El acercamiento entre Perú y Japón, acentuado con la visita a esta capital de la princesa Nori para los festejos del centenario de la llegada de los primeros japoneses a este país, no ha podido vencer la resistencia de Tokio a regularizar la situación de miles de inmigrantes peruanos.
Debido a esta situación, indocumentados peruanos en el país asiático pidieron al gobierno de Alberto Fujimori una decidida intervención para regularizar su situación laboral.
Fujimori, sin embargo, no pudo avanzar mucho en ese tema durante su visita a Japón, pocos días antes de la presencia en Lima el 30 de mayo de la princesa Nori.
El gobierno y la sociedad japonesa mostraron al gobernante sudamericano en esa ocasión estar más dispuestos a aumentar la cooperación financiera y tecnológica, que en mejorar la situación legal de los inmigrantes peruanos.
Perú se ha convertido en los últimos tiempos en el mayor receptor de ayuda de Japón en América Latina, que suma hoy más de 3.000 millones de dólares.
La orientación del flujo migratorio entre ambos países se revirtió a partir de 1960, cuando Perú dejó de ser un polo de atracción de inmigrantes japoneses para convertirse de manera progresiva en exportador de trabajadores hacia las ciudades industriales de la nación asiática.
La población de origen japonés en Perú se calcula en unos 80.000, mientras los peruanos residentes en Japón suman cerca de 50.000, 30 por ciento de los cuales está indocumentado.
La mayoría de los peruanos que trabajan de forma legal en ese país tiene algún ancestro japonés, aunque las policías de ambos países han descubierto muchos casos de ascendencia fraguada, a través de "kosekis" (documentos de filiación) falsificados o practicándose operaciones a los ojos para simular rasgos físicos orientales.
Pero los dos grupos de inmigrantes: los japoneses en Perú y los peruanos en Japón, tienen diferentes actitudes en relación con el país en donde se han instalado.
Los japoneses llegaron a Perú en forma masiva entre 1890 y 1960 para trabajar, juntar dinero y regresar a su tierra, pero en su mayor parte se enraizaron e integraron a este país y muy pocos emprendieron el retorno.
En cambio, la mayoría de los inmigrantes peruanos en Japón, a pesar de su mayoritaria ascendencia familiar japonesa, manifiesta voluntad de regresar a Perú, y muchos han retornado al cabo de algunos años, después de descubrir que no eran tan japoneses como suponían ser.
"Sin duda, debe haber algo de japonés en la composición de nuestra personalidad, pero al llegar a la tierra de nuestros abuelos comprobamos que somos diferentes, que no es suficiente conocer un poco el idioma ni las costumbres familiares japonesas, y descubrimos que no podemos asimilarnos", dice Pedro Sato.
El escultor Pedro Runcie Tanaka y el poeta José Watanabe, ambos peruanos de nacimiento y con evidentes influencias culturales japonesas en sus respectivas expresiones artísticas, dicen casi lo mismo que el mecánico de automotores Sato.
Tal vez la explicación de este fenómeno radica en la diferencia de estilos o de ritmos de vida que puede percibirse entre una y otra sociedad.
En Tokio, Yokoama y otras ciudades, los "niseis" y "nikeis" peruanos, descendientes de primera o segunda generación de inmigrantes japoneses, encuentran insoportables las largas jornadas laborales, el tenso frenesí productivo y la fría, casi hostil, acogida de la población local.
Los "peruano-japoneses" trabajan en su mayor parte en los oficios más penosos y peor remunerados, aquellos que los "japoneses auténticos" rehusan.
En cambio, en Perú la comunidad de origen japonés, a pesar de que llega escasamente a 0,3 por ciento de los 25 millones de habitantes, ostenta un liderazgo político y cultural superior al de otras colectividades de extranjeros de mayor y más antigua presencia en este país.
La inmigración japonesa cumplió un siglo de antigüedad este año, pero desde el inesperado triunfo de Fujimori en las elecciones presidenciales de 1990 comenzó a interesar a los analistas el fenómeno del creciente y elevado nivel de participación e influencia social alcanzado por la comunidad "nikei".
Algunos documentos indican la presencia en 1612 de dos japoneses en Perú, pero es en 1899 cuando comienza la inmigración de trabajadores japoneses, casi todos ellos agricultores contratados para trabajar como peones en las haciendas azucareras de la costa peruana.
Las primeras olas de inmigrantes japoneses llegaron en 1899 y 1910: 6.295 trabajadores, entre ellos 230 mujeres, contratados a través de la empresa Morioka, de Tokio, que había intentado "colocarlos" en Estados Unidos y al no conseguirlo les buscó otro destino.
En 1900, Morioka remitió 91 japoneses a Bolivia, para que trabajaran recolectando caucho en la selva boliviana para una empresa norteamericana, pero la cancillería japonesa ordenó regresarlos a Perú por los maltratos e incumplimientos que soportaron.
La sobre explotación y el maltrato a los que eran sometidos en las haciendas azucareras de la costa peruana determinó que la mayoría de los japoneses las abandonaran al vencer sus contratos, o antes si podían fugar.
Los japoneses abandonaron de manera progresiva las haciendas para instalarse en granjas o pequeñas propiedades agrarias, especialmente en el valle frutícola de Chancay, a unos 100 kilómetros al norte de Lima, o para realizar trabajos artesanales o de comercio minorista en los barrios populares limeños.
Manteniendo una conducta de distancia social respecto de la población local, los japoneses hicieron venir a sus familiares para darles trabajo y los solteros concertaron matrimonios a distancia con muchachas de sus pueblos natales.
En la segunda generación, los "niseis", eran de forma predominante comerciantes minoristas, pero sus hijos ("nikeis") fueron impulsados a seguir estudios superiores e incursionaron en la industria.
A partir de 1950 surgen apellidos japoneses en lugares destacados de la práctica deportiva, y en la década del 60 irrumpe una generación de pintores y poetas de ancestro y acento japonés.
La investigadora Isabelle Lausent-Herrera señala que los primeros apellidos japoneses en las listas electorales se remontan a 1963, pero recién en 1980 fue elegido un descendiente de japoneses para ocupar una banca en el parlamento: el senador Enrique Yashimura, integrando una lista centrista.
Lausent-Herrera agrega que en ese mismo año una lista parlamentaria exclusivamente conformada por "niseis" se postuló en el Callao, pero fracasó de manera rotunda. Esto se debió, en parte, al rechazo de su comunidad de origen por el carácter exclusivista y no integradora de la lista.
También en 1980, cuatro descendientes de japoneses ganaron alcaldías distritales en Lima y en las elecciones parlamentarias posteriores participaron otros apellidos de ese origen.
Cuando Fujimori se postuló a la presidencia en 1990 la comunidad japonesa local no lo respaldó, y algunos de sus voceros consideraron "imprudente" su candidatura "porque podría estimular prejuicios racistas".
Sin embargo, como lo demostró su triunfo, los ciudadanos de origen japonés eran ya percibidos por la mayoría de los peruanos de los sectores populares, especialmente los de raíz andina, como más afines a su pensamiento que los políticos tradicionales, todos ellos blancos o mestizos casi blancos. (FIN/IPS/al/dm/pr/99