EUROPA: Socialdemócratas frente a su mayor desafío histórico /Perspectivas 1999/

Los socialdemócratas, que gobiernan 13 de los 15 países de la Unión Europea sin rivales ideológicos, deben ahora afrontar otra vez su promesa histórica de construir una sociedad solidaria, equitativa y libertaria.

La paradoja radica en que los socialdemócratas hacen frente al nuevo siglo con exactamente el mismo desafío que se autoasignaron hace cien años: transformar la sociedad y moderar los excesos del capital por medios democráticos.

En la etapa del postcomunismo, los ideales tradicionales de la socialdemocracia aparecen como rémora impresentable de un pasado de ilusiones frustradas o traicionadas, por lo cual el remozamiento de los años 90 trajo también una nueva versión: la "tercera vía".

Lanzada por los laboristas británicos, la "tercera vía" intenta remontar —desde la izquierda— la victoria ideológica del neoliberalismo económico, representada triunfalmente por la ex primera ministra británica Margaret Thatcher.

Socialistas y socialdemócratas europeos gobiernan, sin embargo, en una realidad económica virtualmente intocable, que a partir de 1999 tendrá como garante supremo al Banco Central Europeo y como símbolo a la nueva moneda única, el euro.

El euro será formalmente bautizado en Bruselas el 1 de enero de 1999 por 11 de los 15 países, y comenzará a operar de inmediato en las transacciones financieras, con la promesa-amenaza de convertirse en el gran rival del dólar como moneda mundial.

A su tiempo, el Banco Central Europeo tiene la misión de vigilar el cumplimiento de una política monetaria que deja poco espacio a los gobiernos para influir en la economía con instrumentos financieros como las tasas de interés o el gasto fiscal.

Cada estado nacional pierde así una de sus prerrogativas básicas para influir sobre la realidad económica, en favor de un sistema social que no es exactamente el que imaginaron los fundadores del movimiento socialdemócrata a fines del siglo XIX.

El euro está provocando un aumento acelerado de la concentración del capital europeo, ante la expectativa de una competencia feroz con las corporaciones estadounidenses y japonesas por los mercados globales de trabajo y consumo.

La unidad continental sigue siendo un fenómeno principalmente económico, en que la retórica choca con frecuencia con actitudes como las del primer ministro británico, Tony Blair, que se sumó a Estados Unidos en diciembre para bombardear Iraq sin consultar a ninguno de sus socios europeos, socialistas o no.

Blair se quedó virtualmente solo entre sus pares, pero también evidenció cuán lejos está la Unión Europea de convertirse en una fuerza política capaz de ejercer las prerrogativas que le otorga su peso económico.

Tambien en la búsqueda de una "tercera vía" Blair está más cerca del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, que de sus socios europeos, como el canciller alemán Gerhard Schroeder, o los primeros ministros de Italia, Massimo D'Alema, y Francia, Lionel Jospin.

Jospin y D'Alema se han distanciado explícitamente del proyecto de la "tercera vía", declinando la invitación a participar en septiembre en una reunión sobre el asunto organizada por la Universidad de Columbia, en Nueva York, a la que sí asistieron Blair y Clinton.

El principal ideólogo de la "tercera vía" es Anthony Gidders, director de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, quien intenta superar el período centrista de la socialdemocracia.

Gidders argumenta en su libro "La tercera vía" (1998) que la socialdemocracia debe renovar sus objetivos de manera realista, sin abandonar el sistema de valores que le dio origen.

Esta opción no es, dice Gidders, una "tercera vía" entre izquierda y derecha, como hubo tantas y a veces tan trágicas, sino la concepción de una sociedad ahora posible y necesaria: refinada, solidaria, sin antagonismos.

El realismo implica el abandono del principio marxista de transformación del sistema de propiedad de los medios de producción, pero sin por ello renunciar a la redistribución más justa de la riqueza a través de parámetros nuevos de organización social.

Los 15 países de la Unión Europea tienen un desempleo promedio de 11 por ciento, al que los expertos consideran estructural porque la causa radica en el aumento de la productividad y no en la caída temporal de los mercados.

Otra fuente de tensión social es la mundialización económica, que permite la transferencia a bajo costo de las fábricas a mercados laborales más baratos en los países del Sur en desarrollo.

Las corporaciones, a la ofensiva, demandan el desmantelamiento del sistema de protección social —estabilidad laboral, pensiones, seguros de desempleo, salud, educación—, garantizados legalmente en la mayor parte de Europa.

Frente a la amenaza, los sindicatos se han refugiado en la defensa escalonada del llamado "Estado de bienestar", y en la lucha por reducir la jornada de trabajo a 35 o 30 horas semanales.

Los socialdemócratas de fin de siglo llegan al poder con los votos de millones de trabajadores angustiados por la amenaza del desempleo crónico y de la inestabilidad, a quienes les han prometido convertir el trabajo en la primera prioridad del Estado.

Pero los costos sociales de los procedimientos socialdemócratas tradicionales se contradicen con las necesidades de un sistema económico que no admite otra consideración que la productividad ante la competencia global.

Con el advenimiento del euro, Europa tiene ante sí la oportunidad de desplazar a Estados Unidos y Japón y convertirse en el nuevo epicentro económico y financiero mundial, o, en el peor de los casos, reducir al dólar a un tercio del mundo.

Pero, con todo, la potencia de Europa se basa en las reglas del capital global, no en lo sueños de los viejos socialdemócratas como Engels, Bebel o Kautsky, que sus herederos tratan hoy desesperadamente de entender, renovar o, si no hay mas remedio, olvidar. (FIN/IPS/ak/mj/ip/98

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