Los seis atentados de esta semana, que provocaron la muerte de 15 personas, significaron un duro golpe a la estabilidad que había regido hasta ahora la vida política de Uzbekistán.
El país observó un día oficial de luto el jueves por las víctimas de los coches bomba que explotaron en Taskent, la capital, dos días antes.
Uzbekistán, el estado más poblado y estratégico de Asia Central, ha sido gobernado con mano de hierro por su presidente Islam Karímov desde su independencia hace siete años.
Una de las explosiones ocurrió pocos minutos antes de que Karímov llegara a las oficinas del gobierno para presidir una reunión del consejo de ministros, lo que no dejó lugar a dudas de que él era el principal blanco de los atacantes.
"El objetivo era eliminar al presidente, para destruir la paz de nuestro pueblo y, de ser necesario, intimidar a la gente y llevar el pánico a sus corazones", dijo Karímov.
Lo que todavía no está claro es quién llevó a cabo los ataques tan bien coordinados y por qué. Hasta ahora ningún grupo se atribuyó la responsabilidad de las acciones.
La radio local culpó a "fuerzas extremistas que odian la independencia del país", y el jefe de seguridad nacional, Rustam Inayatov, apuntó a "extremistas que operan fuera del país y personas vinculadas con ellos dentro de la república".
Dentro de este marco, diplomáticos y analistas regionales examinaron las posibilidades, que van desde militantes islámicos y gángsters al estilo de la mafia hasta nacionalistas de Tajikistán y comandantes rusos destacados en esa república.
Cada uno de esos grupos, excepto los oficiales rusos con puestos en Tajikistán, tenía razones para atacar al gobierno de Karímov como represalia por el daño que éste les causó.
Uno de los principales blancos del régimen de Karímov es un ala del Partido de Renacimiento Islámico, surgido en la época en que la república pertenecía todavía a la Unión Soviética, desaparecida en 1991.
Ese sector, conocido localmente como "Adalat" (Justicia), tiene una fuerte base en el valle de Ferganá, donde vive un tercio de los 22 millones de habitantes de la república, y su meta es establecer un estado islámico en Uzbekistán, que es 90 por ciento musulmán.
Karímov, un dirigente laico, ha sido implacable en la represión de los extremistas islámicos. Las fuerzas de seguridad arrestaron a varios clérigos musulmanes muy carismáticos; uno desapareció camino al aeropuerto local y otro murió bajo custodia.
Hace aproximadamente un año, la ciudad de Namangan, en el valle de Ferganá, fue noticia cuando hombres enmascarados decapitaron a un oficial de policía odiado por su brutalidad. En la acción policial resultante murieron tres oficiales más en un tiroteo.
Karímov actuó con celeridad, impuso toques de queda en Namagan y otras ciudades del valle de Ferganá, y arrestó a muchos residentes islámicos extremistas.
Una ley rápidamente aprobada impuso un estricto control estatal a las mezquitas, que proliferaron en Uzbekistán en la última década.
Los militantes musulmanes no habrían tenido dificultades para adquirir habilidades guerrilleras en el vecino Afganistán, que desde hace tiempo tiene campos de entrenamiento militar para militantes musulmanes de diversas partes del mundo.
También cuentan con apoyos en Tajikistán, donde una guerrila musulmana se bate contra el gobierno secular de manera intermitente desde 1992.
En su celo para frenar el fundamentalismo islámico, las autoridades de Tajikistán acusaron a Karímov de enviar fuerzas de seguridad a través de la frontera.
En noviembre pasado, luego de un fallido levantamiento en la norteña región de Hojand liderado por el ex coronel uzbeko Mahmoud Khodabardiyev, el presidente de Tajikistán, Imamali Rahmanov, acusó a Taskent de apoyar el intento de golpe.
Como prueba, su gobierno presentó grabaciones televisadas en las que los rebeldes capturados confesaban haber sido entrenados en Uzbekistán.
La intentona de golpe de Estado estaba destinada a minar el gobierno de unidad nacional en Tajikistán, formado luego de que un tratado de paz en 1997 pusiera fin a una guerra civil de cinco años.
Los analistas concuerdan en que es posible que nacionalistas de Tajikistán ofendidos por la intrusión de Karímov en la política de su país, hayan respondido al inento de golpe con violencia.
La situación en Tajikistán es complicada, debido a la presencia de 25.000 soldados rusos.
Tras diversos enfrentamientos que ocurrieron previamente en Tajikistán, algunos analistas afirmaron que los comandantes rusos habían dado armas y entrenado a las distintas facciones enfrentadas para mantener la tensión, haciendo que su presencia en la república fuera indispensable.
Hace dos semanas, para disgusto del Ministerio de Defensa ruso, Karímov retiró a Uzbekistán del Pacto de Seguridad Colectiva de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una agrupación de ex repúblicas soviéticas.
Karímov respondió de esa manera ante lo que considera intentos de Moscú de transformar a la CEI en un superestado dominado por Rusia, una actitud que considera "neocolonialista".
No es sorprendente que a pesar de las súplicas de la delegación visitante de parlamentarios rusos, liderada por Igor Stroyev, presidente del Consejo Federal de esa república, Karímov se rehusara a reconsiderar su decisión.
Algunos analistas consideran, en cambio, que el tiempo transcurrido entre la decisión de Karímov y las explosiones fue muy corto. El acto, que implicó un accionar simultáneo de coches bomba, habría necesitado un largo período de planificación.
Informes sin confirmar provenientes de Uzbekistán dicen que cinco personas fueron arrestadas por supuesta complicidad en las explosiones, las más dramáticas en Taskent desde la revolución bolchevique de 1917.
Hasta que no se presenten acusaciones formales por el delito, la especulación acerca de si los autores del ataque eran religiosos o laicos continúa.
Karímov no dio ningún indicio en su declaración.
"Los actos de terrorismo no nos desviarán del camino que elegimos", advirtió.
Todavía queda por saber si al decir "camino adecuado", Karímov se refiere a la independencia nacional, que a su juicio Rusia intenta minar, o a un estado laico que los militantes islámicos quieren subvertir. (FIN/IPS/tra-en/hd/mk/at-dg/99