El presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, fortalecido por el elocuente espaldarazo de las urnas, se apresta ahora a ejecutar un riguroso ajuste para reducir el abultado déficit fiscal.
La adhesión masiva de los partidos políticos, excepto los de izquierda, le asegura al mandatario el respaldo de tres cuartas partes del Senado y de la Cámara de Diputados, el mayor apoyo legislativo con que un presidente electo ha contado en toda la historia política de Brasil.
En efecto, a la base parlamentaria formada hasta ahora por los conservadores del Partido del Frente Liberal (PFL) y por el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), se suman los centroderechistas Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y Partido Progresista Brasileño (PPB).
Además del ajuste fiscal, el gobierno espera obtener antes de fin de año la aprobación en el Congreso legislativo de la reforma del sistema de previsión social, cuyo déficit es de los más pesados en el déficit fiscal global, y una reforma que racionalice el sistema tributario.
En medios políticos y empresariales, reina tanta expectativa en torno al ajuste que anunciará Cardoso como por la ayuda que se espera del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y, tal vez, de Estados Unidos.
El ajuste no apunta a eliminar el déficit público de 60.000 millones de dólares, equivalente a 7,5 por ciento del producto interno bruto, sino apenas a reducirlo unos 25.000 millones de dólares, monto mínimo del recorte exigido por el FMI.
Legisladores y empresarios advirtieron que el ajuste tendrá que proceder de una reducción de los gastos del gobierno, pues el país no soportaría el menor aumento de la carga tributaria, que alcanza a 31 por ciento del producto interno bruto.
De acuerdo con la expectativa que prevalece en medios políticos y financieros, la línea de crédito que los organismos multilaterales pondrán a disposición de Brasil llegará a entre 25.000 y 30.000 millones de dólares.
A pesar de la categórica victoria de Cardoso, reelegido el domingo pasado presidente con alrededor de 53 por ciento de los votos, sus críticos señalan que el mandatario fracasó en la ejecución del proyecto original de su grupo político, el Partido de la Socialdemocracia Brasileña.
Este proyecto consistía en sanear la economía en los primeros cuatro años de gobierno y dedicar un segundo mandato a atacar los graves problemas sociales de Brasil.
Al negociar con el parlamento la reforma constitucional que permitió su reelección, Cardoso se vio obligado a hacer concesiones que aumentaron el déficit fiscal.
Eso puso en peligro su único gran logro, la estabilidad monetaria alcanzada con el Plan Real, que impuso cuando encabezaba el Ministerio de Hacienda en 1994.
Con un saldo rojo de tal magnitud en las cuentas del gobierno, las abultadas reservas con que Brasil contaba a comienzos de agosto, unos 74.000 millones de dólares, no fueron suficiente para contener el pánico de los inversionistas ante cada coletazo de la crisis mundial.
Desde mediados de agosto, cuando estalló la crisis rusa, una vertiginosa fuga de capitales drenó casi 30.000 millones de dólares de las arcas del Tesoro, pérdida que no fue mayor debido a la entrada de divisas a cuenta de la privatización de empresas estatales.
Mientras el ajuste no llega, la recesión ya golpea las puertas de la economía brasileña.
Con una caída brutal de las ventas, la industria automovilística, motor del sector manufacturero, acumula en sus fábricas 200.000 vehículos que no encuentran comprador, el mayor volumen de existencias de toda su historia, al tiempo que concede licencias colectivas a decenas de miles de trabajadores.
El conocido sociólogo Eduardo Giannetti afirmó que Cardoso logrará hacer "cuatro años en ocho", invirtiendo irónicamente la consigna de Juscelino Kubitschek, que gobernó Brasil a fines de los años 60 con la promesa de hacer avanzar al país "50 años en cinco". (FIN/IPS/rs/mj/ip if/98