El proceso de integración más antiguo de América Latina, la Comunidad Andina (CAN), cumple el miércoles 30 años, con la cara remozada, una institucionalidad envidiable, proyectos muy ambiciosos y las crisis puntuales de siempre.
En la azarosa vida de la CAN, conocida como Pacto Andino hasta 1997, el aniversario coincide con un momento sereno, cuando nadie discute su vigencia y culmina la década más floreciente de una larga marcha, después que por años lo que se hacía con la mano al firmar, se deshacía con el pie al caminar.
El primer trauma andino se produjo en su nacimiento, cuando uno de los países que comparte la cordillera de los Andes, Venezuela, decidió a última hora no suscribir el acuerdo que dio vida al bloque en la misma ciudad donde sus presidentes renovarán esta semana los votos integracionistas: la colombiana Cartagena.
Venezuela se sumó al Pacto Andino en febrero de 1973, después de negociaciones que atrasaron sus primeros gateos. Pero la alegria duro poco, porque en septiembre de ese año, el golpe militar en Chile abrió el alejamiento de ese país del grupo, que terminó de consumarse tres años después.
El secretario general de la CAN, Sebastián Alegrett, comentó que en la práctica fue en 1976, resueltos los casos de Venezuela y Chile, cuando el grupo pudo ocuparse de sus metas, que tuvieron inicialmente el modelo europeo como su referencia.
Alegrett recordó que el grupo andino nació de cero, sin un relacionamiento previo que se quisiera consolidar o la experiencia de una guerra que se quisiera no reeditar, sino por la mera vluntad política de rescatar la idea de la integración.
La creación de un mercado común andino fue, y es, el gran objetivo del grupo desde su nacimiento, pero la política de sustitución de importaciones bajo un modelo proteccionista, que dominó hasta avanzados los años 80, dificultó la marcha real.
La fórmula del ensayo y error marcó los intentos por crear un arancel externo común, que se quedó en mínimo común, la repartición por sectores del desarrollo industrial, el limitante trato común para la inversión extranjera y otros proyectos propios de un modelo cerrado, que afectaba el propio intercambio.
En lo político, la forzada convivencia de los gobiernos civiles y electos de Colombia y Venezuela, con las dictaduras que golpe a golpe se sucedieron en los años 70 en Bolivia, Ecuador y Perú limitaba tanto los entendimientos como las concreciones.
Una guerra entre Ecuador y Perú -repetida en 1995- empedró el camino en 1981, en el preámbulo de la crisis de la deuda que hizo de los 80 en la década perdida, también para la integración.
El intercambio retrocedió en medio del estancamiento económico, el incumplimiento de los programas y la pérdida de confianza e interés en el esquema andino, mientras una reforma avanzó tortugueante entre 1984 y 1988, cuando se estableció un protócolo modificatorio del Acuerdo de Cartagena.
Un año después, en 1989, a la sombra del neoliberalismo que se abría campo en América Latina bajo el dictado fondomonetarista, el Pacto Andino despierta de su modorra y comienza una segunda vida, para avanzar en un trienio más que los 20 años previos.
Los cinco presidentes, todos salidos de las urnas desde 1982, toman la integración en sus manos, en febrero de 1989, durante la segunda asunción del venezolano Carlos Andrés Pérez, y en reuniones semestrales remueven los obstáculos para completar una plena zona de libre comercio y avanzar a la unidad aduanera.
Son años dorados, en que los empresarios se suman para siempre al proceso, el comercio vive una multiplicación permanente, el Pacto es el bloque más avanzado del mundo en desarrollo, sus instituciones se modernizan y se pasa a un esquema de integración abierta, en que la marcha parece indetenible.
Pero no es así. En 1992, Venezuela se sumerge en una crisis institucional con el intento de golpe de Estado del ahora presidente venezolano, Hugo Chávez, en febrero, y Perú le sigue, en abril, con el "autogolpe" de Alberto Fujimori.
La crisis se mete en el pacto, cuando Perú se autoexcluye en agosto del cumplimiento de los compromisos comerciales, en un distanciamiento que obedece a su negativa de sumarse al arancel externo común de cuatro niveles, para mantener su esquema lineal.
Por tres años los presidentes no se reunieron y por cinco Perú estuvo con un pie dentro y otro fuera del bloque. Además, en enero de 1995 Ecuador y Perú reeditan su guerra fronteriza, en un episodio que evidenció la fortaleza de la integración, ya que el interés en no dañarla apoyó un rápido fin del conflicto.
Pero la voluntad de los cuatro socios activos afianzó la zona de libre comercio, completada en febrero 1993, y consolidó la unidad aduanera, vigente desde febrero de 1995, pese a que los impulsores de la resurrección fueron sustituidos por gobiernos acuciados por complejas crisis internas de gobernabilidad.
El año 1997 fue el de las clarificaciones y la reanudación de un ritmo muy dinámico, con el reingreso pleno de Perú tras un ultimatum de sus socios que lo mantuvo virtualmente fuera del bloque unos días, y la culminación de un profundo cambio institucional, que transforma al Pacto en la CAN.
El Pacto se caracterizó siempre por acompañar el proceso con la creación de instituciones financieras, legislativas, jurídicas, sociales y laborales, las que en 1997 se las integró y cohesionó en un Sistema de Integración Andino, con funciones específicas que rediseño el tablero andino.
Pero lo más importante fue la transformación de la junta técnica que acompañaba las decisiones andinas en una Secretaría General, con amplios poderes para formular y ejecutar políticas, un cargo que estrenó el venezolano Alegrett ese año.
Esa renovada institucionalidad se sustenta en más de 400 decisiones (leyes) de peso supranacional, la mitad de las cuales responden a la etapa de apertura e inserción en la globalización, con mecanismos ágiles y confiables de solución de controversias.
La operación del mercado ampliado se apoya en reglas comunes para los precios agrícolas, la sanidad agropecuaria, la industria automótriz, un sistema satelital conjunto, cielos abiertos, libre inversión y apertura parcial de servicios, y regímenes comunes en áreas como la industrial y medidas contra la competencia desleal.
La Corporación Andina de Fomento es ahora un banco de inversión que presta 2.500 millones de dólares anuales al bloque y suma como socios otros siete países latinoamericanos, mientras crece el peso del Tribunal de Justicia y el Parlamento Andino.
La Secretaría, con sede en Lima, logró que los cambios de gobierno dejen de ser temidos periodos de parar y remarchar en el bloque de 47.000 kilómetros cuadrados, 106 millones de personas, un producto interno de más de 260.000 millones de dólares y un comercio anual de 5.500 millones de dólares anuales.
El largo pero decidido camino en una asociación con el Mercado Común del Sur, pronto a cristalizar con Brasil, la voz única ante organismos y socios del Norte industrial, que se afianzará ahora con una política exterior común son otros logros de esta década.
Para Alegrett, "la columna del haber está llena" y eso explica que nadie dude de la vigencia de la CAN, cuando la crisis económica que comparten sus mayores socios revive tentaciones proteccionistas, como la que sacude estos días la frontera colombo- venezolana por el bloqueo al libre transporte terrestre.
"Ojala sepamos disipar a tiempo la tentación", dijo el secretario general en la página en Internet de la CAN, "porque detenernos significaría un retroceso que afectaría gravemente los esfuerzos de tres décadas". La cumbre presidencial del miércoles y el jueves dará la respuesta. (Fin/IPS/eg/if la/99