VENEZUELA: Chávez, la escoba para barrer la partidocracia

Una caravana avanza en medio del tórrido calor del mediodía por una ciudad agrícola de Venezuela y en bicicletas deslucidas niños y ancianos escoltan al vehículo de su líder: es Hugo Chávez, la escoba con que muchos buscarán echar a la basura a la partidocracia local en las elecciones del domingo.

Hay rostros fervorosos al paso del candidato presidencial del Polo Patriótico por Carora, cuyo carisma se apoya en un lenguaje popular y encendido, que atrae a un pueblo hambriento de héroes, pero las calles están lejos de paralizarse a su paso, como sucedía antes cuando el favorito electoral recorría el país.

Chávez saluda, da la mano, abraza niños, se deja tocar por mujeres y ríe, descolocado, con su joven esposa que lo acompaña junto con su hija de un año, cuando en una esquina unas estudiantes adolescentes, vestidas de uniforme, dan chillidos como si estuvieran ante su cantante preferido.

"El es el comandante que va a barrer del mapa a AD y Copei y con eso basta p'a echar este país p'alante", dice apasionado un hombre enjuto y de barba canosa, que durante el recorrido pedaleó ataviado con la boina roja que simboliza a Chávez.

AD es el partido socialdemócrata Acción Democrática, y Copei el socialcristiano del que ya nadie recuerda el significado de su sigla. Son las dos fuerzas sobre las que recae la furia de un electorado que los culpa por el hundimiento de las condiciones de vida de este país rico en petróleo.

"Esas cúpulas podridas de AD y Copei secuestraron la democracia en esta patria nuestra y yo voy a devolverle al pueblo una democracia verdadera y nueva", dice Chávez poco después en la ciudad vecina, de Barquisimeto, en una intervención en directo por una televisora local, que afuera siguen sus seguidores como si asistieran a un mitin.

Chávez, una recia figura de 44 años, donde los rasgos indígenas dominan el mestizaje de su cara, pasó en seis años de fracasar en tomar el poder por las armas a estar próximo a hacerlo mediante los votos, en las más cruciales elecciones de Venezuela en 40 años de democracia.

El teniente coronel retirado y paracaidista -cuyo distintivo es la boina roja- encabezó en 1992 el primero de los dos cruentos intentos de golpe de Estado de ese año y por ello el triunfo que le anticipan los sondeos es visto con temor y repudio por la mitad del electorado que lo adversa.

Pero no es para engañarse, 93 por ciento de los venezolanos culpan a AD y Copei de la pobreza que afecta entre 70 y 80 por ciento de la población, según sean oficiales o no los datos, de la corrupción, el colapso de los servicios, la inseguridad, el deterioro de los poderes públicos y la crisis económica,

Y ello sucede pese a que formalmente AD y Copei no gobernaron el país los últimos cinco años, en que Rafael Caldera presidió el peor gobierno de este siglo, según opositores, después de su triunfo como candidato suprapartidario, con casi iguales respaldos de los que ahora están con Chávez.

Pero Caldera, de 83 años, no tiene candidato y aunque dejó Copei -el partido con el que ya gobernó el país entre 1969 y 1974- para montarse en la ola de descontento contra los partidos que encrespó el alzamiento de Chávez, los venezolanos lo perciben ahora como el último dique para defender el estatus político.

La diferencia en el común resentimiento contra el deshilachado bipartidismo, es que una parte entrega su fe en Chávez y otra le teme o le denosta por haber sido un golpista y por la idea de que impondrá la violencia y una dictadura, de izquierda o de derecha.

Estas elecciones son además de contra AD y Copei un pulso entre el chavismo y el antichavismo, amarrado la última semana de la campaña en torno al ex gobernador e independiente Henrique Salas, que con sus ojos azules y su cabello platinado resulta a los 62 años la antítesis del antiguo golpista.

Tienen, además, un ingrediente desconocido en Venezuela, ser unos comicios clasistas, porque hasta que las cúpulas clientelares vaciaron de identidad a AD y Copei, su pluralista militancia impedía una división electoral entre los estratos sociales, en una sociedad caracterizada por la movilidad social.

Chávez imanta los votos de quienes nada tienen que perder, las clases 'd' y 'e'. En esta última sobrevive, según datos de la firma de opinión pública Datanálisis, 39 por ciento de la población, mientras la devaluada clase media suma ahora sólo 18 por ciento de los 23 millones de venezolanos.

También de los más resentidos contra los políticos que gobernaron el país desde 1958, al que 75 por ciento de la población percibe como culpables de que se haya multiplicado la pobreza en un país que para 83 por ciento es muy rico.

Ese ejército de excluidos y de resentidos ve en Chávez un vengador y un redentor, lo que atiza con discursos plagados de reminiscencias históricas -asegura que el XX ha sido un siglo perdido para Venezuela- y de un hablar popular en que interactúa continuamente con sus adeptos.

"Duro, Chávez, dales duro", gritan en Barquesimeto, capital del occidental estado de Lara. El candidato asegura que a sus contrincantes se les cayeron las máscaras cuando las cúpulas de AD y Copei pasaron a respaldar al independiente Salas, "porque están desesperados y no saben morir en paz".

"Yo soy un demócrata de pies a cabeza, pero no de esa democracia que ellos (los políticos tradicionales) hundieron en el fango y la podredumbre", explica. Sus oponentes coinciden en que su gobierno será autoritario pero para unos imitará al régimen cubano y para otros el gorilismo militar latinoamericano.

Chávez es apoyado por su Movimiento V República, dominado por antiguos militares golpistas, casi toda la izquierda, incluso el Movimiento Al Socialismo (MAS) que gobierna con Caldera, empresarios proteccionistas y figuras que migran cada cinco años al fenómeno electoral del momento.

Pero esa ensalada importa poco en el calor de Carora y Barquesimeto, tierras del MAS, donde un público dominado por hombres y mujeres maduros se deleita cada vez que ataca a AD y Copei, al Congreso o al Poder Judicial.

"Yo fui de AD muchos años, pero ese partido nos traicionó, sólo Chávez puede devolverle la dignidad a este pueblo", comenta Evaristo Marín, de 56 años y que se declara independiente.

Rosana Díaz, de 49 años, replica que "eso lo dicen los políticos para asustarnos, aquí no se acaba la democracia sino la robadera de ellos", ante el temor de autoritarismo. Pero aclara que "este país necesita autoridad, aquí no hay gobierno ni nada y Chávez tiene guaramo (firmeza) para ponernos en cintura".

La propuesta política central de Chávez es convocar, sin cumplir los extremos legales actuales, a una asamblea constituyente con capacidad para disolver el Congreso e intervenir el Poder Judicial, en que sus adeptos han leído una ruptura con el sistema impuesto 40 años atrás.

Chávez vuelve a Caracas al concluir su última gira, transpirado en su uniforme de campaña, que además de la boina incluye un chaleco de lana roja inapropiado para el trópico encima de una camisa a cuadros, elegido por su segunda esposa para suavizar su imagen.

Mientras recibe noticias sobre la cadena de apoyos sorpresivos que va recibiendo Salas en los volátiles días finales de la campaña, confiesa que "esto está siendo demasiado largo, el domingo no termina de llegar y el pueblo ya decidió". No parece estar preparado para que esa decisión contradiga las encuestas, ni él ni muchos de los adeptos que se quedan en la provincia. (FIN/IPS/eg/ff/ip/98

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