BANGLADESH: Matrimonios arreglados esclavizan a las mujeres

Una mujer británica hija de padres nacidos en Bangladesh desistió de su matrimonio, al que fue forzada en este país por sus padres emigrantes.

La historia de cómo la joven se rebeló frente a su esposo en un distrito de Sylhet, en el norte de la capital, y luego volvió a Gran Bretaña fue seguida con gran interés en Bangladesh.

La mujer, una ciudadana británica (su nombre no fue develado), buscó ayuda en la policía de la Alta Comisión Británica de Dacca. La policía intervino y dispuso el retorno de la joven a Londres, contra los deseos de sus padres.

El diario local de Dacca "Inquilab (revolución)" escribió la semana pasada acerca de otros matrimonios forzados de jóvenes británicas descendientes de bengalíes, describiendo la agonía que experimentaban al tener que adaptarse a una cultura extraña, y a la posterior disolución de sus matrimonios.

Historias como ésta son comunes en varios países con grandes poblaciones de emigrantes, particularmente en los países industrializados donde los estilos de vida son tan diferentes de los de los países en desarrollo.

Casi medio millón de habitantes de Bangladesh emigraron a Australia, Canadá, Estados Unidos, algunas zonas de Europa, y Nueva Zelanda. Otros 300.000 viven en Gran Bretaña, unos desde los años 70 y otros desde la época en que los habitantes de las colonias británicas de Africa, el sur de Asia, y el Caribe podían emigrar más fácilmente a dicho país.

Pese a que han vivido lejos de Bangladesh por un largo tiempo, la mayoría de los emigrantes de la primera generación todavía se aferra a su cultura original. Sus hijas e hijos, nacidos y criados en el extranjero, quizás piensen diferente.

Tomemos el caso de Mahmud (el nombre ha sido alterado), un médico que posee una floreciente clínica privada en Londres. Graduado en la Facultad de Medicina de Dhaka, ha estado lejos de su país por 20 años, pero afirma que aún viste un "lungi" o sarong cuando está en su casa, como lo hacen los hombres en Bangladesh.

Manifiestó que no aprueba la forma en que sus hijas crecen en Londres. Ambas jóvenes van a la universidad, se visten como occidentales, hablan en inglés en su casa y salen de noche con grupos de amigos de ambos sexos.

Pero la mayor sorpresa para sus padres fue cuando ellas se negaron absolutamente a acompañarlos en un viaje a Bangladesh este verano para conocer a su abuelo enfermo en Jamalpur, 200 kilómetros al norte de Dhaka.

Conflictos generacionales como éste entre familias expatriadas están bien documentados por los investigadores. Los emigrantes de la primera generación generalmente consideran que su propio país es su hogar, mientras que para los hijos de emigrantes el país que sus padres adoptaron es el único que reconocen.

Y ambas partes batallan por las costumbres y tradiciones que la generación más antigua intenta preservar.

Tomemos el caso del matrimonio: mientras que los padres emigrantes continúan con la práctica de los matrimonios arreglados, sus hijos rechazan una costumbre ajena al mundo occidental.

Los padres insisten en hacer que jóvenes que no se conocen se casen con hombres y mujeres que viven en su país natal, en la creencia de que así volverán a las costumbres y tradiciones de sus ancestros.

Pero en varios casos, los matrimonios conducen a la infelicidad de las partes involucradas. Cientos de jóvenes mujeres han sufrido por estar casadas con hombres bengalíes que viven en el extrajero.

Atraídas por sueños lejanos, varias familias han casado a sus hijas con esposos que residen en el extranjero. Seducidas por lo que imaginan como una acaudalada situación económica en los países ricos, hipotecan sus tierras y venden todo lo que tienen para pagar las abultadas dotes que los hombres les exigen.

Pero algunas veces los hombres nunca mandan buscar a sus novias. Otras, las jóvenes novias aterrizan en países que no conocen para encontrarse atrapadas en matrimonios violentos o sin amor, de los cuales no tienen salida.

Varias mujeres casadas con trabajadores inmigrantes en el extranjero, particularmente en los estados del Golfo, ricos en petróleo, rara vez ven a sus esposos, quienes concurren a sus hogares unas pocas semanas cada dos o tres años – o incluso períodos más extensos.

Quizás envíen dinero con regularidad, pero "¿acaso puede el dinero comprar paz y compensar la ausencia del esposo por un período prolongado?", preguntó una joven mujer que vive con sus parientes políticos desde que se casó y asumió sin quejas el cuidado de éstos y sus hijos.

Renu, ama de casa, expresó al periódico Inquilab que su hija de 8 años vio a su padre sólo una vez, y la hija menor, de cuatro años, aún no lo conoce.

A diferencia de sus hermanas en el extranjero, que crecieron con una mayor independencia como la joven de Sylhet que informó a la Alta Comisión Británica acerca de su situación, a las jóvenes de Bangladesh se les enseña a ser buenas esposas y madres, y a aceptar la represión y el abuso físico, afirman los expertos.

Una joven profesional de Dacca que ha vivido en los Estados Unidos desde que contrajo matrimonio cinco años atrás se describe a sí misma como una 'doméstica glorificada', totalmente aburrida de su vida en Nueva York. "Mi marido tiene dos empleos y está fuera de casa día y noche". (FIN/IPS/tra-en/ti/an/mv-ml/hd/98

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