YUGOSLAVIA: Las guerras de opinión

La guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares, decía a principios de este siglo el primer ministro de Francia Georges Clemenceau.

Al finalizar el siglo XX, el de las grandes guerras, y a la luz del conflicto en los Balcanes, los militares opinan de forma totalmente opuesta.

Las guerras dejan poco lugar a la imaginación en cuanto a sus objetivos: conquistar territorios o imponer condiciones económicas y políticas. Las motivaciones publicitarias pueden ser muy variadas. Esta guerra de alta tecnología a la que se asiste diariamente por televisión no escapa a esta dura lógica.

Diez y nueve países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) quieren imponerle a Yugoslavia una serie de condiciones políticas, entre ellas la ocupación de una parte de su territorio por tropas de la alianza.

El detonante de la guerra, la primera que libra la OTAN en sus 50 años de existencia, han sido las acusaciones de limpieza étnica y desplazamiento masivos por parte de las tropas federales y en especial serbias, contra las poblaciones albanokosovares.

Serbia es la principal república de la Federación Yugoslava, y Kosovo una de sus provincias, la mayoría de cuya población es albanesa. Kosovo gozó en el pasado de una amplia autonomía política, que le fue eliminada por el actual gobierno serbio.

La OTAN inició las operaciones aéreas, consistentes en el bombardeo desde aviones que despegan de sus bases en Europa, con el objetivo declarado por sus autoridades políticas y mandos militares de destruir la maquinaria militar de Belgrado.

Han transcurrido casi dos meses, y lo que debía ser una breve e intensa campaña no tiene un fin a la vista.

De los blancos militares a los que se refería la OTAN en los primeros días se pasó a un bombardeo masivo, de "objetivos estratégicos", eufemismo que incluye puentes, fábricas, centrales eléctricas, edificios gubernamentales, depósitos de combustible, refinerías y hasta emisoras y repetidoras de televisión.

No se trata de "daños colaterales", como denomina la OTAN a los errores que causan víctimas civiles, sino exclusivamente a la sistemática destrucción de toda la economía yugoslava. A los 55 días del inicio de los ataques se cumplieron en un solo día 556 misiones aéreas.

Lo cierto es que el potencial militar de ambos bandos no puede compararse. De un lado un país de 10 millones de habitantes y, del otro, 19 países con más de 550 millones de habitantes, la unión de los dos bloques económicos más poderosos de la Tierra y, sin duda, de toda la historia (la Unión Europea y Estados Unidos y Canadá).

Y si la comparación es imposible en cuanto a proporciones económicas, territoriales y de recursos para la guerra, la desproporción es abismal en materia tecnológica. No se trata de una diferencia en cantidad, que ya es abrumadora, sino de calidad.

La OTAN, en particular Estados Unidos, ha podido bombardear durante 56 días a Yugoslavia sin que muera uno solo de sus soldados u oficiales. Los únicos muertos son resultado del accidente de un helicóptero Apache en territorio de Albania.

Incluso los pilotos de los pocos aviones derribados en las más de 30.000 misiones en los cielos de Kosovo y Serbia fueron rescatados sanos y salvos. Una nueva calidad de guerra. La situación es bien distinta cuando se trata de bajas civiles.

La OTAN tiene un dominio absoluto de los cielos y del teatro de operaciones.

A la vigilancia electrónica estratégica a cargo de satélites militares de observación, que además brindan asistencia para misiles y bombas inteligentes, agrega los AWCS (sistemas de radares montados en aviones de largo radio) y aviones E6A con base en Aviano, Italia, para el control directo del terreno y la lucha electrónica.

La lista de medios aéreos y navales empleados por la OTAN en los Balcanes es interminable. Ha desfilado todo el arsenal tecnológico disponible, con excepción de las armas nucleares, desde los más modernos caza bombardeos hasta los bombarderos invisibles B-2, las nuevas y viejas versiones de los misiles cruceros, y sobre todo mucha tecnología electrónica de avanzada.

La diferencia no se refleja en la comparación arma con arma, los Mig 29 Fulcrum de Yugoslavia con los F-15 o Tornados de la alianza, sino en el sistema integral, que le ha impedido a Belgrado prácticamente reaccionar.

