La tensión racial sigue en pie en Indonesia cinco meses después de las revueltas en las que se incendió y robó casas y comercios pertenecientes a indonesios de origen chino en esta capital.
Los comercios de Glodok, el barrio chino de Yakarta, cierran a las 18.30 horas, y sus dueños se apuran a llegar a casa. "Desde las revueltas de mayo nadie se atreve a andar por la calle de noche", explicó el propietario de uno de ellos.
Glodok se convirtió en un lugar deprimente. Muchas manzanas aún están en ruinas, hay comercios quemadas y hoteles, casas y oficinas abandonados en medio del calor tropical.
Las fuerzas de seguridad patrullan la zona tratando de dar tranquilidad a los residentes, pero el miedo sigue en el aire.
Los ataques de mayo dejaron heridas que aún están abiertas, y los ataques racistas contra comunidades chinas continúan en distintas partes de Indonesia, donde 90 por ciento de los 200 millones de habitantes son de la etnia malaya y 86 por ciento practica la religión musulmana.
Mientras, la economía se tambalea, el desempleo crece y los precios aumentan, todo lo cual constituye un caldo de cultivo para más violencia racial, según el analista Roeslan Abdulgani.
Se espera que la economía se contraiga más de 10 por ciento este año, y hay quienes pronostican que el desempleo real llegará a 50 por ciento.
En medio del descontento social, la comunidad china, que representa tres por ciento de la población, es el blanco más vulnerable para la violencia.
Observadores creen que los ataques contra los chinos indonesios están motivados por una falsa percepción de su riqueza. Ochenta por ciento de las 173 firmas que cotizan en la bolsa son propiedad de chinos indonesios, pero la mayoría de ellos no son magnates.
"Solo hay 5.000 ricos entre los seis millones de chinos o descendientes de chinos en Indonesia, pero en momentos de dificultades económicas se les toma como chivos expiatorios", observó el economista Frans Seda.
En las revueltas de mayo en Glodok fueron violadas 160 mujeres y niñas de la etnia china, algo sobre lo que casi todos los residentes evitan hablar por vergüenza.
Un informe preliminar de la Comisión de Derechos Humanos de Indonesia afirmó que las violaciones ocurrieron, aunque algunos militares dijeron que se trata de rumores, porque ninguna violación fue denunciada a las autoridades.
La comisión emitirá a fines de mes un informe final que demostraría que no se trató sólo de rumores, dijo el vicepresidente de ese cuerpo, Marzuki Darusman.
Pero "las víctimas y sus familias todavía enfrentan el miedo y la intimidación", indicó el sacerdote Sadyawan, del Instituto Social de Yakarta, quien investigó las violaciones.
Un chino indonesio cuya hija fue violada dijo que trata de reorganizar su vida después de la revuelta de mayo, cuando su comercio de artículos electrónicos fue saqueada.
"Pasamos por un momento difícil de ira y malestar, pero lo primero que tengo que hacer es rescatar mi negocio. Sin él, toda mi familia se morirá de hombre", dijo el hombre, que pidió ser identificado sólo como Leo.
"Ahora estoy en una dura batalla con la compañía aseguradora, a la que le llevó mucho tiempo definir la naturaleza de las revueltas de mayo. No fue una guerra, fueron simples revueltas, y por lo tanto tengo derecho a una indemnización", agregó.
"Por suerte, mi tienda no está tan dañada y podré volver a empezar", señaló.
Pero cuando se le pregunta sobre su hija, Leo se enfurece y niega que haya sido violada.
Sus vecinos informaron que la joven está lejos de casa, recibiendo tratamiento psicológico.
"Lamento decir que su hija fue violada. Leo aún se rehusa a aceptarlo. Quiere mantenerlo en secreto por temor a que nadie quiera casarse con su hija", explicó un vecino.
Acong y Afung, que tenían una fábrica de artículos de cuero en Glodok, detuvieron su producción y viven ahora de sus ahorros y de préstamos.
"Muchos de nuestros amigos también están perdiendo sus trabajos y sus negocios. ¿Quién nos va a ayudar? Tal vez deberíamos esperar pacientemente por la ayuda de Dios", indicaron.
Acong comentó que no se anima a salir de casa después de los saqueos e incendios en el barrio, y que instaló una reja en su residencia.
La violencia racial que inspiró las revueltas aumentó la animosidad entre los chinos indonesios y los indonesios de la mayoría malaya.
Acong, por ejemplo, dijo que recibe visitas en su casa, pero no a indonesios nativos. "Son asesinos. No queremos ser amigos de ellos", sostuvo.
Los analistas pronostican que el futuro de las relaciones raciales en Indonesia no será bueno, pues la falta de aceptación y respeto que reinaron durante los 32 años de gobierno de Alí Suharto, que concluyeron en mayo, no podrá ser resuelto por el actual presidente, Bacharuddin Habibie.
Muchos chinos indonesios recuerdan el gobierno de Suharto (1965- 1998) como un período de dura discriminación. Se les excluyó del servicio civil y militar y se les prohibió usar nombres chinos.
Y también tienen presente la matanza de integrantes de su etnia en 1965 y 1966, acusados, al igual que muchos indonesios nativos, de ser comunistas.
Con viejas heridas por sanar y otras recién abiertas, muchos chinos indonesios se preguntan si su futuro está en este país.(FIN/IPS/tra-en/ccy/di-mj/ip hd/98