El ex comandante del Ejército y de las fuerzas armadas de Perú, general Nicolás Hermoza, fue relevado de ambos cargos contra su voluntad y con procedimientos casi conspirativos, que no le dieron tiempo para impedir la medida.
Dos horas antes de concurrir el jueves a una reunión del Consejo Nacional de Defensa en Palacio de Gobierno, Hermoza creía allí se consideraría la intrusión de soldados de Ecuador cerca de la frontera, según testimonios.
Eso era, en efecto, así, pero de un modo diferente de lo que el todavía jefe de las Fuerzas Armadas suponía. Hermoza fue informado en la reunión de que su dimisión era el precio a pagar por el cese de los mandos militares de Ecuador y por la salida de los soldados de ese país infiltrados en Perú.
Su sucesor, el general Cesar Saucedo, entonces Ministro de Defensa, le comunicó que los comandantes de las seis regiones del Ejército aprobaban su relevo y que él había sido designado por el presidente Alberto Fujimori, presente en la sala, para sustituirlo.
Además del mandatario, estaban allí los ministros de la Fuerza Aérea, de la Marina de Guerra, de Defensa y del Interior, así como varios jefes del Ejército, que presenciaron la escena en silencio.
Quien no se encontraba en el recinto era el asesor presidencial y virtual jefe de los servicios de inteligencia, el abogado Vladimiro Montesinos, quien controlaba las comunicaciones entre unidades en la sede del complejo militar de mando, según versiones coincidentes.
Tal vez el general Hermoza miró por la ventana del Palacio de Gobierno. No se sabe. Si lo hizo debió ver que el edificio estaba rodeado por una protección armada extraordinaria, compuesta por infantes de Marina, algunas tanquetas de la fuerza naval y otras del Ejército.
En todo caso, Hermoza no intentó comunicarse con los miembros de su Estado Mayor, que aguardaban en otra sala, ni averiguar si también estaba de acuerdo con su relevo el jefe del Cuartel de la División Blindada, situado a menos de 3.000 del Palacio de Gobierno.
Nueve meses atrás, cuando el Fujimori dio indicios de su voluntad de poner fin a su jefatura, de inusual duración, Hermoza convocó a Lima a los jefes de las regiones militares de todo el país que acudieron a una ceremonia en su respaldo que disuadió al mandatario de desafiar a la fuerza castrense.
Desde entonces, las relaciones del general y del presidente no fueron buenas. Secas, protocolarmente cordiales y distantes. Al parecer, Fujimori esperaba una oportunidad.
La infiltración de unos 300 soldados ecuatorianos en una zona situada al sur de la línea fronteriza establecida por el Protocolo de Río de Janeiro (tratado limítrofe firmado en 1942, al que Ecuador desconoce parcialmente) abrió el marco para el ajuste de cuentas.
Según fuentes diplomáticas en Lima, los países garantes del Protocolo de Río de Janeiro, Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos (en especial este último), habrían pedido al nuevo gobierno de Quito, que desde este mes preside Jamil Mahuad, que relevara sus mandos militares para evitar nuevos incidentes.
Los cuatro países garantes consiguieron detener la guerra de 1995 entre Ecuador y Perú y están promoviendo una solución pacifica basada en el reconocimiento por Ecuador de los límites establecidos por el Protocolo y, por parte de Perú, de los derechos ecuatorianos de navegación por el río Amazonas.
Esa negociación, que en junio parecía a próxima a culminar de manera satisfactoria, estuvo a punto de fracasar por la infiltración de soldados ecuatorianos en una zona situada al sur de la línea establecida por el Protocolo, documento en el que los garantes basan su gestión.
Ante la propuesta de los garantes de relevar su mandos para que su gobierno civil no fuera desbordado por el sector militar, Mahuad habría pedido, según las mismas fuentes, que el gobierno peruano hiciera un cambio equivalente de su cúpula castrense.
Esa propuesta fue aceptada por los garantes, porque permitiría sacar del escenario al general Hermoza, que en los últimos meses trató de crearse una reputación de "halcón" respecto del problema fronterizo.
Según fuentes gubernamentales, Hermoza habría tratado de endurecer su imagen para neutralizar el efecto de críticas de otros militares a sus gestiones para contrarrestar la intrusión de tropas ecuatorianas en el flanco sur de la cordillera del Cóndor.
La infiltración se habría producido entre marzo y abril de este año, y, según los adversarios de Hermoza, el comandante debió haber procedido de inmediato a la expulsión por la fuerza a los soldados ecuatorianos.
Para recomponer su imagen, Hermoza difundió en ambientes castrenses su poca fe en la posibilidad de resolver el problema limítrofe con Ecuador a través de negociaciones diplomáticas.
"Las conversaciones serán saboteadas por Ecuador, mediante incidentes de provocación militar en la frontera… Los garantes se cansarán y quitarán las manos del problema. La única solución es obiligar a Ecuador a reconocer los límites establecidos por el Protocolo es mediante una prenda territorial", comentaba.
La teoría de la prenda territorial fue creada, o por lo menos difundida, años atrás por uno de los generales del Ejército peruano con mayor prestigio intelectual de los últimos tiempos, el general Edgardo Mercado, como una fórmula definitiva.
Mercado proponía la captura de alguna ciudad o zona ecuatoriana (Cuenca, por ejemplo) a la que se mantendría en cautiverio "como prenda territorial" hasta que Quito aceptara colocar los hitos que faltan en la frontera.
En la extensa frontera entre ambos países, de más de 1.500 kilómetros de extensión, solo falta colocar los hitos correspondientes en un tramo de 78 kilómetros, en la zona de la cordillera del Cóndor, escenario de las dos últimas guerras entre Ecuador y Perú.
Según algunas fuentes políticas peruanas, el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) habría detectado algunas "consultas circulares" efectuadas por Hermoza a los jefes de regiones sobre la cuestión fronteriza, que sugerían un pronunciamiento militar en preparación, en todo caso abortado por el relevo. (FIN/IPS/al/mj/ip/98