INDONESIA: La vida tradicional como escudo ante la crisis

Esta es la época de más trabajo en el año para las mujeres que ascienden las boscosas colinas de Kabandungan, una pequeña aldea de Indonesia situada más de 100 kilómetros al sudeste de Yakarta.

Los amplios sombreros de paja de las mujeres parecen, a la distancia, tortugas que avanzan por las verdes elevaciones.

Una vez más, es la estación de cosecha del té en Kabandungan, al oeste de Java, y las mujeres han estado activas, incluso antes del amanecer, para preparar las tareas del día.

A la salida del sol, ya están caminando por un sendero que atraviesa la vasta plantación, como antes lo hicieron sus madres y sus abuelas.

La plantación de té es administrada en conjunto por las empresas PT Nusantara VIII, estatal, y PT Jayanegara Indah, privada. Una pequeña parte es dirigida por los propios aldeanos.

El té es recolectado por las mujeres, mientras los hombres de la aldea trabajan como peones de campo.

En las últimas décadas, Indonesia atravesó periodos de turbulencia politíca, económica y sociocultural, pero aquí, en Kabandungan, casi todo ha permanecido igual durante generaciones.

En efecto, el tiempo parece haberse detenido en esta aldea de 350 hectáreas.

Los nombres de las familias son prácticamente los mismos de hace un siglo, cuando una corporación colonial holandesa construyó la plantación y empleó a los antepasados de aquellos que ahora trabajan en los campos.

Para los forasteros, la vida aquí puede parecer todo menos idílica. Kabandungan no es un paraíso, después de todo, y sus casi 5.000 habitantes conocen el trabajo duro como su propia mano.

Aquí sólo hay casas de bambú y, si bien cuentan con electricidad, el servicio es tan patético que un enjambre de luciérnagas podría ser una fuente de luz más eficaz.

Los niños rara vez tienen tiempo de estudiar sus lecciones en casa porque deben ayudar a sus padres en el campo cuando salen del colegio.

Pero los habitantes de Kabandungan se dicen contentos, incluso a pesar de haber sido marginados en épocas más prósperas, disfrutadas por otros indonesios, cuando la economía todavía crecía a un ritmo de siete por ciento anual.

Mientras otras regiones prosperaron y las grandes corporaciones se abalanzaron para sacar provecho, Kasbandungan no cambió su laborioso estilo de vida.

Los aldeanos dijeron que su existencia no fue afectada en gran medida cuando la economía se derrumbó en 1997 y alrededor de 100 millones de indonesios quedaron sumergidos en la pobreza, e incluso cuando las exportaciones de té sufrieron un revés en los mercados mundiales.

"Llevamos la misma vida y desempeñamos idéntico trabajo. No creemos que esto pueda cambiar en el futuro…", dijo Rohmana, uno de los ancianos de la aldea.

Una de las razones por las cuales Kabandungan no parece afectada por el resultado de la actual turbulencia económica se debe al fomento del trabajo intensivo patrocinado por el gobierno.

Yakarta alentó el uso de cada metro cuadrado, permitiendo que los aldeanos ganen un poco más trabajando en las plantaciones de té y las granjas.

También ayuda que los dueños de las factorías de té y de las granjas hayan aumentado el salario de sus trabajadores en lugar de recortarlos como se hizo en muchos otros sectores.

De esa manera, a pesar de que los precios de los productos básicos bajaron, los aldeanos pudieron enfrentar la situación sin dificultad.

Las mujeres que recolectan el té y trabajan cinco horas diarias obtienen alrededor 0,25 dólares por día contra los 0,20 dólares de antes.

Los hombres en las granjas también trabajan un promedio de cinco horas por día y ahora ganan 0,56 dólares diarios por su esfuerzo en lugar de los 0,40 dólares previos. Además, cuentan con una ración diaria de cuatro kilos de arroz.

"Si yo pongo mi ingreso junto con el dinero que gana mi mujer, todo suma 7,250 rupias por día (0,81 dólares). Eso significa 185.500 rupias (24 dólares) por mes. Es la cantidad justa que nos permite sobrevivir", señaló Sukardi, un padre de tres hijos.

Sukardi dijo haber escuchado a otra gente que hablaba de "crisis económica", pero admitió que no comprendió bien de qué se trataba. "Yo solo creo que crisis económica significa precios más altos de artículos de primera necesidad y trabajo todavía más duro", dijo.

El campesino dijo todo esto sin amargura ni señales de desesperación, al contrario que muchos otros indonesios en aldeas y ciudades.

La razón parece estar en la forma en que los aldeanos afrontan la vida aquí. Para muchos de ellos es suficiente tener la capacidad de trabajar y poner sobre la mesa tres comidas diarias, rezar en la mezquita y estar con familiares y amigos.

Si aquí no hay lujos es porque los aldeanos no sienten una auténtica necesidad de tenerlos.

Obviamente, carne o pescado son complementos muy bienvenidos en cada comida, pero se sienten felices de degustarlos quizás una vez cada tres meses. Sukari dijo que la perfecta comida de Kabandungan consiste en arroz, algunos trozos de pescado salado, verduras y "sambal" o salsa picante.

La ropa es modesta y nadie piensa demasiado en ir a la ciudad. A Rina, una niña que cursa el tercer grado en la escuela, no le preocupa que sus padres no puedan comprarle libros o revistas. Cuando se le pregunta cuándo tiene tiempo para jugar, responde, simplemente, que "jugamos en la granja mientras trabajamos".

Sukardi reconoció que ningún habitante de la aldea posee un lote propio de terreno, pero señaló que viven en un lugar siempre verde donde el aire es fresco y la belleza del panorama les quita el aliento cada mañana cuando van a trabajar.

"Ninguno de nosotros es dueño de algo aquí, pero vivimos y morimos en esta tierra", dijo. (FIN/IPS/tra- en/cb/js/ego/mj/dv/99

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