Zhang Li pasó tres años en el ejército de China. Luego trabajó como contador en una fábrica estatal, se casó y tuvo hijos. Parecía que todo iría bien, hasta que perdió sus piernas en un accidente de ómnibus y no pudo trabajar más.
Pensó que el gobierno no lo abandonaría. Hoy, a los 50 años, Zhang es un "profesional". Así se llaman a sí mismos los mendigos.
En la última década, las reformas de mercado transformaron a China, que dejó de ser un pobre estado asistencial y se convirtió en una gran potencia económica.
Sin embargo, los cambios también quebraron el clásico "tazón de arroz", símbolo de la asistencia estatal a la población que, solía decirse, nunca se agotaría. Mientras cada vez más chinos son capaces de enriquecerse, muchos otros se dieron cuenta de que resulta muy fácil caer en la pobreza.
Las ciudades de toda China, donde los militantes comunistas solían acudir al trabajo enfundados en mamelucos verde oliva, están ahora abarrotadas de gente vestida a la última moda occidental y de mendigos con ropa que parecen haber sobrevivido a duras penas la Revolución Cultural de los años 60.
No hay estadísticas oficiales sobre la cantidad de mendigos en China. Un funcionario de la oficina de seguridad de la municipalidad de Beijing calculó que sólo en la zona baja de la ciudad podría haber más de 400. A su vez, los mendigos afirman que en Beijing son más de 1.000, incluyendo niños.
Otros creen que las cifras reales son mucho más abultadas. Funcionarios y sociólogos prevén que aumentará la cantidad de mendigos mientras no cesen las empresas estatales despiden a trabajadores en aras de las reformas económicas, en todas las ciudades del país se verán más mendigos.
En la mayoría de los casos los mendigos proceden de las provincias más pobres y atrasadas, que acudieron a las grandes ciudades en busca de trabajo. Pero pronto se quedaron sin dinero ni posibilidades, y comenzaron a mendigar.
Gao Yuegin, docente de la Academia de Ciencias Sociales, estimó que Beijing alberga ahora a más de tres millones de personas procedentes de distintas partes del país que no tienen permiso para residir en la capital.
Casi dos de cada tres tienen trabajo. El resto, no. Gao cree que muchos viven con familiares pero otros están solos y deambulan por las calles.
La Oficina Estatal de Estadística sostuvo que el problema de la llamada población flotante comenzo a surgir a mediados de los años 80, cuando se inició la gran migración del campo a las ciudades debido al despegue económico de China.
Si bien al principio se mostraron reticentes a mendigar, muchos ex campesinos desesperados descubrieron que las calles eran más lucrativas que el trabajo regular. Algunos aseguran que pueden obtener hasta 2.000 yuan al mes (240 dólares), un ingreso más alto que el promedio de los salarios gubernamentales.
El propio Zhang dijo que comenzó a mendigar ante la perspectiva de lograr 34 dólares mensuales, una cifra que superaba su sueldo como contador en la fábrica estatal.
Nativo de la provincia central de Henan, severamente afectada por la pobreza, Zhang llego a Beijing hace 13 años. Para entonces ya había perdido a su familia, que lo dejó cuando no pudo mantenerla.
Al principio, Zhang trató de vender lápices y mapas, pero a menudo fue apresado en redadas policiales para reprimir a los vendedores callejeros sin licencia.
Dudó mucho en mendigar, dijo. Se lo sugirió un conocido que ya estaba en la "profesión". "Mi casa fue revolucionaria. Mi abuelo y mi padre combatieron en la revolución. ¿Como podía mendigar?", insistió Zhang.
Cuando le dijeron cuánto dinero podía obtener, Zhang decidió dejar a un lado el orgullo. Su conocido lo tomó como "aprendiz" a cambio de la mitad del dinero que pudiera obtener durante el primer mes.
Los mendigos de Beijing aseguran que su trabajo se ha "institucionalizado". En sus filas cuentan con veteranos, jefes de área y maestros. De tanto en tanto, alguien hace una recorrida para ver como marchan las cosas.
Sin embargo, los mendigos dijeron que la supervisión esta limitada sólo a los principiantes que, muy a menudo, son niños. Sus "clientes", por lo general, son ciudadanos comunes, porque los extranjeros no parecen creer que haya mendigos en China.
También tienen el tiempo establecido para cumplir con su tarea y evitar caer en manos de los policías, que patrullan las calles en horarios regulares y no ven la mendicidad con buenos ojos.
Los mendigos justificaron su actividad diciendo que el gobierno no hace nada por ellos. Está en vigencia un programa de bienestar desde 1994, que proporciona subsidios a los residentes pobres e incapacitados de las ciudades, pero los mendigos dijeron que el dinero del Estado es muy poco para poder vivir.
La relación entre el aumento de las migración rural a las ciudades y la difusión de la mendicidad no escapó a la atención del gobierno.
"El gobierno aprobó leyes para frenar el éxodo a las ciudades, pero a los migrantes no les importa mucho la legislación porque no es lo que buscan. Lo que necesitan es trabajar y ganarse la vida", apuntó Gao.
El economista Wang Quoqing, de la Universidad Popular, coincidió con Gao. "El gobierno debería crear oportunidades en las áreas rurales e implementar un buen sistema de seguridad social de manera de reducir o acabar con la migración", expresó.
Pero, como observó el propio Wang, "la mayoría de las veces esas políticas, incluso si han sido aprobadas, quedan en los papeles y nunca se implementan". (FIN/IPS/tra- en/pa/cb/js/ego/mj/dv/99