La construcción de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) es para Estados Unidos sólo una pieza de su ajedrez global para remover barreras a sus exportaciones, en el que coexisten 12 grandes negociaciones y otras muchas iniciativas menores.
Mientras las negociaciones para crear el ALCA comenzaban esta semana en Miami, el Sistema Económico Latinoamericano (SELA) difundió en su sede en Caracas un estudio que relativiza la retórica de Washington de que este proyecto constituye la "piedra angular" del nuevo orden mundial.
El documento "Perspectivas de los países de América Latina y el Caribe en el ALCA", dado a conocer el lunes, replica que la creación de una zona de comercio liberalizado desde Alaska a Tierra de Fuego no es sólo un proyecto más sino uno de las más sensibles para los estadounidenses.
Los habitantes de Estados Unidos perciben que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), mediante el cual desde 1994 se comenzaron a derribar progresivamente las barreras con Canadá y México, provocó un inmediato y muy alto déficit comercial con su vecino del sur.
Y en general hay una hipersensibilidad en Estados Unidos respecto de una irreal asimetría negativa en las relaciones comerciales con el sur del río Bravo, comenta el estudio preparado por el académico de ese país Craig Van Grasstek.
En ese contexto, se iniciaron el lunes pasado en la ciudad estadounidense de Miami las complejas negociaciones entre todos los países de América, con excepción de Cuba, que los gobernantes del continente lanzaron en abril durante una cumbre en Chile.
El SELA, que agrupa a 27 de los 34 países que participan en el proyecto del ALCA, derriba algunos tópicos alimentados bien por el gobierno de Estados Unidos o bien por otros poderes o grupos de presión respecto del comercio con América Latina.
El primero es que las relaciones comerciales entre el Norte y el Sur americano tienen ahora su nivel histórico más alto, cuando en realidad el intercambio de Estados Unidos y la región apenas ha recuperado sus porcentajes de los años 70, evaporados por la crisis de la deuda de la década siguiente.
En 1950, la región representaba 27,9 por ciento de las exportaciones de Estados Unidos y 34,1 por ciento de sus importaciones.
Ahora, suma 19,5 de las exportaciones y 15 por ciento de las importaciones, lo que se acerca a los niveles de 1970 cuando la región era destino de 15,1 por ciento de las ventas y origen de 14,6 de las compras.
Pero la población estadounidense se cree "invadida" por productos latinoamericanos y caribeños, en buena parte porque la entrada en vigor del TLC coincidió con una etapa recesiva en México.
Esa recesión hizo caer bruscamente su demanda y, al recuperarse México, logró mantener un desequilibrio a su favor en la balanza comercial.
Estados Unidos tenía un superávit de 5.400 millones de dólares en 1992 con México, que se trastocó en un déficit de 15.800 millones en 1995, de 17.500 millones en 1996 y de 15.500 millones en 1997.
En conjunto, Estados Unidos tuvo en 1997 un déficit con los países latinoamericanos y caribeños de 16.200 millones de dólares, debido a las importaciones petroleras desde México y Venezuela.
Pero si no fuera por el factor petrolero, el superávit de Washington sería determinante. En el intercambio con Brasil tuvo un saldo favorable de 6.300 millones de dólares y en el de Argentina, uno de 3.600 millones.
Otro falso cliché difundido por la administración de Bill Clinton es la primacía adjudicada en su diálogo con la región a la negociación del ALCA. Washington tiene abiertas o se prepara para comenzar 12 grandes negociaciones, a las que se superponen otras múltiples iniciativas menores.
Son varios países latinoamericanos y caribeños que de una u otra forma están involucrados en seis de esas iniciativas, mientras en cuatro de ellas la región está totalmente ausente.
Por ello, Washington ve al ALCA como un "elemento de su menú de opciones políticas viables", y, si los negociadores estadounidenses concluyen que pueden manejar mejor determinado problema en otro ámbito bilateral o multilateral, "optarán por esa posibilidad", indicó el SELA.
En el lanzamiento de las negociaciones se determinó que el ALCA será pactado como "un todo" y que los acuerdos involucrarán los 34 países, más allá de que la negociación se adelantará desde este lunes mediante nueve grupos de trabajo separados.
Pero ese "paquete global", que debe ponerse en vigor en siete años más, no es algo a lo que Estados Unidos se va a sentir obligado, mientras que va a impulsar acuerdos rápidos y concretos sobre sectores de su especial interés, como el electrónico.
Además, aunque fracasó en su intento de incluirlos formalmente en las discusiones, Estados Unidos va a insistir a lo largo del proceso negociador en sumar temas "paracomerciales" como los aspectos ambientales y laborales, que se han transformado en una nueva forma de proteccionismo estadounidense.
Esos aspectos se suman a una nueva estrategia estadounidense, que a lo largo de esta década transformó los asuntos comerciales en una herramienta para objetivos netamente políticos.
Este país impuso múltiples sanciones y otras fórmulas para imponer criterios de Washington sobre democracia, corrupción, sociedad civil, narcotráfico y hasta control de natalidad.
A juicio del SELA, esa nueva ecuación comercio-política va a salpicar también las negociaciones del ALCA por parte de Washington.
Cómo lo hará dependerá de las dificultades que tenga Clinton para lograr que el Congreso le otorgue la facultad de la "vía rápida" para tener más peso político en sus múltiples negociaciones abiertas.
Es improbable que Clinton obtenga la vía rápida, que fuerza a los legisladores a aprobar o rechazar sin enmiendas y antes de 90 días el acuerdo alcanzado por el Ejecutivo, salvo que cambiase netamente el actual dominio del opositor Partido Republicano del Congreso en las elecciones de noviembre. (FIN/IPS/eg/mj/if/98