Y, sin embargo, en varias capitales europeas e incluso en Washington, en los pasillos, y sobre todo en los mandos militares, comienza a hablarse de fracaso.

El ejercito yugoslavo, concebido por presidente Tito atendiendo más a la amenaza de una invasión soviética, está organizado y estructurado para una larga resistencia terrestre aprovechando el terreno montañoso y agreste y los miles de depósitos de armas, municiones y combustible para emergencias.

Estas previsiones fueron, con seguridad, reforzados durante los meses que antecedieron al actual conflicto, iniciado el 24 de marzo.

Fuera de cierta euforia propagandística inicial, nadie se atreve en la sede de la OTAN en Bruselas o en el Pentágono (Departamento de Defensa estadounidense) a afirmar con seriedad que la maquinaria bélica Yugoslava ha sido no ya destruida sino seriamente afectada.

Las consecuencias a nivel diplomático y político internacional tampoco dan lugar a mucha euforia en la alianza atlántica.

Rusia y China han consolidado, de hecho, un eje político diplomático mucho más sólido frente a la nueva situación creada por la guerra de los Balcanes, según lo señaló, entre otros, William Perry, secretario de Defensa estadounidense hasta 1997.

Luego, el bombardeo a la embajada China en Belgrado desató una gran ola de nacionalismo en este país.

India, por su parte, declaró que la nueva situación internacional aumentaba su necesidad de dotarse de nuevas armas nucleares.

Esta es una guerra de opinión pública, y es a la opinión pública que le temen todos los líderes de la OTAN, en especial el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.

Cuando el primer soldado estadounidense regrese a su país envuelto en su bandera y dentro de los fatídicos sacos negros, el fantasma de Vietnam volverá a recorrer el país, y el idilio del gobierno con la opinión pública puede revertirse fácilmente.

La última encuesta del diario The Washington Post y la cadena de televisión ABC, revelada el martes, mostraban que el porcentaje de apoyo en Estados Unidos a la operación iniciada casi hace dos meses pasó en solo un mes de 65 por ciento a 50 por ciento, en tanto que la oposición aumentó de 30 a 38 por ciento.

El respaldo al manejo de la crisis por parte del presidente Clinton en el mismo período bajó de 60 por ciento al actual 53 por ciento, según la encuesta.

Una invasión terrestre es la única solución militar a la actual situación. Esta es la opinión del General de cuatro estrellas Colin Powell, jefe de Estado Mayor durante la guerra del Golfo (1991) y del gobierno de Gran Bretaña, uno de los principales promotores de los ataques en la OTAN.

Una estimación militar de las bajas de la OTAN en caso de ocupación por la fuerza de Kosovo y de resistencia del ejército y las milicias yugoslavas se sitúan entre algunos centenares y varios miles.

Lo que es mucho peor es la perspectiva de un largo conflicto que se extienda a otros países limítrofes y que plantee la alternativa de una tercera fase: la ocupación total de Yugoslavia.

Suponiendo que el Senado de Estados Unidos, generoso a la hora de votar recursos para la ofensiva aérea, pero muy recio a nuevos compromisos militares, apruebe la invasión terrestre y que todos los aliados europeos se sumen a esta escalada, los plazos constituirán otro problema.

La alianza está sentada sobre una bomba de casi un millón de refugiados kosovares a los que antes de que comience el invierno boreal hay que encontrar solución. Y la preparación y ejecución de una invasión requerirá de no menos de 100.000 hombres y sus equipos.

Hasta ahora, los llamados "daños colaterales", si bien han rasguñado la imagen de la alianza más en su credibilidad operativa que en sus razones, no modificaron todavía el estado de opinión pública.

La perspectiva de bajas importantes en las tropas de la OTAN es el nuevo elemento estratégico que los dirigentes políticos deben evaluar.

Esto modificaría un concepto un poco cínico y extraoficial que se manejaba en Bruselas: "La alianza esta dispuesta a luchar esta guerra hasta el último misil y la última bomba, o a lo sumo hasta el último serbio o kosovar". —— (*) Claudio Nino realizó para IPS la cobertura y el análisis militar de las guerras de Irán e Iraq, Líbano, Angola y de las las Islas Malvinas, en los años 80. (FIN/IPS/cn/ff/ip/99

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe