La pregunta que se hicieron los más de 40 líderes mundiales que asistieron hoy a las exequias del rey Hussein de Jordania fue, con seguridad, cómo abordará el nuevo monarca, Abdullah, las difíciles relaciones de su país con sus poderosos vecinos.
El pequeño reino hachemita de cinco millones de habitantes está rodeado por Siria, Iraq, Arabia Saudita e Israel. Como la mayoría de los ciudadanos jordanos son de origen palestino, las relaciones de Jordania con la Autoridad Nacional Palestina (ANP) son de gran importancia.
Durante sus 47 años de reinado, el rey Hussein ibn Talal al Hashem condujo con destreza sus vínculos con esos poderosos y disímiles vecinos.
Dejando de lado a Israel, país con el que Jordania estuvo en guerra de hecho o en los papeles desde mayo de 1948 hasta julio de 1994, las relaciones con Siria han sido las más turbulentas.
Siria siempre consideró a Jordania una "provincia perdida", sobre la base de la doctrina de la "Gran Siria", que persigue la reconstrucción de la unidad administrativa así llamada hasta la caída del imperio otomano en 1918.
Después de la segunda guerra mundial (1939-1945), Siria se alió con la hoy disuelta Unión Soviética y Jordania, con Estados Unidos, en el marco de la guerra fría.
Desde 1996, Siria se mantuvo en alerta por las gestiones del eje turco-israelí, consolidado por una intensa cooperación militar, para atraer a Jordania.
Ahora que el poder en Jordania pasó a un príncipe sin experiencia en política o diplomacia, el presidente sirio Hafez Assad, de 69 años y con 27 en el cargo, se verá, con seguridad, tentado a ponerlo a prueba.
Assad tratará de asegurarse de que el rey Abdullah rechace cualquier oferta de Israel y Turquía para formar una triple alianza a expensas de sus lazos historicos con el mundo árabe. Con ese fin, alentará a las fuerzas jordanas que quieren congelar las relaciones con Israel.
El tratado de paz que el rey Hussein firmó con Israel en octubre de 1994 sigue siendo impopular entre la ciudadanía jordana.
La mayoría de los súbditos jordanos son de origen palestino. El tratado de paz con Israel forjado por Hussein, firmado antes del acuerdo entre ese país y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), causó malestar entre ellos.
Para colmo, la bonanza económica que se pronosticó para Jordania como resultado del acuerdo con Israel no se materializó.
Por eso no fue una sorpresa que en septiembre, desafiando los deseos del rey Hussein y del entonces príncipe heredero Hassan, los 80 miembros del parlamento jordano pidieran el congelamiento de las relaciones con Israel.
El gabinete ignoró el llamamiento, pero la iniciativa parlamentaria puso de relieve la perenne impopularidad del tratado de paz con Israel.
La opinión pública jordana se endureció aun más respecto de Israel desde que el primer ministro Benyamin Netanyahu decidió suspender la puesta en marcha del Memorándum de Wye River (Maryland, Estados Unidos) entre Israel y la OLP, firmado en octubre.
La péerdida del rey Hussein será sentida por el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, quien fue muy conciente del papel crucial que jugó el monarca en los momentos clave de las negociaciones palestino-israelíes, primero sobre Hebrón, en enero de 1997, y luego en Wye River.
Hussein fue, junto con el presidente egipcio Hosni Mubarak, uno de los dos líderes árabes a los que el presidente de la OLP y de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, consultó con frecuencia en la negociación con los israelíes.
El monarca jordano aconsejó a Arafat en casi todas las instancias que hiciera concesiones a la línea dura de Netanyahu en nombre de la paz. En cambio, Mubarak recomendaba lo contrario, dada su desconfianza hacia Netanyahu desde que asumió la jefatura del gobierno israelí en junio de 1996.
El rey Abdullah carece de la experiencia y sagacidad de su padre, por lo que la figura de Mubarak como consejero será cada vez más importante para Arafat.
Mubarak se ve a sí mismo como el depositario de los intereses del mundo árabe, lo que hace difícil la posibilidad de que ceda a la presión de Washington, sobre todo teniendo en cuenta la posición geoestratégica de Egipto.
Más preocupante para Abdullah es la situación de su vecino oriental, Iraq, que tiene una solución pendiente.
Durante la guerra entre Irán e Iraq (1980-1988), las economías de Bagdad y Ammán se integraron de manera estrecha. Por esa razón, Jordania resultó perjudicada por las sanciones que impuso la Organización de las Naciones Unidas contra Iraq en 1990 y 1991.
El ex principe heredero Hassán adoptó, en los últimos seis meses durante los cuales gobernó Jordania, una línea contraria al presidente iraquí Saddam Hussein, invocando la necesidad de restablecer la democracia y los derechos humanos en Iraq.
Esto disgusto a Saddam Hussein, de modo que, cuando Hassan fue retirado de la primera línea de la sucesión por su hermano, se mostró complacido.
Ahora, equivocado o no, el gobierno iraquí cree que encontrará en Abdullah a un rey dotado de una mentalidad más abierta que Hassán.
Dada la situación económica y diplomática en que se encuentra Iraq, es muy posible que tarde o temprano Saddam Hussein trate de cultivar la amistad del nuevo monarca.
El éxito o fracaso del presidente iraquí dependerá mucho de la manera en que Abdullah siga los designios de Washington, que apunta al derrocamiento de Bagdad.
Tambien dependerá del modo en que el joven rey se vincule con la familia real saudita. El rey Fahd perdonó con gran lentitud la neutralidad del rey Hussein en la guerra del Golfo (1991), a la cual interpretó como una postura en favor de Saddam Hussein.
Si Fahd acepta abastecer de petróleo a Jordania libre de cargo o con un descuento sustancial, será la señal de restablecimiento de relaciones cordiales entre las dos naciones árabes.
El futuro de los vínculos de Jordania con sus vecinos más poderosos está plagado de interrogantes. Es como si frente al tablero de ajedrez, brillantemente pulido para una partida decisiva, un sucesor inexperto hubiera reemplazado al principal jugador. (FIN/IPS/tra-en/dh/js/ego/mj/ip/99
