PORTUGAL: Los 25 abriles de un golpe alegre

Al mediodía del 25 de abril de 1974, parado encima de un vehículo blindado, un joven capitán anunció con un megáfono a la plaza que la dictadura había terminado, que el dictador estaba preso, que Portugal había cambiado para siempre.

A sus espaldas, en el cuartel policial de Largo do Carmo -una colina en el centro de Lisboa- se había refugiado Marcelo Caetano, jefe del gobierno y heredero de Antonio de Oliveira Salazar, fundador del "Estado Novo" portugués.

La multitud estalló en euforia. El capitán, Fernando Salgueiro Maia, bajó del blindado y se unió con sus tropas a la gente, marcando así de una vez el estilo de un golpe de Estado singular, diferente a los que, el año anterior, habían sacudido a Uruguay y Chile.

Hubo sólo dos muertos el 25 de Abril, cuando los aterrorizados agentes de la policía política, atrincherados en su cuartel, dispararon contra la muchedumbre que exigía rendición. Jamás hubo enfrentamientos, saqueos, desmanes, represión ni linchamientos: fue un golpe alegre, simbolizado no por fusiles, sino claveles.

La razón es que "en Africa, nosotros aprendimos a combatir en guerras de verdad, y a respetar la vida. Los militares latinoamericanos aprendieron matando estudiantes amarrados por la espalda," dijo en 1976 a IPS el mayor Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los líderes del 25 de Abril .

Los 300 oficiales golpistas del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), la mayoría capitanes, eran fruto del desgaste de 13 años de guerras coloniales en Angola, Mozambique y Guinea Bissau, que consumían la mayor parte del magro presupuesto portugués y llegaron a arrastrar al combate a 225.000 soldados, de una población de sólo ocho millones de personas.

Sin saberlo -admiten hoy todos ellos- los oficiales que querían dar un golpe para terminar con la dictadura y las guerras coloniales, se vieron súbitamente arrastrados por esas mismas multitudes a una revolución que no habían planificado y que convirtió a Portugal en foco de atención mundial.

"Ni yo ni nadie imaginó que ese golpe de Estado sería horas después una revolución, porque el país se incendió de norte a sur. Las masas transformaron un golpe militar clásico – sólo que en este caso de izquierda- en un movimiento revolucionario", dice Ernesto Melo Antunes, entonces mayor, probablemente el más politizado del grupo militar de 1974.

Concuerda Saraiva de Carvalho, jefe de la operación militar del 25 de Abril y luego el más radical de los líderes del MFA.

Al día siguiente de la caída del régimen, relata, se quedó repentinamente solo en la salita desde donde dirigió las operaciones.

Recogió los papeles, un mapa del Automóvil Club, pistolas y granadas olvidadas, apagó la luz, cerró la puerta y se fue a casa a tomar una ducha y almorzar con su mujer en un restaurante.

Como en los golpes clásicos, los cargos de Estado fueron asumidos por oficiales de alta graduación: la Presidencia de la República fue asignada por el MFA al general Antonio de Spinola, una figura militar de relieve que habia manifestado disidencias con el régimen, y la jefatura de las Fuerzas Armadas al general Francisco Costa Gomes.

Se formó también una Junta de Salvación Nacional con la que el MFA intentó mantener el control político del gobierno.

Entonces, el mayor Saraiva de Carvalho pensaba regresar a sus clases de la Academia de Guerra, pero en la calle comenzaba la ebullición, que lo empujó en cuestión de semanas a convertirse en el caudillo del ala radical de la revolución, el impulsor de la "democracia directa", de la ocupación de tierras y fábricas, junto a los comunistas.

Curiosamente, y pese a sus coincidencias, Saraiva de Carvalho y los comunistas nunca coordinaron sus acciones, y formaron probablemente los bloques mas antagónicos del aparato de poder.

El experimento revolucionario portugués duró exactamente un año y medio. Los partidos de izquierda obtuvieron la mayoría electoral, pero el poder verdadero descansaba en el Movimiento de las Fuerzas Armadas, sometido a tensiones ideológicas para las que nadie se había preparado.

La mayor parte de los oficiales de abril se alineó con el Partido Socialista de Mario Soares, de corte socialdemócrata. Otro grupo lo hizo con el Partido Comunista Portugués, de Alvaro Cunhal, mientras Saraiva de Carvalho dirigía el Comando Operacional del Continente, una estructura político-militar que controlaba las tropas.

Spinola y su discurso tradicional quedaron rápidamente fuera de lugar. El MFA disolvió la Junta de Salvación e instauró un Consejo de la Revolución con atribuciones legislativas. Costa Gomes asumió la Presidencia y un coronel procomunista, Vasco Goncalves, pasó a ser primer ministro.

Se desataron entonces las pasiones, y las discrepancias fraternales se convirtieron en hostilidades. El gobierno nacionalizó tierras y bancos, desarticuló monopolios, decretó aumentos de salario, congelación de precios, y Melo Antunes declaró en marzo de 1975 que Portugal vivía una "revolución socialista".

Fue el mismo Melo Antunes, junto a Vasco Lourenço -coordinador del MFA- sin embargo, quien el 25 de noviembre de 1975, aprovechó el alzamiento de un regimiento de paracaidistas cercano a Saraiva de Carvalho para reinstaurar la disciplina en las filas militares, y estructurar un gobierno de izquierda moderada.

Desde ese día ya nada fue igual. Desaparecieron los marineros y soldados de cabello largo y boinas con la efigie del Che Guevara. Pasado el "verano caliente", la revolución volvió a sus orígenes y Portugal empezó a ser una democracia occidental.

Los militares más radicalizados fueron desplazados de las posiciones de poder, y muchos pasaron a retiro o fueron castigados.

Los que permanecieron en servicio activo jamás volvieron a tener mando de tropas. Hace unos días, sin embargo, el parlamento portugués borró algunos resentimientos al restituir a los militares de abril sus carreras, rangos y beneficios.

Según Antonio Rosa Coutinho, el "almirante rojo", miembro del MFA y de la Junta de Salvación Nacional, y último gobernador de Angola, la revolución espontánea desatada en abril perdió impulso cuando culminó la descolonización de Africa, que había sido el detonante del golpe de 1974 .

En las colonias la situación se tornó inmanejable y en 1975 los portugueses entregaron apresuradamente poder a los movimientos de liberación. Timor Oriental fue virtualmente abandonado, lo que aprovechó el régimen indonesio para anexar el territorio y desatar un genocidio.

Transcurridos 25 años y matizadas las pasiones, la "revolución de los claveles" sigue uniendo a los portugueses, porque fue una revolución atípica, a la portuguesa, sin violencia.

El tema ocupa la atención de Portugal en estos días, en que los capitanes de abril, más gordos y canosos, celebran – junto a un país abiertamente agradecido- su minuto de gloria. (FIN/IPS/ak/md/ip/99

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