IRAQ: Ataques anuncian consecuencias diplomáticas para EEUU

Es improbable que los ataques de Estados Unidos y Gran Bretaña contra Iraq logren derrocar al presidente Saddam Hussein o reduzcan su capacidad de producción y despliegue de armas de destrucción masiva, pero podrían provocar serias consecuencias diplomáticas y regionales en Medio Oriente.

Ya hubo reacciones adversas a los ataques aéreos de estos días, iniciados el miércoles luego de que Richard Butler, presidente de la Comisión Especial de la Organización de las Naciones Unidas que verifica el desarme iraquí, informó que Bagdad no cumplió con la promesa de cooperar con sus inspectores.

Rusia convocó a sus embajadores ante Washington y Londres, lo que demostró que sus relaciones con los demás países industriales en general y con Estados Unidos en especial se encuentran en su punto más bajo desde el fin de la guerra fría.

Así mismo, funcionarios de Washington expresaron su desilusión por la vehemencia con que China denunció los ataques.

También existe cierta inquietud por las protestas populares que se desataron en países árabes, sobre todo en Jordania, Egipto, Emiratos Arabes Unidos y en territorios controlados por la Autoridad Nacional Palestina.

Los funcionarios precisaron que la Operación Zorro del Desierto, como se denominan los ataques, se planificó a lo sumo a lo largo de 96 horas, justamente para evitar la ira del mundo musulmán, que la noche de este sábado comienza a celebrar el Ramadán, mes sagrado de ayuno.

Pero más allá de las reacciones iniciales, los ataques anuncian cambios potencialmente importantes de la estrategia estadounidense en el Golfo y otros lados.

Aunque sorprendido por la severa reacción de Rusia, el gobierno de Bill Clinton descartó la posibilidad de una "nueva guerra fría".

La protesta de Moscú es más que nada simbólica, aseguró Washington, con el fin de apaciguar la ira de los comunistas y la derecha ante el último despliegue de fuerza de Estados Unidos contra un ex aliado en una región cercana a sus fronteras.

Clinton reaccionó en forma conciliatoria el viernes. El presidente envió a su par Boris Yeltsin una carta personal con las explicaciones de Washington por el ataque.

La secretaria de Estado (canciller) Madeleine Albright mantuvo por teléfono con su colega ruso Igor Ivanov lo que la cancillería calificó de "intercambio sumamente útil" en que ambos habrían "reconocido la importancia de que Rusia mantenga una relación de base amplia con Estados Unidos".

A la vez, el vicepresidente Al Gore mantuvo una extensa conversación con el primer ministro Yevgeny Primakov.

"Aunque es verdad que los ataques incomodan a Rusia, no hay nada que puedan hacer al respecto, debido a su desesperada situación financiera y su dependencia de la ayuda y la inversión externas. Su orgullo está herido, y nos encargaremos de eso", señaló un funcionario.

No obstante, analistas en este país prevén que los ataques tendrán serias consecuencias diplomáticas, comenzando por la falta de entusiasmo, en el mejor de los casos, y las críticas de Francia e Italia, en el peor, de los aliados de Washington y Londres en la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

La semana pasada, Washington solicitó a sus socios europeos que respaldaran una nueva política de OTAN que exigiría la acción conjunta contra la amenaza de armas de destrucción masiva, incluso fuera del territorio de la alianza.

Aunque la propuesta fue controvertida, ahora es probable que genere mayores divisiones debido a que Washington insiste en que el principal objetivo de la Operación Zorro del Desierto es el mismo de la nueva política de OTAN.

Pero múltiples observadores creen que Estados Unidos se juega mucho más en el Golfo, ya que los ataques anuncian una nueva política hacia Iraq, dirigida a derrocar a Saddam Hussein una vez por todas.

Esa política excedería las metas mucho más limitadas de la guerra del Golfo en 1991 y de las sanciones contra Iraq impuestas hace casi ocho años por la ONU, y también anunciaría importantes cambios en las reglas de juego regionales.

El propio Clinton sugirió que la política estadounidense tomaba ese rumbo durante el último enfrentamiento con Iraq en noviembre. Entonces, insistió en que Washington continuaría la política de "contención" de Bagdad, pero agregó algo que sorprendió a muchos en este país.

"A largo plazo, la mejor forma de encarar la amenaza (que representa Saddam Hussein) es con un nuevo gobierno (iraquí) que se comprometa a representar y a respetar a su pueblo, no a reprimirlo", declaró Clinton.

En el mismo discurso, Clinton prometió que Washington "intensificará" su relación con grupos opositores iraquíes y apoyará la Ley de Liberación de Iraq, que autoriza el uso de 97 millones de dólares del presupuesto de defensa para respaldar a las fuerzas opositoras.

El primer ministro británico Tony Blair, el único socio militar de Washington en los ataques, refrendó las declaraciones de Clinton.

Aunque aún no hay indicios de que Washington haya decidido planes concretos con las fuerzas opositoras, altos funcionarios estadounidenses y británicos mantuvieron en los últimos meses reuniones con líderes iraquíes exiliados, y algunos aseguran que fueron informados de los ataques hasta seis horas antes de su comienzo.

Funcionarios de Washington subrayan que, aparte de una bomba "con suerte" que logre matar a Saddam Hussein, no es probable que los ataques provoquen de forma inmediata un golpe de Estado o un levantamiento popular.

Pero los objetivos de los ataques -la infraestructura de comunicaciones, la Guardia Republicana y otras unidades de seguridad de elite- fueron "ideados para crear el tipo de inestabilidad que podrían fomentar acciones para debilitar al régimen", escribió Robin Wright, especialista en Medio Oriente del diario Los Angeles Times.

Cualquier intento de derrocar a Saddam Hussein tendrá importantes repercusiones en Turquía, Arabia Saudita y otros países de la región que expresaron su inquietud porque la desaparición de un fuerte gobierno central en Bagdad podría provocar la disolución de Iraq y la expansión hacia el oeste de la influencia iraní.

Si, por otra parte, Washington no está preparado para respaldar una campaña para expulsar a Saddam Hussein, "entonces (los ataques) lograrán poco más que las últimas operaciones de su tipo: una acción punitiva temporal, sin importancia estratégica duradera", aseguró Graham Fuller, analista durante el gobierno de Ronald Reagan (1980-88). (FIN/IPS/tra-en/jl/ak/aq/ip/98

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