Más de 200.000 personas murieron en Somalia desde que el país se desintegró en feudos controlados por clanes tras la caída del ex dictador Mohamed Siad Barré, en 1991.
El puerto de Kismayo, considerado el pulmón del país en la frontera sur de Somalia, fue el escenario de feroces enfrentamientos entre facciones que luchan por obtener el control de la terminal marítima.
Sophia Giama recordó con amargura el asesinato en enero de su tío Abdizarak Hirsi Dheere y ocho personas más, en Kismayo. Los nueve fueron secuestrados por hombres armados que los encerraron en una choza y luego les pasaron por encima varias veces con un camión.
"Nadie merece una muerte tan cruel y sin sentido. El único crimen que había cometido mi tío era vivir en Kismayo", se lamentó Giama, quien buscó refugio en Nairobi y que en febrero, un mes después de la muerte de su tío, fundó el Grupo de Mujeres que Velan por la Paz.
"Velar es mantenerse despierto en el momento en que habitualmente se duerme. Somos un grupo de mujeres que nos mantenemos despiertas, esperando la llegada de la paz", explicó Giama.
El grupo, inicialmente integrado por unas pocas somalíes, tiene hoy más de 50 integrantes, entre las que figuran ciudadanas de países destruidos por la guerra como Burundi, Ruanda, Sierra Leona y Sudán.
Dheere fue asesinado el 16 de enero, así que el 16 de cada mes el Grupo de Mujeres que Velan por la Paz se reúne durante una hora en una pequeña habitación de hotel en la capital de Kenia para compartir sus experiencias.
La semana pasada, el grupo escuchó la historia de Simon Aruei, un hombre de Sudán cuya vida fue destrozada por la guerra civil que ya lleva 16 años.
El conflicto estalló en Sudán en 1983, cuando Aruei tenía sólo 15 años. "Estaba en casa con mis padres cuando aparecieron hombres armados y empezaron a incendiar casas, mientras le disparaban a la gente y robaban nuestras vacas, carneros y ovejas", recordó.
"Todo el mundo se escondió bajo las camas, detrás de las puertas y los árboles, cualquier cosa que sirviera para ocultarse", relató.
"Ese día murieron más de 300 personas, por los disparos. Yo los miraba sin saber qué hacer, y ellos no podían moverse así que sólo podían esperar que el enemigo acabara con ellos. Corrimos varios días, en busca de refugio seguro", dijo.
Aruei, hoy de 31 años, asegura no haber perdido las esperanzas de volver a reunirse un día con su familia. "No volví a ver a mis padres hasta ahora. Muchos parientes fueron muertos en el ataque", señaló.
Murieron más de dos millones de personas en Sudán desde que el rebelde Ejército Popular de Liberación de Sudán inició su guerra de guerrillas en mayo de 1983, según datos de las agencias humanitarias.
La historia de Aruei es similar a la de Joseph Lual, otro sudanés del sur que relató a IPS la historia de los 27.000 niños y jóvenes de entre seis y 18 años, entre los que figuraba él mismo, que caminaron durante semanas sin comida hasta llegar a Etiopía. "Muchos murieron en el camino", puntualizó.
Otros murieron de cólera en los campamentos de refugiados de Etiopía. Pero en 1991, la guerra por la independencia de Eritrea contra Etiopía obligó a los refugiados sudaneses a volver a su país.
Volvieron caminando al sur de Sudán, pero tuvieron que escapar nuevamente hacia Kenia. "Caminamos y corrimos durante semanas. En el camino, comíamos lo que encontrábamos, hojas silvestres, frutas y hormigas", relató.
Relatar las historias personales es parte del proceso de curación, señaló la activista de derechos humanos Pamela Collet, del Grupo de Mujeres que Velan por la paz.
"Cuando las personas se cuentan sus historias personales se liberan de un gran peso, y eso las hace sentir que pueden cambiar el curso de las cosas y retomar las riendas de su vida", explicó.
Giama declaró que el Grupo "lleva al mundo el verdadero sufrimiento de hombres, mujeres y niños atrapados en países en guerra".
"Nos proponemos informar detalladamente sobre las violaciones y la violencia, para que el mundo vea el rostro humano de la guerra. La vigilia es un momento de recuerdos y armonía, cuando la gente de todos los países se une para potenciar nuestra lucha por la paz y la seguridad de nuestras familias", indicó.
Giama advirtió que no hay mucha gente fuera de Somalia que esté enterada de que las mujeres son capturadas como botín de guerra. Es el caso de Abdiya, cuya historia fue relatada al grupo por su prima, Nasra Aweis.
Abdiya fue secuestrada de su casa en Mogadiscio en 1992 y llevada al bosque a rastras, luego de que los milicianos mataron a su marido e hijos.
"Un hombre atrapó a la hija de Abdiya y le aplastó la cabeza contra el piso, sosteniéndola de las piernas. La niña ni siquiera pudo gritar, ya estaba muerta", describió Aweis.
El hombre que mató a la hija de Abdiya se la llevó luego a su casa, como botín de guerra, y allí estuvo hasta que la propia esposa del miliciano la ayudó a escapar.
"Una mujer somalí tiene que ser muy valiente para admitir que fue violada, pero si no hablamos de estas cosas el mundo jamás sabrá lo que está sucediendo", sostuvo Giama.
Los miembros del grupo aseguraron que su fuente de inspiración fue el éxito de otros movimientos como la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Chile, que durante años marcharon por las calles con fotografías de sus seres queridos asesinados por la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
Pinochet está detenido ahora en Londres, a la espera del juicio de extradición a España, donde el juez Baltasar Garzón abrió proceso en su contra.
"Ya iniciamos la campaña. No podemos parar ahora. Hay cientos de miles de personas en Africa que confían en nosotras para que haya justicia. No esperamos que eso suceda pronto, pero al menos podremos detener las matanzas", declaró Faiza Abshir, fundadora del grupo.
Un grupo similar se organizó entre las mujeres refugiadas de Somalia en París, Francia. (FIN/IPS/tra-en/ja/mn/ceb/mj/hd/99