Si el ex gobernador independiente Henrique Salas Romer, de 62 años, gana la presidencia este domingo en Venezuela, la sorpresa será enorme, aunque en la trayectoria del "Gallo", su sobrenombre, ese tipo de proezas son habituales.
En 1989, cuando por primera vez se eligió en Venezuela a los gobernadores y alcaldes, Salas conquistó en una relampagueante campaña de ocho semanas el estado industrial por antonomasia, Carabobo, derrotando al clan que dominaba allí por décadas y al entonces aún poderoso partido Acción Democrática (AD).
Desde entonces, el central estado cercano a Caracas es el modelo del éxito de la descentralización en Venezuela y el feudo electoral de los Salas. Cuando el ahora candidato tuvo que dejar la gobernación por cumplirse los dos trienios legales, le sucedió su hijo y homónimo Henrique Salas Feo, reelecto en noviembre.
Salas Romer, un economista de la estadounidense Universidad de Yale, profesor de teoría monetaria y gerente de empresas de una acomodada familia de provincia, tiene ahora un reto mucho más difícil: concentrar el voto de los electores en que prima el temor al favorito, Hugo Chávez Frias, un ex comandante golpista.
Los dos son una novedad en la escena venezolana y encarnan la exigencia de cambio de la población, atrapada entre la corrupción y la pobreza, el agotamiento del sistema político, la falta de reformas y una crisis global, lo que hundió la forma de vida del tercer productor mundial de petróleo.
Salas ofrece "la despartidización, la descentralización y la desmarginalización", con el mantenimiento de la apertura económica, y un gobierno "con autoridad y centrado en el ser humano", dentro de un cambio radical pero "con red" al contrario "del salto al vacío" del que se acusa a Chávez.
Su oferta de un gobierno "honrado, firme y eficiente", que regenere la democracia en paz y sin violencia, tiene como referencia su gestión en Carabobo, donde mejoró sustancialmente la salud, la educación y los barrios pobres, al mismo tiempo que disminuyó el gasto público y creó innovadores programas.
Antes del crucial domingo, todos reconocen que su campaña ha sido la gran sorpresa electoral, después que hace cinco meses provocaba sonrisas generalizadas al afirmar que la batalla final sería entre Chávez y él, cuando era semidesconocido en buena parte del país y tenía ocho puntos en las encuestas.
Para hacerse conocer usó masivamente la televisión en anuncios centrados en la esperanza, ayudado por "Frijolito", un caballo que lo hizo cercano a los niños de cada casa, para que ellos lo impusieran a los adultos, en un evocación rural y de las gestas independentistas tan presentes en el discurso de Chávez.
Después, se aferró a su imagen independiente al ser el único candidato con posibilidades que no pactó apoyos de los partidos establecidos, de izquierda o derecha, para ir subiendo en las encuestas con su recien nacido Proyecto Venezuela, decididiendo y administrando cada paso personalmente.
Pero, en la última sorpresa de estos comicios, Salas pasó a recibir desde hace una semana el apoyo de los dos partidos tradicionales que han dominado la escena los últimos 40 años, en una desesperada medida para tratar de derrotar a Chávez.
Salas, centroderechista cercano al humanismo cristiano y que rechaza las etiquetas políticas tanto como su rival, se siente muy cómodo hablando de proyectos concretos con vecinos y miembros de la sociedad civil, pero le cuesta cautivar multitudes en discursos o entrevistas por televisión.
Es en eso la antítesis de Chávez, de vibrante retórica y poco amigo de concretar ideas o programas, como lo es en el origen familiar y étnico y el aspecto físico, con su figura común en que destaca su blanca tez, sus ojos azules y su pelo platinado.
Una imagen que ayuda a que sus adversarios le acusen de representante de la oligarquía local, en un país signado por el mestizaje, aunque en realidad se ubique en el bloque de gerentes y empresarios modernizadores, enfrentado a los ricos de siempre.
Autosuficiente, tímido, con momentos de efervescencia que contrastan con el espiritu reflexivo de otras veces, insiste en su capacidad de unir y conciliar políticamente como demostró en Carabobo, pero sus adversarios subrayan su carácer autoritario.
Las referencias al presidente peruano Alberto Fujimori, que disolvió el Congreso e intervino el Poder Judicial en 1992, le persiguen, pero él asegura que la realidad de los dos países no tiene nada que ver y que él obligará a la reforma de esas instancias por la presión de la gente, gobernadores y alcaldes.
De lo que se siente parte es de la corriente modernizadora que emana del nuevo liderazgo regional y municipal, e insiste en que de ahí procederá la regeneración política de un país más plural y donde no existan las vergüenzas sociales actuales.
Salas, un ariano nacido en abril de 1936 en la apacible ciudad de Puerto Cabello, la segunda de Carabobo, pertenece a familias oriundas de Europa, judia no practicante la del padre, católica y protestante de Alemania y Holanda la de la madre.
Tuvo sus primeros zapatos a los cuatro años y solo para los domingos, pero también fue de los pocos que para su época fue enviado a estudiar bachillerato al exterior, aunque no ya la lejana y cara Europa sino a Estados Unidos.
Allí permaneció hasta los 26 años, aunque con amplios intervalos por la muerte repentina de su madre, el episodio que admite que más le ha marcado, o por sus dudas de universitario y su matrimonio a los 24 años.
Orden, competitividad, disciplina, equilibrio y ambiente familiar, pasión por la música clásica y la lectura, marcaron su educación, junto con el gusto por las tradiciones, la historia y la naturaleza de Venezuela.
Es de los que hace la compra semanal de alimentos con la mujer y sigue cada paso de sus cuatro hijos, se deleita con que sus tres nietos le llamen "abuelote" y hagan con él lo que quiera, niega cualquier nepotismo y asegura que la prueba es que su hijo fue reelecto por mayoría absoluta.
Salas es un amante de descifrar las claves del destino, consultando desde el I Ching a las encuestas -se puede pasar tres días interpretando una, aseguran sus allegados-, y amigo de traducir las dificultades en retos optimistas, como el sol de su Proyecto y la consigna electoral de devolver la alegría al país.
También es un asiduo lector del Tao para la paz interior, aunque sus preferidos son libros de historia, economía y estrategia miliar -una campaña electoral es una batalla y hay que manejarla como tal, asegura-, que mezcla y lee al mismo tiempo que narrativa y poesía.
Milan Kundera es ahora su autor favorito, pero cambia mucho, admite, tímido al hablar de sus gustos.
Si pierde, como le pronostican las encuestas, amigos y adversarios coinciden en que tendrá un triunfo de consolación: salir de estos comicios como el "anti Chávez" y el referente de quienes buscan un cambio hacia un país moderno y equilibrado socialmente, pero sin incertidumbres. (FIN/IPS/eg/mj/ip/98