La última sacudida de los mercados de valores de Estados Unidos hizo evidente que la crisis financiera iniciada en el sudeste de Asia hace más de un año terminó por afectar al mismo centro del sistema capitalista mundial.
Los catalizadores inmediatos fueron el colapso de la economía de Rusia, la decisión de Malasia de imponer severos controles monetarios la semana pasada y la abrupta caída de las principales bolsas de valores de América Latina, que adquiere 40 por ciento de las exportaciones de productos manufacturados estadounidenses.
La combinación de estos tres acontecimientos con la volatilidad de las bolsas de este país finalmente logró concienciar a los estadounidenses sobre la profundidad de la crisis financiera.
Pese a las "bases sólidas" de la economía de Estados Unidos (empleo récord, inflación casi inexistente, superávit presupuestario), las bolsas de valores nacionales se situaban este lunes 20 por ciento por debajo de su máximo histórico, alcanzado a mediados de julio.
Los analistas de Wall Street, que hace seis semanas se regocijaban por el más prolongado mercado alcista de la historia, están ahora preocupados, por no decir pesimistas.
El motivo principal es la creencia de que, en lo que parece ser una economía mundial que se desinfla, las ganancias de las empresas nacionales no pudieron mantener el ritmo.
Las marcadas devaluaciones en el exterior afectaron la competitividad de las compañías estadounidenses y a la vez destruyeron la capacidad de los compradores extranjeros para comprar productos estadounidenses.
Los títulos de los diarios se volvieron decididamente pesimistas: "No entremos en pánico… todavía", y "¿Estamos al borde del colapso mundial?" aparecieron la semana pasada en The New York Times.
"La crisis es mundial", afirmó Robert Samuelson, columnista de economía de The Washington Post y la revista Newsweek, mientras Robert Kuttner, de la Universidad de Harvard, describió una "Economía mundial en caída libre" en una columna publicada junto al editorial del lunes del periódico.
"Sorpresa, Estados Unidos no es una isla", escribió Kuttner, quien durante largo tiempo había advertido que el libre mercado prescripto por el Tesoro estadounidense y el Fondo Monetario Internacional presentaban graves riesgos para los mercados emergentes subregulados.
"Las calamidades de Asia, Rusia y América Latina, en parte fruto de nuestras exportaciones ideológicas, no pueden dejar de afectar a Estados Unidos y Europa", sostuvo.
Lo mismo afirmó el pasado viernes el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, quien cambió de discurso acerca de los peligros de la crisis.
Hace sólo unas semanas, Greenspan y la institución que preside consideraban elevar las tasas de interés para evitar presiones inflacionarias derivadas de una economía todavía fuerte. El viernes, en cambio, sugirió que una reducción de los intereses podría renovar la confianza de los inversores.
"No es creíble que Estados Unidos pueda seguir siendo un oasis de prosperidad, sin sentir los efectos de un mundo que experimenta cada vez más presión", dijo Greenspan ante una audiencia de California antes de reunirse con el secretario del Tesoro, Robert Rubin, y el nuevo ministro de Finanzas de Japón, Kiichi Miyazawa.
Durante meses, Washington impulsó a Japón -hasta ahora sin éxito- a que realice una revisión general de su débil sistema bancario y estimule su economía para que actúe como "locomotora" de los mercados de Asia oriental.
El camino indicado por Wall Street y varios analistas financieros para evitar males peores consiste en una rebaja concertada de las tasas de interés en los principales países industrializados.
Tal medida no sólo estimularía la demanda, sino que también desalentaría la fuga de capitales que paraliza a las economías emergentes, sedientas de fondos.
Sin embargo, como lo indicó The Washington Post este lunes, la persistencia y virulencia de lo que originalmente se denominó "la gripe asiática" plantea preguntas mucho más profundas sobre la globalización del libre mercado.
Incluso Francis Fukuyama, experto en ciencia política y miembro de la administración del ex presidente George Bush -quien alguna vez aseguró que el colapso de la Unión Soviética marcaba "el fin de la historia"-, se cuestiona ahora la durabilidad del capitalismo democrático.
"En los últimos meses sentí por primera vez desde el comienzo de la década que puedo estar equivocado", declaró Fukuyama a The New York Times, y llamó la atención hacia la posibilidad de una depresión mundial y el alejamiento de la "occidentalización" por parte de Rusia.
Mientras, el ejecutivo de inversiones Richard Medley exhortó al Tesoro de Estados Unidos y al FMI a adoptar estrategias orientadas al crecimiento del tipo propuesto por John Keynes para hacer frente a la Gran Depresión de los años 30.
Kuttner estuvo de acuerdo. "Lo que precisamos es un programa de estabilización y reconstrucción semejante al que siguió al fin de la segunda guerra mundial, con límites al flujo de dinero especulativo y más ayuda para el desarrollo", sostuvo.
Así mismo, exhortó al "clero económico de Occidente" a revisar creencias y prescripciones fundamentales.
Y aunque The Washington Post exhortó a sus lectores a no abandonar el capitalismo, instó también a la reflexión.
"Estos son tiempos para ser humildes", especialmente en Estados Unidos, publicó el periódico. (FIN/IPS/tra-en/jl/mk/ml/if/98