Las editoriales festejaron la venta de 1,2 millones de ejemplares en la novena Bienal Internacional del Libro de Río de Janeiro, cifra que revela la lamentable situación actual de la lectura en Brasil pero promete un buen futuro.
De los 552.000 visitantes de la feria clausurada el domingo, más de la mitad eran niños o jóvenes. La promoción de la lectura en las nuevas generaciones fue el principal resultado, según Roberto Feith, director de Comunicación de la Bienal y propietario de la Editorial Objetivo.
Aunque las ventas medidas en cantidad de libros se hayan duplicado respecto de dos años atrás, los empresarios y expertos del sector no se hacen ilusiones sobre el reducido mercado editorial brasileño.
La tirada inicial de un libro en Brasil es de 3.000 ejemplares como promedio. La cifra es similar a la de Noruega, pero este país tiene 4,4 millones de habitantes, mientras la población brasileña supera los 160 millones, destacó Luciana Villas-Boas, directora de la Editorial Record.
Los brasileños leen muy poco, algo más de dos libros por persona al año, según estadísticas de la asociación de librerías. Eso corresponde a la quinta parte de los europeos y cerca de la mitad de países latinoamericanos que leen más, como Chile.
Un total de 341 millones de ejemplares fueron vendidos en 1997, pero 45 por ciento son libros didácticos cuya compra responde a exigencias de educadores, no al deseo de leer.
Unos 100 millones son adquiridos por el propio gobierno para distribuirlos entre los 34 millones de alumnos de la enseñanza básica.
El analfabetismo, 14,7 por ciento entre los mayores de 15 años, de los cuales 32 por ciento son considerados analfabetos funcionales, influye en el reducido índice de lectura en el país.
Pero lo que más aleja los brasileños de la lectura es la pobreza, el bajo nivel de ingresos de la amplia mayoría de la población que no puede incluir libros, ni siquiera diarios, entre sus bienes esenciales.
Eso configura un círculo vicioso. Como hay pocos lectores, las tiradas son bajas y encarecen los libros, haciéndolos mas inaccesibles para los pobres.
El libro cumple así un papel de consolidación de las desigualdades, en lugar de promover la democracia social. Es una reducida elite económica e intelectual que constituye su mercado, según Villas-Boas, periodista que dirigió un suplemento literario durante muchos años antes de convertirse en directora editorial.
Esa capa privilegiada, no afectada por la crisis, permite el crecimiento de la producción de libros en el país, de cinco por ciento aun en este año de recesión econmica, según previsiones de los empresarios del sector.
Con los libros más baratos costando más de diez dólares, no debería sorprender la fuerte preferencia de la población brasileña por la telenovela. Por el precio de unos 20 libros se puede adquirir un televisor, que asegura entretenimiento e información durante varios años.
Siete libros equivalen al salario mínimo nacional, que es lo que ganan 2,8 millones de trabajadores activos y 12,2 millones de jubilados y pensionistas del sistema oficial de previsión social.
En 1986, un año excepcional, las ventas alcanzaron medio millón de libros, pues entonces se dispuso el congelamiento de precios y se produjo la consecuente elevación del salario real, en un fracasado intento de contener la elevada inflación brasileña.
Otro obstáculo es la escasez de librerías. Son solo 600 en todo el país, lo mismo que hay en Buenos Aires, suelen decir los expertos y editores.
De los 5.500 municipios brasileños, 89 por ciento no cuentan una librería siquiera, según la asociación de esos establecimientos de Río de Janeiro. En esta misma ciudad, considerada capital cultural del país, solo hay 164, concentradas en 39 de los 157 barrios.
La esperanza es que los niños de hoy, cuya inclinación mayor por la lectura produjo un auge de la literatura infantil, amplíen el mercado futuro del libro en Brasil. (FIN/IPS/mo/mj/cr/99