En el Caribe, al norte de su territorio continental, Colombia tiene una joya que ha ido perdiendo lustre por la superpoblación y la pobreza: la isla de San Andrés.
Se trata de la isla mayor de un archipiélago que completan Providencia, Santa Catalina, cinco bancos coralinos y diez cayos. San Andrés tiene 25,7 kilómetros cuadrados, Providencia 17,2 y Santa Catalina un kilómetro cuadrado.
Nicaragua ha incluido a estas islas en algunos de sus mapas oficiales, para respaldar una reclamación que Colombia no admite.
Topográficamente, San Andrés es una pequeña serranía cuya máxima elevación es de 55 metros sobre el nivel del mar. Los bosques de cocoteros son una constante del paisaje.
En todo el territorio de la isla, y especialmente en su área central y comercial, el emporio hotelero y turístico que floreció en los años 70 y 80 hoy está salpicado de tugurios y sufre una grave crisis de infraestructura de servicios públicos.
Cristóbal Colón tocó las blancas playas de las islas del archipiélago, a las que llamó Abacoas, en su segundo viaje a América, y se deslumbró con la fresca y exuberante vegetación.
En 1629 un grupo de puritanos ingleses y un puñado de leñadores jamaiquinos, comandados por John Pyn, fundaron el primer asentamiento, cultivaron algodón y frutales y crearon la empresa comercial Providencia Company.
Los isleños son colombianos pecualiares, por el legado africano de sus antepasados, la alta incidencia de la religión bautista de los colonizadores y el inglés trocado en bendé o caribbean english, que es el idioma oficial.
En los siglos XVII y XVIII, la ubicación estratégica de las islas en el mar Caribe, a sólo 700 kilómetros de las murallas de Cartagena, puerto de galeones cargados de oro o de esclavos, las convirtió en guarida ideal de piratas y filibusteros entre quienes se contaba el legendario Henry Morgan.
En 1848 San Andrés fue transformado en puerto franco, y esto le señaló un destino que ha sido la clave de su prosperidad y de su posterior deterioro.
La isla se convirtió en un centro de acopio de mercancías de todo el mundo, al punto que centros comerciales diseminados por todo el país fueron comúnmente denominados "san andrecitos".
Los nuevos vientos de la economía globalizada y la apertura económica determinaron que en esta década San Andrés fuera perdiendo sus ventajas comparativas, y se sumiera en la actual crisis.
Oscar Rueda, presidente de la Asociación Nacional de Agencias de Viajes, informó que entre 1995 y 1998 los vuelos desde el continente a la isla disminuyeron casi 20 por ciento, de 19.807 a 16.013.
En 1998 hubo un promedio de 74 vuelos mensuales entre Bogotá y San Andrés, y en el primer semestre de este año hubo sólo un promedio de 38 por mes, agregó.
Aunque sólo a fines de año se conocerán los resultados de un censo de població realizado el 31 de mayo, las proyecciones indican que en San Andrés hay 80.000 residentes, y en el conjunto del archipiélago unos 100.000.
Hace una década había 35.000 habitantes en la isla mayor, y las proyecciones indican que en el año 2010 la población llegará a unas 120.000 personas. La natalidad en la isla es 6,6 por ciento, mientras en el territorio continental es 2,8 por ciento.
José Miguel Otero, estadístico y jefe de la División de Asentamientos Humanos del Ministerio del Medio Ambiente, dijo a IPS que "la densidad demográfica sólo es catastrófica en situaciones de pobreza", y esto es lo que ocurre actualmente en San Andrés.
"No es la cantidad de gente en un lugar, sino su calidad de vida, lo que da la medida del problema", explicó el funcionario, señalando por ejemplo que hay zonas de Nueva York donde la densidad demográfica es muy alta pero los niveles de ingreso y la calidad de vida son altos.
Al borde del siglo XXI, los habitantes de las islas son víctimas de otra saga de piratas.
En San Andrés los servicios de agua potable y saneamiento básico son precarios, en parte por falta de planeamiento, pero sobre todo por ineficiencia administrativa con visos de corrupción.
Los informes oficiales retratan la crisis. Los dos últimos gobernadores están presos, acusados de malos manejos, y la próxima detención de por lo menos otros diez funcionarios es un secreto a voces.
Sólo 19,6 por ciento de los isleños disponen de servicios públicos adecuados. El agua de buena calidad apenas llega a 13,5 por ciento de la población, y la red de alcantarillado sólo cubre 10 por ciento del área urbanizada, principalmente en la parte comercial y hotelera.
Fallas en el suministro de energía eléctrica interrumpen a menudo el funcionamiento de una planta desalinizadora montada a comienzos de ésta década para compensar la falta de fuentes de agua. Sólo en la parte alta de la isla hay fuentes naturales, y el resto se abastece de pozos profundos.
Hay residentes que se quejan de filtraciones de las aguas servidas de los pozos sépticos a los pozos de abastecimiento de agua potable.
La planta de tratamiento de residuos, que en los años 80 fue ejemplo nacional, hoy es sólo un recuerdo de tiempos mejores, y el manejo inadecuado de 90 toneladas diarias de desechos afecta el ambiente.
"En 1980 denunciamos que San Andrés se encaminaba a convertirse en un tugurio flotante", declaró a la prensa local, a fines de mayo, Juvencio Gallardo, miembro del movimiento SOS (Sons of the Soil, o Hijos de la Tierra), que representa a los nativos.
"En ese entonces había en la isla unos diez barrios de tugurios. Hoy son mas de 40, según el inventario realizado por la Procuraduría General de la Nación", añadió.
El archipiélago, que desde 1991 pasó de la categoría de intendencia a la de departamento, tiene una ley que restringe la inmigración desde el continente, pero los políticos locales la violan en forma constante, buscando votos a cambio de tierras.
Las costumbres pacíficas de los isleños son otro de los atractivos para inmigrantes que huyen de la violencia continental.
Otero indicó que la situación crítica del centro de San Andrés es notoriamente diferente a la de otras zonas de la isla como San Luis y La Loma, donde los nativos son concientes del valor de la preservación del medio ambiente.
Las autoridades ambientales locales, con la Corporación Coralina a la cabeza, tratan de contrarrestar los estragos causados por la combinación del comercio, el turismo y la politiquería.
Por eso, a pesar de todo, los poetas siguen cantándole al embrujo de las islas donde la luna es verde y el mar de siete colores, por efecto de los bancos de coral y sus sedimentos. (FIN/IPS/EN-NP/mig/mp/99