Grupos de derechos humanos de Nigeria insisten en la necesidad de que la empresa Royal Dutch Shell repare el daño causado, tres años después de la ejecución de nueve dirigentes de la etnia ogoni que protestaban contra la contaminación de las empresas petroleras en ese país.
El 10 de noviembre de 1995, el escritor y dirigente ecologista Ken Saro-Wiwa y otros ocho activistas fueron ejecutados por el gobierno militar nigeriano, después que su Movimiento para la Supervivencia del Pueblo Ogoni (MOSOP) realizara intensas protestas contra la contaminación petrolera.
En 1998, Shell ya no opera en la región de Ogonilandia, pero los críticos de sus operaciones en Nigeria aún esperan que limpie las aguas y campos contaminados, y que corte sus relaciones con los gobernantes militares.
"Desde que llegó a Nigeria en 1930, Shell siempre privilegió las ganancias por encima de los principios. Llegó la hora de que la empresa dé la cara, se remangue y comience a limpiar el desastre que causó", dijo Mónica Wilson, coordinadora de una campaña para boicotear a Shell lanzada por el grupo Essential Action.
Shell, responsable de la mitad de los dos millones de barriles diarios producidos por Nigeria, niega responsabilidad por la contaminación y la atribuye al sabotaje de sus oleoductos y de otras instalaciones petroleras.
Por otra parte, la empresa asegura que no puede influir sobre los militares nigerianos. Esto habría quedado demostrado cuando no consiguió la clemencia para los nueve activistas ejecutados en 1995, aunque grupos de derechos humanos aseguran que la petición llegó demasiado tarde.
Saro-Wiwa inició la campaña contra Shell en 1993. Desde ese momento, unos 2.000 ogoni han muerto como consecuencia de los enfrentamientos con los militares, de acuerdo con informes del MOSOP, un grupo de derechos humanos que ahora opera desde el exilio.
Sin embargo, esto podría cambiar a medida que se concretan importantes transformaciones después de la inesperada muerte del dictador Sani Abacha.
Su sucesor, Abdulsalam Abubakar, también es militar, pero liberó muchos prisioneros, permitió mayor libertad a la prensa y abrió las fronteras para el regreso de algunos exiliados, como el premio Nobel de Literatura Wole Soyinka.
El próximo mes, Nigeria inicia una nueva transición hacia la democracia con una serie de elecciones que deberían culminar con los comicios presidenciales del 29 de mayo. Los nigerianos están esperanzados, pero saben que no será fácil resolver los problemas heredados de los militares.
Uno de los más complicados es el de la división entre el sur, que produce el petróleo, y el norte del país que lo controla. La presencia de las transnacionales petroleras, que financiaron la dictadura con el pago de regalías, complica aún más esta confrontación.
En el caso de Shell, los ogoni hicieron notar que esta empresa extrajo petróleo por 30.000 millones de dólares desde que inició operaciones en sus tierras, pero los miembros de este grupo siguen viviendo sin electricidad, agua potable, salud ni educación.
"Shell se llevó mucho dinero pero no dejó nada a cambio", dijo el representante del MOSOP en Washington, Sunny Pianwi. "Lo único que nos legó fue la violencia concertada con el gobierno militar".
"Ellos deberían devolvernos nuestro medio ambiente limpio", demandó.
Por su parte, Shell admitió haber aportado fondos y equipos para que los militares ocuparan Ogonilandia.
"La empresa y el gobierno nigeriano deberían reconocer sus errores y comenzar a tratar con más respeto a los ogoni. Recién en ese momento creeremos en la transición a la democracia", dijo el representante del MOSOP en Londres, Bari Kumbe.
Los ijaw, el cuarto grupo étnico de Nigeria, también han protestado por las operaciones petroleras en su territorio, de donde procede la mayor parte del crudo producido por el país africano. En el marco de su campaña, han tomado estaciones petroleras y centros de gobiernos locales.
"Nuestro petróleo nutre al país, a este gobierno corrupto, a Estados Unidos, a Europa", recalcó Daniel Ekepebide, presidente de la asociación de comunidades Ijaw del delta del Níger, donde abundan las plataformas petroleras de Chevron. "Y nosotros no tenemos ni siquiera electricidad".
El aniversario de las ejecuciones de los dirigentes ogoni también detonó una serie de manifestaciones en Norteamérica y Europa, donde grupos defensores de los derechos humanos defienden la lucha de estas etnias y arrecian en sus críticas contra empresas como Shell.
El problema, por cierto, no está restringido al caso de Nigeria, ya que en otros países las operaciones petroleras también provocan conflictos con grupos indígenas.
En Colombia, los u'wa amenazaron con cometer suicidio en masa si la Shell y su socia Occidental Petroleum inician un proyecto de explotación en tierras que ellos consideran sagradas, según informes difundidos por Oilwatch, una organización que se encarga de vigilar la conducta de las grandes empresas de hidrocarburos.
En Perú, un conflicto similar también involucra a Shell, cuyos planes de producción de gas natural en la selva generaron protestas de las etnias nahua y kagapakori. Habitantes de una aldea cercana al lugar donde se realizan las primeras perforaciones denunciaron que a veces el río se pone negro.
"Sabemos que los ogoni no están solos", advirtió Danny Kennedy, de la organización estadounidense Project Underground. (FIN/IPS/tra-en/dk/kb/pr-en/lc-ml/98