La guerra es un tema presente en la política de Filipinas desde hace algunas semanas, cuando el gobierno suspendió las negociaciones de paz con el movimiento comunista y las conversaciones con los separatistas musulmanes.
Sin embargo, la mayoría de los filipinos reaccionan con indiferencia ante esos discursos, y muchos están simplemente cansados de oir hablar sobre la inminencia de un gran conflicto militar, que pese a los intercambios de amenazas parece improbable.
Otros tantos desconfían de la política del gobierno de Joseph Estrada, que parece preferir una solución militar para las dos amenazas a la paz que han existido durante décadas.
"La paz es demasiado importante para dejarla en manos de hombres que ven el mundo sin matices, pierden visión del proceso y se obsesionan con mantener intacto su orgullo", comentó el analista político Alex Magno.
Algunos periodistas comparten el sentimiento de desilusión y cansancio con respecto al gobierno y a la izquierda por igual.
"Todo lo que ambas partes quieren es hacer puntos contra la otra. Ninguna tiene en cuenta el bienestar de la gente", afirmó Paulynn Sicam en el periódico Manila Times.
En 1987, un año después del derrocamiento del dictador Ferdinand Marcos, se iniciaron conversaciones informales con la agrupación de izquierda Frente Nacional Democrático.
Las negociaciones formales empezaron bajo la presidencia de Fidel Ramos, pero a fines del pasado febrero, su sucesor Joseph Estrada las canceló, indignado por el secuestro de dos oficiales militares por una unidad guerrillera local fuera de la ciudad de Davao, en la provincia de Mindanao.
Estrada suspendió también un acuerdo que otorgaba un salvoconducto a los líderes comunistas y anunció que no se reanudarán las conversaciones hasta que los cautivos sean liberados.
Poco después de la suspensión de las conversaciones con la agrupación izquierdista, más precisamente el 28 de febrero, se suspendió una reunión programada entre Estrada y Hashim Salamat, líder del Frente Moro de Liberación Islámica (FMLI).
El presidente envió entonces refuerzos navales a Mindanao y visitó la región con traje de combate. Descartó cualquier negociación con Salamat a menos que sea en los términos establecidos por el gobierno.
"La guerra de Estrada contra su propio pueblo tiene los sonidos y efectos lumínicos de una película", observó el analista político y columnista Amando Doronila.
El gobierno y el FMLI, que procura formar un estado islámico separado, comenzaron a dialogar en 1997 y acordaron una tregua tentativa. Ambas partes debían elaborar una agenda de negociaciones formales este mes.
El incipiente conflicto con el FMLI es lo que más preocupa a algunos filipinos, debido a recientes enfrentamientos con soldados del gobierno. El ejército estimó el número de combatientes islámicos en 6.000, aunque el Frente afirma que son 60.000.
El FMLI surgió como una facción rival del Frente Moro de Liberación Nacional, que en los años 70 encabezó una sangrienta rebelión por el autogobierno y en 1996 firmó un acuerdo de paz con el gobierno por la autonomía.
Pero la amenaza de guerra no preocupa tanto como la posibilidad de que una mala política reavive conflictos que tienden a menguar, especialmente por parte de la insurgencia comunista que comenzó a fines de los años 60.
Estrada podría haber "suspendido las negociaciones sin hacer tanto alarde", observó el sacerdote jesuita y jurista Joaquín Bernas.
No está claro cuáles son los objetivos de la política del presidente hacia las fuerzas comunistas e islámicas, pero su postura belicista impresiona a pocos.
"El presidente Estrada no se diferencia de los dictadores latinoamericanos que libraron guerras contra su propio pueblo", declaró Doronila. "Una política de puños cerrados es la menos apropiada para combatir rebeliones". (FIN/IPS/tra-en/js/ral/ml/ip/99