Una exposición de fotos, objetos y sonidos permite conocer como vivían, pensaban y sentían los habitantes de esta capital en 1910, cuando Argentina vivía la euforia de un progreso que parecía no tener límites en espacio ni en tiempo.
Postales de una Buenos Aires soñada para 2010, con edificios y autopistas muy parecidos a los actuales, se mezclan en la muestra con fotos de entusiastas ciudadanos montados en globos y las de presidentes y sacerdotes inaugurando un subterráneo, con el gesto reverencial de aquellos que idolatraron el desarrollo.
"Buenos Aires 1910: Memoria del Porvenir" se llama la exposición que se inauguró en mayo en el Abasto de Buenos Aires, un edificio que albergó durante décadas un mercado de alimentos y hoy es un gigantesco "shopping" (centro de compras, cines y exposiciones) propiedad del financista George Soros.
Es el resultado de un trabajo conjunto del Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo, el Banco Mundial y organismos culturales argentinos y extranjeros, que cuenta con el auspicio de la alcaldía de Buenos Aires y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
La fecha elegida para el recorte es un hito. En 1910 se celebró con euforia el centenario de la Revolución de Mayo, que puso fin a la dependencia del entonces Virreinato del Río de la Plata de España.
Entre los ilustres visitantes para participar de las celebraciones estuvo la infanta Isabel de España y el presidente de Chile de ese momento, Pedro Montt.
Pero la muestra es también una oportunidad de conocer, mediante valiosos documentos de archivos y particulares, como vivían (y convivían) en esa época los habitantes de esta ciudad, como fueron construyendo el espacio urbano actual, y como imaginaban el futuro.
Así, puede verse que los contrastes socioeconómicos de hoy no son nuevos, que la globalización actual se parece mucho al "cosmopolitismo" criticado por socialistas de la época, que el individualismo imperaba y la solidaridad era un valor escaso y no como creen muchos argentinos nostálgicos que el pasado fue mejor.
En 1910 casi la mitad de la población de Buenos Aires era de origen extranjera, la mayoría procedente de España e Italia. Las fotografías muestran la pobreza de los inmigrantes en sus precarias viviendas, pero también sus oportunidades de progreso.
Hace 89 años Buenos Aires tenía 1,2 millón de habitantes, lo cual la ubicaba como la ciudad más grande de América Latina. A pesar que el territorio habitado de la capital era un quinta parte del actual, la construcción crecía más rápido que la población.
Más de la mitad de los nuevos propietarios de las viviendas que se construían sin descanso eran inmigrantes que invertían sus pobres salarios en edificaciones que dieron origen a muchos de los numerosos barrios que hoy tiene esta capital.
En contraste con la economía actual en la que decenas de miles de productores rurales están en quiebra y los precios de los productos agropecuarios devaluados, en aquel entonces los barcos cargados con alimentos partían sin descanso del puerto.
A comienzos de siglo, 95 por ciento de las exportaciones argentinas provenían del campo y el puerto de Buenos Aires, que identifica a los habitantes de la capital como "porteños", era la puerta de salida de más de 75 por ciento de las ventas al exterior.
Argentina fue el primer productor mundial de maíz en 1909 y segundo de trigo, después de Estados Unidos. Los principales mercados de destino estaban en Europa, donde "subsidios" o "competencia desleal" eran por esos años palabras desconocidas.
Justamente, la crisis económica de principios de siglo en Europa empujó a millones de campesinos a América y este país fue uno de los que más cantidad de inmigrantes recibió a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Muchos venían sólo para la cosecha.
La mayoría de los europeos que llegaban al país eran hombres de entre 14 y 40 años, más de la mitad solteros. Muchos de ellos se asentaron, se casaron y tuvieron aquí sus hijos, una generación de argentinos de piel blanca y rasgos europeos que accedió a los más altos niveles de instrucción.
Según los registros de la época que se muestran en la exposición, en 1910 cada día ingresaban al país unas 800 personas por el puerto de Buenos Aires, muy poca de las cuales regresaba a su tierra de origen.
La sociedad fue cristalizando así un mosaico heterogéneo de nacionalidades, culturas y religiones, ya que ninguno de los grupos nacionales, étnicos o religiosos se encerró en un barrio sino, por el contrario, se mezclaron formando así un auténtico crisol de razas.
Los puentes y caminos se reproducían al ritmo enloquecido de la aparición de los automóviles. Entre 1903 y 1913 el número de autos creció 120 veces, frente a la duplicación de la población.
Los servicios de cloacas, las redes de agua potable, el alumbrado público y las vías de ferrocarriles y subterráneos se expandían con rezago en relación a una demanda en expansión constante.
El tango, la música que nació en los suburbios, se afirmó en aquellos años como la melodía que mejor ilustraba la nueva vida de la ciudad, con la multiplicación de bares (negocios donde se consumen bebidas preferentemente alcohólicas), cines, teatros y clubes exclusivos para hombres.
Las tiendas con edificios de varios pisos y dividas en departamentos por tipo de mercadería, los teatros construidos a imagen y semejanza de los europeos, el hipódromo y los grandes parques que sobrevivieron hasta hoy pese al descuido, se ven en la muestra con el esplendor de lo recién estrenado.
La celebración del centenario de la independencia del país, un acontecimiento del que resultaba imposible entonces sustraerse, dio mayor impulso aún a este afán de progreso.
Desfiles, exposiciones internacionales, competencias deportivas, postales, libros, sellos y medallas, permiten hoy reconstruir una historia de la ciudad hasta ahora escondida detrás de algunas fachadas perdidas entre los edificios.
Planos de Buenos Aires, con la misma cuadrícula con la que fue fundada hace más de cuatro siglos, fotos tomadas por aficionados de varias esquinas que ya no existen y de rostros melancólicos, juguetes, enseres y otros objetos curiosos, son fragmentos de ese pasado que se pueden reunir como piezas de un rompecabezas.
Los visitantes, envueltos en el ambiente del Mercado del Abasto y la música de Carlos Gardel, se entregan al ensueño de una ciudad que tuvo historia, aunque casi no la conozcan.
Los mayores se emocionan y suman recuerdos propios a lo expuesto, mientras los más jóvenes descubren raíces perdidas y recuperan la memoria de un pasado que prometía mucho y más. (FIN/IPS/mv/dm/ed/99)