Una estadística aumenta en Colombia en forma proporcional a la crisis económica y la incertidumbre social, aunque muchas veces va ligada a los inescrutables misterios del amor: cada vez hay más suicidas.
En 1998, 2.000 colombianos decidieron poner fin a su vida y de ellos el 42 por ciento eran jóvenes entre 18 y 24 años.
Parejas de estudiantes cuyas relaciones son censuradas por sus padres deciden cortar el hilo de sus días mezclando cianuro en una copa de vino, como ocurrió a dos jóvenes de un pueblo minero, con tan buena o mala suerte para él, que sobrevivió a su enamorada.
Un cruce de datos entre el Instituto de Medicina Legal, la Fiscalía General de la Nación y la Policía Judicial indica que desde 1995 los suicidios se incrementaron de 1.590 a 2.000. En 1996 fueron 1.613 y en 1997, 1.692.
Profesionales con una imagen exitosa ante su familia, agobiados por las deudas, una mañana optan por lanzarse de piso 16 en un céntrico edificio de la capital.
Mujeres de clase alta que disponen de la vida de su esposo y sus hijos, de regreso de un paseo dominical deciden estacionar el automóvil a la vera del camino para "brindar por la felicidad" y beben licor envenenado, como ocurrió a comienzos de este año en la periferia de Bogotá.
El suicidio no tiene clase social. También este año, y con vino de manzana, la esposa de un barrendero de la central población de Ubaté resolvió cobrar fatalmente su infidelidad: cuando él regresó de trabajar su mujer y cuatro hijos yacían en el suelo.
La tendencia preocupa cada vez más a médicos, sociólogos y sacerdotes que intentan encontrar las claves que hacen que una decisión tan dramáticamente personal vaya camino de convertirse en un fenómeno social.
La psicóloga y tanatóloga Isa Fonnegra dice que nadie es totalmente suicida.
"El suicidio lleva consigo una ambivalencia: el suicida quiere y no quiere morir", afirma Fonnegra. "Cuando alguien está pensando en suicidarse, su campo de conciencia se estrecha y lo único que tiene en su mente es un tunel (donde todo es negro) con un gran rótulo que dice Salida".
Se rastrean conexiones entre el colapso de los carteles de la droga, la crisis económica y el aumento de suicidios en el sudoccidental departamento del Valle del Cauca y Cali, su capital, donde el año pasado 176 personas decidieron quitarse la vida.
Se apuntan hipótesis para responder por qué en Bogotá el sector en el que la tasa de suicidios aumentó más es el de los mayores de 60 años, y hay quienes afirman que en la zona cafetera a los suicidas los alienta el anhelo de salir en los periódicos.
Aunque en Colombia hay más hombres que mujeres suicidas, se ha constatado que en zonas cultural y geográficamente diferentes, como los departamentos de Cundinamarca, Arauca y Huila, y la zona metropolitana de Medellín, hay más víctimas femeninas. Esas son también las zonas donde el número de jóvenes suicidas es notable.
En cuanto a los métodos, las mujeres prefieren el veneno y los hombres las armas de fuego, pero la frecuencia de ahorcamientos y saltos al vacío amerita columnas aparte.
Crecen los servicios preventivos, habitualmente asociados a instituciones que trabajan con adictos a la droga o el alcohol. A la par con las líneas telefónicas astrales, se promocionan las de ayuda contra la depresión.
A veces al final del túnel que menciona la tanatóloga Fonnegra se ve una luz y el suicida potencial decide llamar a un telefóno de ayuda como el de la Secretaría de Salud de Bogotá.
En 1997, un grupo de psiquiátras y psicólogos atendió 10.000 llamadas, 25 por ciento de las cuales correspondían a personas que contemplaban la posibilidad de suicidarse.
Los que llaman preguntan, por ejemplo, por los efectos de alguna pastilla y dicen que es para un pariente en grave riesgo. A veces logran establecer una conversación que les permite desahogarse, pero nunca dan sus datos personales.
"Uno siempre queda pensando en las posibles historias que hay detrás y la conclusión es que cualquiera puede suicidarse", dice un médico que prestó atención en una de las seis líneas abiertas 24 horas que hay en la capital colombiana.
Los diarios y la televisión dan cuenta de lugares predilectos por los suicidas, como el viaducto ubicado a las afueras de la ciudad de Bucaramanga, al noreste de Bogotá.
Se trata de reseñas casi siempre escuetas, sin muchas arandelas, porque parece que mientras aumentan los suicidios y la cifra anual de homicidios bordea los 30.000, decrece el gusto por la crónica judicial.
El 70 por ciento de la población de Colombia, de 38 millones de habitantes, vive en centros urbanos, resultado de una brusca expulsión del campo, por violencia política y económica, lo que según los expertos explicaría muchos suicidios.
Los suicidas de hoy ya no encuentran biógrafos imaginativos de sus últimos instantes, como Ximénez, el cronista judicial de la Bogotá de los años 40.
Con picaresca propia de folletín, Ximénez deslizaba en los bolsillos de las víctimas algún poema de su autoría, como "melancolía, melancolía,/ afán de amor sin conseguir,/ fuga fatal de la alegría/ en un constante maldecir".
Así, daba cierto lustre romántico al más vulgar de los suicidios y, de paso, garantizaba detalles inquietantes para entretener a sus lectores y, con frecuencia, también despistar a la policía.
Ximénez mataba sus noches de reportero de crónica roja en cafetines de mala muerte y estaciones judiciales.
Su olfato para el crimen lo llevaba, con frecuencia, hasta el Salto del Tequendama, el sitio predilecto por los suicidas de la parroquial ciudad que se conmovía con los relatos del cronista.
"Bajamos en cuatro patas, literalmente, por un húmedo, siniestro, áspero sendero que conduce a una peña. Allí, repechando el propio borde del abismo, adelantamos las cabezas hacia el vacío", narró Ximénez en su última crónica. El viento y la humedad le produjeron una pulmonía mortal.
Aunque las cifras de suicidios van en aumento, o tal vez por eso mismo, tampoco han vuelto a surgir pintores que inmortalicen a sus protagonistas.
En 1965, la pintora Beatriz González recibió el premio del XVII Salón Nacional de Artistas por su serie de tres óleos "Los suicidas del Sisga".
"Yo pintaba niñas pero eso no era nada. Hasta que un día abrí el periódico y me encontré una foto de prensa de 'Los suicidas del Sisga' (…) Fue la llave que me llenó de alegría y me liberó del agotamiento", dijo años más tarde la artista. (FIN/IPS/mig/ag/pr/99