"La vendedora de rosas", la última película del director colombiano Victor Gaviria que narra la inimaginable vida de los niños de las áreas pobres de Medellín, es como un ataque a "bofetadas de poesía", dijo una joven al salir del cine.
Se trata de niños tiernos, fantasiosos, solidarios, valientes, viciosos y agresivos como el entorno marginal en el que sobreviven, caminando por el filo de los tejados de sus barrios a medio construir.
Como Mileidy Tabares, a cargo del papel principal, que antes de ser la actriz natural que descubrió y formó Gaviria vivía de "las rosas, los marlboros, los chiclets, de la vida de la calle, de la limosna".
Pero "las rosas que nunca dejé de vender", dijo, fueron su principal ayuda. Rosas al anochecer, ofrecidas a hurtadillas de los vigilantes de bares ruidosos, para sellar conquistas o disipar malquerencias.
Rosas para comprar un pan y un refresco de desayuno o un frasco de sacol (pegamento alucinógeno) para paliar el hambre y el abandono durante todo el día.
"En la droga los niños buscan refugiarse en su subjetividad porque el resto del mundo siempre los está destruyendo. No aguantan la realidad, los problemas. No tienen comida, no tienen a dónde irse. Están tirados", dijo Gaviria.
Con el sacol, explicó Mileidy, se produce una sensación de "tercera dimensión". "Es un viaje horrible. Se oyen las palabras por allá lejos, lejos. Uno se concentra en lo que tiene en su mente, digamos, una mariposita", agregó.
Gaviria y su equipo tardaron tres años en realizar la película. El primero fue de investigación. Grabaron 80 horas de video que, transcriptas, se convirtieron en 1.500 páginas de texto base para el guión.
Todos los papeles de "La vendedora de rosas" fueron cubiertos por actores naturales escogidos por sus historias personales. Veinte entre los 11 y los 18 años convivieron en una casona de Medellín con el equipo de dirección y producción.
Tal vez ésa es la casa "inmensa, inmensa, inmensamente grande, con todos los niños de la calle ahí que hagan lo que quieran" con la que sueña Milaidy, ahora que siente que puede tener fantasías sin recurrir al sacol.
El proyecto involucró en total a 70 personas y costó cerca de un millón de dólares.
"Yo no sabía nada de la película y llegó Victor en el carro con una cámara y nosotros vendíamos baretica (marihuana) lo más legal", recordó Choco, uno de los actores.
"Estos manes (hombres) fueron los únicos que nos rindieron el pleito. Ni siquiera los policías han podido con nosotros", le comentó Chocho a Manuel Kalmanovitz, crítico de cine del diario El Tiempo, de Bogotá.
Según Kalmanovitz, para los muchachos que actuaron en "La vendedora de rosas" posiblemente "lo más importante fue que descubrieron que sus experiencias pueden ser material de creación".
Sarco, uno de "los duros" de la película, confirmó la apreciación. "Yo, cuando la vi en la pantalla grande, ¿sabe qué? Me dí cuenta de lo que realmente somos y ahí es donde uno comienza verdaderamente a quererse a uno mismo", dijo.
El crítico cree que "quizás eso sea lo único que puede evitar que se repita la tragedia que siguió a la filmación de 'Rodrigo D, no futuro"', la primera película de Gaviria cuyos cinco actores principales fueron asesinados.
"'Rodrigo D, no futuro' es la historia de un jovencito en un ambiente de tráfico, droga, un ambiente muy depravado. Tiene la fuerza y la belleza de una película de Rosselini", recordó hace poco en una radio colombiana el cineasta italiano Bernardo Bertolucci, quien la vio como jurado en Cannes, en 1990.
Este año Gaviria también estuvo en Cannes con "La vendedora de rosas" y siente "una emoción total" de saberse reconocido y asociado con la obra de Rosselini.
"Para mí, Rosselini es el maestro del cine no comercial, del cine como búsqueda del sentido humanista, de un cine que integra toda la persona, y no solamente la imagen, que es lo más comercial de un actor o de una película", afirmó Gaviria.
El cineasta colombiano, que también hace poesía (en cine y en verso, pues acaba de publicar un libro) define sus dos películas como "un cine que uno no sabe si es documental, si es real, porque tiene cosas más allá de las de un cine puesto en escena de manera común y se hace con incertidumbre".
Por estos días a Gaviria lo acecha la incertidumbre de correr el riesgo de mantener "el estilo de trabajar con actores naturales y temas de investigación social" o de dar "el salto a realizar una película de género".
Varios proyectos rondan por la cabeza del cineasta que ha logrado fuertes registros de la realidad social de su ciudad.
Con "Rodrigo D, no futuro", narraba el clímax del narcotráfico con sus bandas de niños y jóvenes sicarios enganchados como mano de obra del terrorismo, y ahora con "La vendedora de rosas", la crisis y la descomposición social.
Gaviria quiere hacer una película sobre el narcotráfico. "Antes de que el cine de Hollywood haga una saga de la mafia colombiana, debemos hacerla nosotros que somos los que tenemos elementos para entenderla", explicó.
Mientras su segundo largometraje se proyecta en las principales ciudades del país, él trabaja en un guión sobre un famoso caso judicial del Medellín de fines de los años 60 para el que ya tiene título: "La muchacha del ascensor".
"Quiero hacer algo de cine negro, de suspenso, de misterio, cierto horror y un retrato de la ciudad a la vez", dijo.
Retratos que "uno quisiera que no fueran verdad sino ficción, para no hacerse problemas", comentó la muchacha a la salida de "La vendedora de rosas", que y se aleja con un cucurucho de palomitas de maíz que no pudo comer durante la proyección. (FIN/IPS/mig/mj/cr/98