Las Fuerzas Armadas de Argentina se lanzaron de modo improvisado al combate contra los británicos en las Malvinas, estimuladas por el respaldo popular, admitió hoy el Ejército, al cumplirse 17 años del desembarco de tropas de este país en el archipiélago.
El jefe del Estado Mayor del Ejército, general Martín Balza, sostuvo que las Fuerzas Armadas no se proponían ir a una guerra que costaría casi mil muertos, sino ocupar las islas para negociar luego la recuperación formal de ese territorio del Atlántico sur que los británicos tomaron por la fuerza en 1833.
Pero el resultado fue un enfrentamiento que se prolongó más de dos meses, hasta la rendición de las tropas argentinas, que tuvieron 649 muertos, frente a unos 250 caídos en filas británicas.
Los militares, que controlaban el poder, tomaron la decisión de combatir cuando advirtieron el respaldo popular a la recuperación del archipiélago, sugerido el 2 de abril de 1982 por una gran concentración frente a la casa de gobierno, en Buenos Aires, aseguró Balza.
"En el nivel táctico -en las islas- no se pudo resolver lo que en el nivel estratégico, político y militar era sólo improvisación", dijo el jefe castrense, que participó de la guerra de las Malvinas y formuló además una severa autocrítica del Ejército por la represión ilegal perpetrada por la última dictadura (1976-1983).
La superioridad militar británica determinó la derrota argentina. A los muertos en el campo de batalla se sumó desde entonces el suicidio de más de 200 ex combatientes argentinos.
En un intento por dejar atrás ese pasado, y volver a la "situación prebélica", Buenos Aures y Londres intentan hoy avanzar hacia el restablecimiento de comunicaciones entre las islas y el territorio continental argentino.
Ya pasaron casi 10 años de la reanudación de relaciones diplomáticas entre los dos países, rotas tras la invasión militar, cuando la conservadora Margaret Thatcher gobernaba Gran Bretaña.
La guerra de 1982, impulsada por una dictadura militar argentina ya en retirada, anuló todos los progresos logrados hasta entonces por Argentina hacia la recuperación de las islas por la vía diplomática.
Gran Bretaña se había desentendido de aquellas islas lejanas y de escasa población. Pero el episodio de 1982 aumentó su interés y preocupación por el archipiélago, donde se produjo una verdadera revolución económica en la posguerra.
Los salarios de los malvinenses se incrementaron 700 por ciento. Las autoridades comenzaron a vender licencias a buques extranjeros para la pesca del calamar en torno de las islas y permisos para la exploración petrolera.
Los isleños, cuyo poder adquisitivo es ahora de los mayores del mundo, se niegan a aceptar el traspaso de la soberanía a Argentina, tal como reclama este país ante el Comité de Descolonización de la Oganización de las Naciones Unidas.
Por su parte, la cancillería argentina intenta infructuosamente desde la reanudación de relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, formalizada durante el gobierno de Carlos Menem, vencer la oposición de los isleños, a los que destina cartas y regalos.
Paralelamente, Gran Bretaña aumentó sus inversiones en Argentina, el comercio bilateral aumentó y empresas británicas participaron en la subasta de compañías públicas en este país.
Menem viajó en 1998 a Londres y se reunió con el primer ministro Tony Blair y con la reina Isabel II. Fue la primera visita oficial de un presidente argentino a Gran Bretaña tras la guerra de Malvinas.
El príncipe Carlos, heredero de la corona británica, devolvió este año la visita.
En Buenos Aires, Carlos expresó su "esperanza en que el pueblo de la moderna y democrática Argentina sea capaz, en el futuro, de vivir amigablemente junto a otro pueblo democrático y moderno, un poco más pequeño, a pocos cientos de millas de su costa".
Se refirió así indirectamente a la posibilidad de que Argentina reconozca el derecho de los isleños a la "autodeterminación", un principio que la cancillería argentina no acepta, porque implicaría renunciar a su reclamo de soberanía.
El gobierno de Menem, en cambio, quiere que los isleños acepten la reanudación de los vuelos a Argentina, y que permitan a los argentinos viajar al archipiélago con pasaporte nacional.
La única presencia argentina permitida en las islas es de periodistas y de familiares de los caídos en la guerra, que viajan en pequeños grupos y sólo pueden visitar el cementerio.
Argentina consiguió que Chile suspendiera los vuelos a las Malvinas desde la austral ciudad de Punta Arenas.
Así mismo, los socios de este país en el Mercado Común del Sur resolvieron impedir vuelos a las islas que no hagan escala en Buenos Aires, para forzar a los malvinenses a negociar la rehabilitación de las comunicaciones con Argentina.
La única comunicación aérea que mantiene Malvinas con el resto del mundo es un vuelo militar mensual de ida y vuelta a Londres.
El canciller argentino Guido di Tella se reunirá a fines de este mes con su colega británico Robin Cook, para intentar avanzar en este contencioso, que ha enfrentado a los dos países en el área de la diplomacia y en el campo de batalla.
Mientras, en las australes islas, de 12.000 kilómetros cuadrados, una población de menos de 2.000 personas sigue a la espera de la definición del estatuto del territorio en que vive. (FIN/IPS/mv/ff/ip/99