Diversas especialidades médicas discuten sobre el nivel de adaptación fisiológica de la población de las zonas altoandinas de Perú, en donde más de 220.000 personas viven por encima de los 4.000 metros sobre el nivel del mar.
Se trata de una población, en su mayor parte de ascendencia indígena, instalada en esa zona por varias generaciones, y el estudio de sus respuestas fisiológicas, investigada por la "medicina de altura", proporciona valiosa información científica.
El interés de la comunidad científica internacional ha convertido la zona en un gigantesco laboratorio natural, en donde se mide el impacto biológico de la residencia prolongada en condiciones adversas para la supervivencia humana.
En las grandes altitudes disminuye la proporción de oxígeno en el aire, aumenta la sequedad y son más intensas las radiaciones solares, ultravioleta y cósmica ionizante, condiciones que afectan la fisiología humana.
Para algunos cardiólogos, "el alto grado de eficiencia física" de la población altoandina en Perú y Bolivia, en comparación con el que pueden desplegar en la zonas altas las personas procedentes de la costa, revela una exitosa aclimatación.
Destacan también que en las competencias que se realizan a cualquier nivel de altitud los deportistas de origen serrano predominan en las pruebas de resistencia, como las maratones, que en Latinoamérica suelen ser ganadas por atletas de Bogotá, Quito, La Paz, Puno y Huancayo, todas ellas ciudades serranas.
Pero otros especialistas médicos discrepan con esta apreciación y sostienen que las zonas altoandinas las tasas de mortalidad neonatal, materna y neta son más elevadas, y que son mayores los índices de eritrocitosis, bocio endémico, malformaciones congénitas, hiperplasias y hemorragias.
El tema forma parte de los estudios de la Eco Sensibilidad Humana, que en el caso específico de la altura interesa especialmente a las investigaciones espaciales y a la medicina deportiva, asunto que ha sido abordado en tres congresos mundiales de medicina especializada.
En Perú, centraliza los estudios el Instituto de Investigación de Altura (IIA), de la Universidad Médica Cayetano Heredia, que cuenta con la colaboración de la central espacial estadounidense NASA y la Universidad de Baylor, del mismo país.
El IIA fue creado en 1961, año en el que se hizo la primera investigación sistemática en altura mediante una expedición conformada por varios especialistas médicos.
El instituto mantiene un laboratorio en San Juan de Pampa, a 4.500 metros sobre el nivel del mar. Los informes que ha emitido hasta la fecha corrigen algunas leyendas sobre la supuesta aclimatación de los indígenas peruanos a las grandes alturas.
Las investigaciones del IIA confirman que la del Tibet es la única población mundial genéticamente adaptada a vivir en zonas de mucha altura, condición que no ostentan los altoandinos.
El IIS también señala que los altoandinos tienen cinco años menos de promedio de vida en comparación con los pobladores de la costa, y que 20 por ciento de los mayores de 60 deben ser sometidos a sangrías para poder seguir viviendo, por su excesiva producción de glóbulos rojos.
Normalmente, los seres humanos poseen entre 4,5 y 5 millones de glóbulos rojos por centímetro cúbico de sangre, pero en las zonas altas la población tiene hasta siete millones de glóbulos, incremento por el cual el organismo compensa la escasa cantidad de oxígeno del aire.
El exceso de glóbulos rojos provoca fatiga, dolor de cabeza, congestión, hipertensión diastólica, hemorragias gástricas y ginecológicas.
En una de las investigaciones efectuadas, quince pobladores de Cerro de Pasco fueron llevados a Lima para estudiar la respuesta de sus organismos cuando son trasladados súbitamente al nivel del mar.
Los sujetos investigados fueron divididos en dos grupos. Al primero se les inyectó eritropoyetina, hormona que favorece la producción de glóbulos rojos y al otro, denominado "grupo de control", no recibió nada.
"Los tratados con el medicamento no experimentaron mayores cambios en su organismo, pero el grupo de control registró una fuerte caída de globulos rojos", indicó Gustavo González, director del IIA.
González abordó también la perspectiva de género en las investigaciones de la ecosensibilidad humana en relación con la altura, y el resultado de sus estudios esta consignado en su ensayo "El sexo femenino, el sexo fuerte".
De acuerdo a sus investigaciones, la mujer es más resistente que el varón a los cambios ambientales, especialmente en los aspectos en donde juega un papel importante su capacidad genética adquirida a través de la evolución en el mantenimiento de la especie.
"Quienes consideraron al varón como el sexo fuerte sólo por su capacidad muscular y su predominio social no tomaron en cuenta que la mujer tiene mayor resistencia y capacidad de adaptación a los cambios ambientales, y que a ella es el sexo fuerte", dijo Fabiola León, jefa del departamento de Ciencias Fisiológicas de la Universidad Cayetano Heredia. (FIN/IPS/al/dg/pr-en-he/99