teleférico no originará ni ruidos ni emisión de gases de combustibles a base de petróleo", añadió.
En la acera de enfrente, el arqueólogo Walter Alva comentó: "El teleférico destruirá la autenticidad del monumento cuya importancia mundial se debe a su maravillosa conjunción con el ambiente natural que lo rodea. Por otro lado, implica un alto riesgo por la sobrecarga de visitantes que promoverá".
Y la historiadora María Rostworowski sostuvo: "Machu Picchu es un emblema del Perú, una joya que debemos proteger y al que una afluencia masiva de visitantes puede deteriorar. Hay que decidir sin apasionamiento, pero con criterio patriótico, pensando en los valores del pasado y del futuro, sin limitarse únicamente a la conveniencia material». (FIN/IPS/al/ag/cr/99